Fernando «Chino» Navarro: Un militante con licencia para hablar
Dialoguista, conciliador, el diputado bonaerense y número dos del Movimiento Evita es una figura en ascenso en el oficialismo y, a la vez, un dirigente atípico en el universo K: pese a ser un «soldado de Cristina», habla con la prensa y es capaz de conjugar militancia con autocrítica. Nació en San Antonio Oeste, provincia de Río Negro.
Yo era «El Cabezón» Muñoz, pero era también Luis Fernando Román y luego fui «El Chino» Navarro», dice de corrido el diputado bonaerense Fernando Navarro. No busca confundir. De hecho, también nació rionegrino, en un hogar antiperonista, para hacerse político bonaerense en el Partido Intransigente (PI) de Lomas de Zamora, donde, además, fue duhaldista y parte del Frejupo que llevó al poder a Carlos Menem.
Todo eso fue el «Chino» Navarro antes de ser uno de los primeros kirchneristas del conurbano, allá por agosto de 2000, cuando lo encandilaron los discursos de la entonces diputada Cristina Kirchner y lo asombró la seguridad con la que un ignoto gobernador santacruceño le garantizaba que «Duhalde lo iba a buscar para ser presidente».
Hoy, el segundo al mando del Movimiento Evita es una estrella creciente en el mundo kirchnerista. Una «rara avis», como lo define su amigo y mentor desde hace más de tres décadas, Oscar Valdovinos, para destacar en Navarro a uno de los pocos dirigentes actuales capaces de conjugar inquietudes intelectuales con militancia barrial.
Navarro es un kirchnerista atípico, también, porque pese a integrar la ortodoxia oficialista mantiene diferencias básicas con el sector más duro del oficialismo: sin dejar de ser un «soldado de Cristina», no duda en declararse parte del PJ -a secas, ni progresista ni de izquierda- y privilegia la búsqueda de unidad a los enfrentamientos a todo o nada, incluso ante «tibios» como el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, lo que más de una vez le valió acusaciones de traición. También, porque habla con la prensa.
«Es un hombre de diálogo», fue una de las definiciones más repetidas entre los dirigentes consultados por La Nacion. En el seno de Olivos, sin embargo, esas cualidades le valieron más premios que castigos. Navarro se convirtió en vocero de causas delicadas ya no sólo del Evita, sino del Gobierno en general, con licencia para hablar hasta del vicepresidente Amado Boudou en el «territorio enemigo» del canal TN o para agitar una eventual candidatura de Máximo Kirchner. Debe buscar equilibrios en la Legislatura bonaerense, donde los jóvenes diputados de La Cámpora ingresaron para «comerse» a Scioli. Algo similar le ocurre en Lomas, pago chico de un intendente «amigo», Martín Insaurralde, y de un vicegobernador también «amigo», Gabriel Mariotto.
Nació Luis Fernando Román, el 19 de junio de 1957, en San Antonio Oeste, una pequeña localidad de la costa seca y ventosa de Río Negro, a donde el agua potable sólo llegaba en tren. Llevó el apellido de su madre soltera, Margarita Román, quien había escapado a los 15 años de un hogar mapuche en Los Berros. Margarita era «la chica» que trabajaba en la casa de Francisco y «Gela» Muñoz, quienes criaron como propio a Luis Fernando, desde entonces, el «Cabezón» Muñoz, como todavía lo llaman en Río Negro.
El patriarca, «Pancho» Muñoz, era un antiperonista moderado, de buen pasar, simpatizante del PI de Oscar Alende. Llegó a ser ministro de Economía y mano derecha del primer gobernador constitucional de Río Negro, el radical Edgardo Castello, a quien luego suplantó como interventor (por pedido de José María Guido) tras el golpe que derrocó a Arturo Frondizi.
Cuando Luis Fernando tenía cuatro años, su madre se casó con Martín Navarro, que le dio su apellido y seis hermanos más, aparte de Horacio y Gloria, los hijos de Muñoz. «Mi vieja nunca me dijo quién era mi padre. Tampoco pregunté», confiesa el «Chino». Dice que alguna vez tuvo curiosidad. Y no dice más. «Pancho» Muñoz pagó sus estudios primarios -tres años de pupilo en una escuela agroganadera y dos en un colegio salesiano- y secundarios, mientras el «Cabezón» despuntaba en básquet y fútbol, dos pasiones que trasladó a sus hijos. También se encargó de enviarlo a Buenos Aires para estudiar Derecho en la Universidad del Salvador.
Sin embargo, cuando cursaba el cuarto año, en 1979, Navarro decidió traer a la Capital a Silvia, su novia de San Antonio Oeste, con quien a los 17 había tenido su primer hijo, Martín. El casamiento, en 1980, fue desautorizado por «Pancho» Muñoz y marcó el fin de los estudios y los gastos pagos.
La pareja se mudó entonces a Lomas de Zamora, donde Silvia tenía familia. Allí, Navarro improvisó como vendedor de Femeba Salud, para convertirse en redactor y editor de la revista de la empresa. Creó una agencia publicitaria, Etcétera Producciones. Se hizo periodista.
Hasta entonces, el único antecedente político de Navarro había sido una protesta escolar, en 1974, por falta de estufas. «Nos convenció a todos los alumnos de no entrar en la escuela. Usaba palabras difíciles, raras para nosotros», recuerda Jorge Piscia, amigo de San Antonio Oeste.
