Cristina marca la cancha una vez más ● Susana Dieguez

Ayer volvió a la escena pública la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sin dudas la figura central de la política argentina. Demolió con ello las expectativas de quienes sueñan con un escenario acéfalo y caótico donde sacar provecho. No sucedió. Volvió la presidenta, con el discurso coherente y rotundo de siempre, marcando la cancha, resaltando logros incuestionables y contándole las costillas a los que se valen de cualquier medio para esmerilar al gobierno.

La desazón de la oposición tiene sentido. La imagen de Cristina sigue en lo más alto del espectro político, incluso después de más de 11 años del desgaste que inexorablemente conlleva la gestión. La intención de voto del Frente para la Victoria en todo el país está incluso por encima de los votos obtenidos en las elecciones legislativas del 2013 (este dato es refrendado hasta por los consultoras que trabajan para los líderes opositores). Así, cuando estamos a días del 2015, las grandes incógnitas del año electoral son quién va a ser el candidato bendecido por la presidenta y qué papel va a jugar la propia Cristina después de diciembre del año venidero.

Mientras tanto, la oposición sigue inexorablemente atada al rol de reparto que le asignaron los medios que la conducen desde la crisis del campo (aunque esto los haya llevado de fracaso en fracaso). Devenidos comentadores de la política grande, se desangran en alianzas y rupturas de alianzas, tratando de satisfacer el voluntarista reclamo de los gurúes económicos: “júntense, como sea, más allá de cualquier cuestión ideológica”. La mejor intérprete de ese pedido es, como siempre, Carrió, quien dio un portazo en esa mescolanza inviable que es UNEN.

Los otros “presidenciables” determinados por los medios hegemónicos en octubre de 2013 también andan dando tumbos, con sus propias tribulaciones. Un candidato transita entre el anonimato y el intentar despegarse de una provincia que gobernó durante años y que está virtualmente manejada por los narcotraficantes. Otra de las apuestas favoritas de los que quieren volver a los 90 no logra cruzar el río que es la General Paz y se ha demostrado tan inhábil en la gestión de alianzas provinciales como en la gestión de su distrito (lleno de inequidades e impuestos siderales). El niño mimado de Tigre, en tanto, es la prueba viviente de que en política dos años es mucho tiempo, de que no se puede vivir del aire, de que -más allá de los blindajes mediáticos- la gente no come vidrio. Mientras conoce estas amargas verdades, no para de desinflarse en las mediciones que lo obsesionan.

Así, las esperanzas de la verdadera oposición, la que lleva las riendas, no están puestas en lo partidario ni en lo institucional. La inoperancia de sus delfines no les deja otra opción que manejarse en el terreno que más conocen: el de las sombras, las operaciones y las movidas desestabilizadoras.

La receta se repite año a año y se reedita con fuerza antes de las fiestas. Hacen pie en la innegable inflación que ellos mismos motorizan y de la que responsabilizan al gobierno. Se sirven de jueces amigos que fogonean causas y procederes del todo desmesurados (¿allanar una empresa por la no presentación de dos balances?). Se valen de los Moyano y los Barrionuevo, campeones de las profecías autocumplidas, quienes no paran de vaticinar (o anticipar) los caos que se vienen en diciembre y que ellos mismos organizan. Ponen fichas a que haga mucho calor, poca luz y pocos dólares (otro caballito de batalla incansable).

Todos estos elementos van a alcanzar su clímax en los próximos días, y los militantes del Proyecto nacional y popular debemos estar preparados. Ya sabemos con qué bueyes aramos y no es lícito sorprenderse ni patalear por sus métodos.

Las cartas están jugadas y el año electoral se aproxima. Quizás algunos se fueron apresurados o leyendo datos erróneos de la realidad. Se suele decir que la política es dinámica, pero de un tiempo a esta parte la oposición parece estar en ebullición permanente y a los codazos para aparecer en la escena pública, pero, indefectiblemente siempre detrás de la agenda que delimita el oficialismo y de la figura central de la presidenta. Estas dinámicas y relaciones políticas parecen no haber cambiado demasiado. Es lógico: desde el 2003, la política nacional está definida exclusivamente por el kirchnerismo.