Política con valores

Valcheta.- Cuando la política se transforma en un espacio para el desprestigio, las rencillas, la agresión, las denuncias interesadas, la descalificación sistemática y las palabras soeces hacia el adversario, no sólo que se desmerece sino que no sirve para nada. Y el ciudadano común se queda estupefacto ante tamaño despropósito.

Hablan hasta por los codos vertiendo improperios hacia los que participan en otros espacios y poco dicen de sus proyectos, de lo que van a hacer cuando sean gobierno. Son como ya se los ha visto, esfinges sin enigmas. Simples, sin ideas y que se creen que por ganar una elección son los dueños de la verdad, de los bienes del Estado y de la voluntad de los vecinos que los han votado.

Algunos candidatos y funcionarios cultivan un culto a la personalidad que espanta, emulando a las peores expresiones del estalinismo soviético, colocando su nombre y su gestión en todas las obras, en los vehículos municipales, en gigantografías donde lo único visible son sus rostros y hasta en despachos públicos. ¡Pobre gente!

La política y la democracia son otra cosa. Es el debate de conceptos, la austeridad, el respeto al que piensa distinto, la pluralidad de ideas, la búsqueda del consenso, la elaboración de proyectos serios y responsables, el trabajo por la comunidad no solamente cuando se está en campaña, la búsqueda del bienestar general, y sobre todo saber defender los valores ciudadanos y la dignidad de la gente, que no se compra con subsidios ni con dádivas de ocasión.

Estos representantes de la vieja política –y eso que algunos son muy jóvenes- en el futuro ya no tendrán espacio. La ciudadanía busca otras cosas. Nunca entenderán que toda una sociedad no puede ser aparcera de su pensamiento político. Que hay que respetar la libre expresión de la gente.

Creen que en la política cualquier medio puede ser utilizado y que cualquier persona puede ser comprada. Se equivocan, porque hay valores y actitudes que no tienen precio ni están en venta.

En el devenir de la política y de la vida institucional rionegrina hemos visto pasar a muchos de estos “adoradores de su propia virtud” a los que hoy ya nadie recuerda, y si alguien los recuerda es como un ejemplo de lo que no debe ser.

La política es una herramienta para transformar la realidad de pueblos y ciudades, pero jamás debe ser un espacio para la ambición de ninguno. Y conducir “es persuadir”, no mandar ni digitar candidaturas a su gusto y paladar. Es acompañar el destino de los pueblos con responsabilidad y sobre todo con humildad. La soberbia es mala consejera.
En cuatro años no han pasado por las localidades ni visitado los parajes (a ellos unos pocos votos se ve que no les interesa), pero en campaña con su paso veloz y a deshoras hablan y hablan: prometiendo, descalificando, acordándose recién de la gente y escoltados por un pequeño grupo de foráneos que medran a su lado.

Integran el “sindicato de los políticos”. Tienen doble discurso porque no hacen lo que dicen. No tienen coherencia ni sentido común. No les importa agraviar gratuitamente ni descalificar y expulsar a los que piensan distinto. No conocen la autocrítica y así van de mal en peor. Total ellos siempre entran ganando o perdiendo elecciones. ¡Así estamos!!

Hay que recuperar una política con valores donde el ciudadano común sea estimado en sus cualidades y trabajar para su realización en una vida comunitaria sin grandes desigualdades.

Hay que aportar capacidad, proyectos e idoneidad para desempeñar los cargos públicos. Los problemas son muchos y ya no deberían insistir con sus viejas metodologías. Ya lo dijo el Apóstol Pablo: “Por sus frutos los conoceréis”.

Pero sobre todo pesimismo hay que rescatar la participación de los jóvenes y la irrupción de nuevas agrupaciones políticas que tienen una mirada distinta de las viejas estructuras. Son tiempos de cambio. Y todos debemos estar a la altura de las circunstancias.

Jorge Castañeda
Valcheta –