Militancia barrial
La política llegó recién en el 82, cuando se afilió al PI de Alende. «Era un partido sin vocación de poder. Yo me emocionaba con los actos del PJ, pero ya había dado mi palabra. En el PI me formé como dirigente», sostiene Navarro. La militancia constante en los barrios pobres de Lomas -«donde hasta las piedras eran peronistas»- lo acercó a dirigentes del PJ. En 1989, el PI integró el Frejupo, que llevó a la presidencia a Menem. Navarro se convirtió en concejal de Lomas y permaneció en el cargo cuando, en 1990, el PI denunció la traición menemista al «salariazo» y «la revolución productiva». Expulsado del PI, en 1991 se afilió al PJ, bajo el ala del intendente duhaldista Juan Bruno Tavano, a quien acompañó hasta 1998, en una administración que participó en varios escándalos. «Su gestión fue buena al principio y mala al final, pero todos fuimos responsables», dice Navarro.
Así como no esquiva responsabilidades, tampoco se esfuerza por maquillar su pasado. Otra rareza en el kirchnerismo. «En la dictadura olfateaba lo que pasaba, pero no entendía su magnitud ni participaba», recuerda de sus tiempos de estudiante. «Tuve simpatía por Duhalde y, aunque no fui memenista, ?compré’ la convertibilidad y la idea de que era más importante tener un teléfono que ser dueño de Entel», reconoce, más acá en el tiempo. Lo que para Navarro era mera simpatía, para el duhaldista Carlos Brown era una relación «intensa» con el caudillo de Lomas.
El distanciamiento con Duhalde se evidenció con la derrota en las presidenciales de 1998, y se profundizó, según Navarro, cuando éste le pidió apoyar a Carlos Ruckauf.
Eran tiempos de cambio. En agosto de 2000 había conocido a Cristina Kirchner. De hecho, fue en su quinta de Lomas donde la entonces diputada ofreció un discurso para dirigentes del conurbano. Lo recordó la propia Presidenta, hace una semana, por cadena nacional. Oficializó, así, su kirchnerismo «originario».
Los encuentros con Néstor Kirchner empezaron poco después, para volverse más frecuentes a mediados de 2002. Esa relación y la carrera política de Navarro crecieron a la par. En 2005 llegó a la Cámara de Diputados bonaerense, que crujía por el enfrentamiento entre Kirchner y Duhalde. En 2007 jugó su única apuesta electoral individual, como candidato a intendente de Lomas. Entre cinco listas oficialistas, cosechó el 11 por ciento. Ese mismo año asumió como jefe del bloque oficialista en la Legislatura provincial, cargo que ocupó por dos años. «Lo elegí porque dialogaba y caminaba mucho la calle, pero, sobre todo, porque necesitaba alguien sin viejas mañas», recuerda el ex gobernador Felipe Solá.
Navarro tiene pocos detractores y casi todos ellos están o pasaron por su bloque. Le achacan «poca dedicación» al trabajo legislativo, sobre todo cuando presidía la bancada. El responde que consiguió todas las leyes que le pidieron. Reconoce ausencias, pero sólo en los últimos años.
Los tiempos en los que su metro noventa era un argumento de peso en las discusiones de bloque se fueron alejando. «Sigue siendo un calentón, pero sólo puertas adentro», bromea su segundo hijo, Juan Navarro, actual concejal en Lomas. «Nunca lleva las peleas al plano personal, lo que le permite recomponer puentes», agrega el ex concejal Javier Ruiz, dirigente del Movimiento Evita.
Esa agrupación, una de las más poderosas del oficialismo, surgió en 2006, apenas dos años después de que el «Chino» conociera a Emilio Pérsico. «Con Emilio recuperé la militancia», dice Navarro, que concentra las relaciones con políticos y medios. «Nos peleamos mucho, pero siempre termina buscando consensos», le devuelve Pérsico.
Kirchner elogió siempre los métodos de avance político-territorial del Movimiento Evita. No hizo falta mucho para que Navarro se convirtiera en su amigo y habitué de Olivos. Y, como otros allegados del ex presidente, terminó heredando la confianza y los llamados de su hijo, Máximo. Es uno de los pocos temas en los que el «Chino» adopta un silencio «K».
Tras la muerte de Kirchner, Navarro encaró la producción de un documental sobre el ex presidente. Con amplio apoyo oficial, todo iba bien hasta que el director, Adrián Caetano, presentó el corte final. Fue desaprobado. Navarro jura que la política no influyó; habla de «tiempos lentos», de «circunstancias más oportunas». Lo cierto es que Caetano renunció y la película, que sigue sin exhibirse, volvió a edición.
Pero el film no es lo único inconcluso en su vida. Hace cuatro años, motivado por los debates del conflicto con el campo, Navarro decidió retomar los estudios de abogacía. Le quedan 10 materias. «No más de un año», calcula, para poder cerrar un ciclo que se inició hace 36 años, cuando llegó a esta ciudad siendo «El Cabezón» Muñoz, un joven rionegrino de hogar antiperonista.
QUIEN ES
Nombre y apellido: Fernando Navarro
Edad: 54
De Río Negro a Lomas de Zamora:
Nació en Río Negro. No conoció la identidad de su padre, y su madre era empleada del hombre que pagó sus estudios en Buenos Aires hasta que se casó en 1980 y se fue a vivir a Lomas de Zamora. Tiene cuatro hijos de tres diferentes relaciones.
Un recorrido político variado:
En su trayectoria política pasó por el Partido Intransigente, el duhaldismo y el Frejupo (que llevó al poder a Carlos Menem) hasta convertirse en uno de los primeros kirchneristas del conurbano
Por Marcelo Veneranda | LA NACION