“Ante la amenaza de retroceso: unidad y profundización” ● Susana Dieguez

Desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, rápidamente mostró que no iba a ser un mero gerenciador de los intereses de los grandes grupos económicos. En aquellos años de convulsión social, muy cercanos al «que se vayan todos», los que siempre manejaron a su antojo a los gobernantes designados por las urnas albergaron la esperanza de que Kirchner solo estuviera haciendo un par de gestos para ganarse a una sociedad que deploraba la política, y poco más que eso.

No fue así: a fuerza de medidas radicalmente progresistas, Néstor cambió la forma de hacer política y nos devolvió la autoestima y la alegría que creíamos perdidas. Fue aquella la génesis de «la grieta» de la que todos hablan y que hoy alcanza niveles increíbles de dramatismo. Es lógico y hasta saludable que tal grieta exista; de lo contrario, sería la señal evidente de que no se han tocado los intereses «intocables».

A partir de aquellos primeros años de kirchnerismo, entonces, para los que siempre han mandado en la Argentina ha sido un desvelo cómo desplazar de los lugares de decisión a Néstor, primero, y luego a Cristina. Los candidatos de la oposición no llegaron ni a la segunda vuelta en las elecciones ejecutivas o «por los porotos», como se dice. Su fracaso en las urnas ha sido persistente. Siempre, incluso con el presunto malestar social multiplicado ad infinitum por los medios, el pueblo opta por el proyecto político que le cambió la vida con sus medidas redistributivas y emancipadoras.

Las acciones de los grupos concentrados para retomar el control, entonces, no se limitaron a la conducción de los candidatos opositores (esto es, a diseñarles su estrategia, a blindarlos comunicacionalmente y a proporcionarles todos los minutos de aire necesarios).

También se agitaron movidas destituyentes, tal vez no golpistas en sentido estricto. Una de las principales, la desestabilización a manos de las oligarquías agropecuarias (incluida la impensada traición de Cobos), nos enseñó que para ellos vale todo, y que la apelación a la República (con mayúsculas) y a las instituciones es una farsa para la gente bienintencionada que sólo lee los titulares de los medios. Después, se organizaron saqueos en muchas ciudades del país. Aunque se valían de la real necesidad de muchas personas, no caben dudas de que fueron planeados, organizados y llevados a cabo por actores políticos reconocidos.

Este verano, por último, dieron el «gran golpe». Primero, con la insólita denuncia del fiscal Nisman, que incrimina sin fundamento a la Presidenta y a algunos de sus funcionarios en un inexistente encubrimiento de los iraníes, en la investigación del caso AMIA. Es tal el mamarracho presentado como denuncia que ni los voceros más recalcitrantes de la oposición se han animado a defenderlo. Y luego la aún misteriosa muerte del fiscal, devenido mártir inexplicable.

Todas las operaciones mencionadas fueron mechadas con las clásicas corridas cambiarias (ocho en total) que el kirchnerismo ha podido sobrellevar, demostrando que se puede ser el mejor gobierno para el pueblo y tener solvencia económica.

Sería erróneo pensar que las movidas destituyentes se limitan a actores locales. Estos están relacionados con los agentes exteriores que ven con inquietud cómo se prolongan en el tiempo las experiencias progresistas en la región. En su manifestación más explícita, el embate de los fondos buitres contra nuestro país también ha sido uno de los bastiones de la oposición económica (la verdadera) y política (la comparsa). Este ataque, sin embargo, le ha servido a la presidenta para demostrar su firmeza y su visión política global, inaugurando en el concierto mundial un nuevo modo de concebir a estas alimañas del sistema financiero. El supuesto default del que nadie se acuerda y el cipayismo de quienes querían pagar y someterse a toda costa han quedado archivados, pero volverán en breve con nuevos bríos.

El 2015, se sabe, será un año electoral. En el agitado calendario rionegrino, las elecciones duran todo el año. La actualidad de nuestra provincia está también inmersa en las disputas que señalamos más arriba. Eso lo ha entendido hasta el propio Weretilneck, quien ha abandonado su habitual tibieza para jugar fuertemente a favor de la marcha de los fiscales (ha hablado descaradamente de homicidio, incluso, en medio de una investigación judicial que aún no ha dado ninguna prueba de ello). Él mismo sabe que la política rionegrina no puede aislarse del contexto nacional y regional, más allá de sus declaraciones vecinalistas de hace algunos días.

El gobernador ha tomado la postura de su referente nacional caído en desgracia: el proyecto de volver a los 90, para que el mercado regule las relaciones sociales y se dé marcha atrás con las conquistas de estos casi 12 años. Esa es la intención velada del candidato Massa, el más asiduo visitante de la embajada estadounidense de nuestros políticos. Y, con leves diferencias o maquillajes, es la intención de Macri, Binner, Sanz, Cobos y muchos de los que se autodenominan «presidenciables». En esta expresión provincial del proyecto de regresión, Weretilneck se apoyará en sus socios habituales, los radicales que nunca se fueron del gobierno.

Nosotros estamos del otro lado. Porque, como dijo la Presidenta Cristina Fernández, «no nos interesa la unidad nacional para volver para atrás, para no ocuparse de los pobres y los excluidos». Defendemos el proyecto de inclusión que encabezara Néstor Kirchner y que ahora comanda la compañera Cristina. Debemos aunar nuestras fuerzas, no es tiempo de disentir sino de agruparse, porque las convicciones centrales son las mismas: los doce años de gobierno kirchnerista mejoraron la vida de millones de argentinos y argentinas pero aún queda mucho por hacer. Para lograrlo, hay que consolidar una opción que garantice, por un lado, el no retroceso ante todo lo realizado y, por otro lado, que esté dispuesto a profundizar el rumbo encarado en 2003.