El fin de la violencia o la vuelta de Sísifo recargado ● Enzo Giacinti
Hay una creciente crispación social como no había visto nunca en mi vida, amigos que se pelean por diferencias políticas, familias que prefieren no tocar ciertos temas para evitar disgustos mayores.
Hay una lógica de trinchera donde se defiende de manera cerrada una posición u otra, se escucha cada vez mas en el taxi, en el kiosco, ¿de que lado estas? Las discusiones se dan en un clima de casi de barra brava.
Hay una escalada de violencia verbal que esta siendo acompañada de algunos hechos de violencia física realizadas tanto por funcionarios, gremialistas, como por ciudadanos indignados, todos injustificados y condenables, pero no lo señalo por que busco establecer un origen o una causa primera, sino como hechos que forman parte de una violencia política sobre la cual es necesario que todos los tomemos conciencia, por que se sabe como comienza, pero no como termina.
El gobierno nacional tiene aquí un rol central con sus discursos y/o acciones puede promover el debate y el encuentro de mínimos denominadores comunes desde el cual superar este clima de enfrentamientos, o pueden también ser nafta que va al fuego con aires de solución.
Genera indignación cuando el gobierno a la acción corrupta la premia con la impunidad y los privilegios son ejercidos como si fueran derechos en vez de responsabilidades y obligaciones .
Genera mucha perplejidad primero y rabia después ver y escuchar, día a día, como de uno y otro lado se plantee que los hechos no existen, ¿Quién lo dice? y ¿A quien afecta? Es la cuestión central a determinar en primer término y en función de eso se da por verdadero o falso, se ataca o se defiende a rajatabla.
Somos muchos los que no nos sentimos parte de esta lucha fratricida, y en esos muchos, hay quienes votaron a Cristina Fernández de Kirchner y otros que prefirieron otras opciones electorales. Entre el aplauso permanente que transforma cualquier cosa en un hecho épico, bisagra de la historia y quienes se obstinan en ver siempre el vaso medio vacío, entre ese blanco y este negro, hay una amplia gama de colores y tonalidades donde esta mayoría silenciosa de los argentinos.
Desde casi nuestro nacimiento como pueblo vivimos en la larga noche de las ideologías cerradas. Hemos crecido entre antinomias falsas y certidumbres ajenas nos abismamos en la repetición de la tragedia que consiste haber naturalizado la violencia política que implica creer en términos absolutos que el infierno es el otro, entendiendo por otro, unitarios o federales, conservadores o revolucionarios, River o Boca, peronistas o radicales, marxistas o liberales, etc etc etc “el otro” viene a arrebatarnos el presente y son asimismo la negación del pasado, “de nuestro pasado”, para imponer otro, por que, quien controla el pasado, maneja el presente y construye el futuro.
En consecuencia así planteado al otro, o se lo asimila o se lo destruye, no hay otra posibilidad por que no esta el reconocimiento de la singularidad de lo diverso que es lo que te da los matices y en este mundo, reinan los caudillos y el Caudillo entiende la política en términos bélicos.
En una guerra la racionalidad queda, se vive en una incertidumbre que requiere rápidas respuestas de coyuntura.
En una guerra no hay tiempos de evaluar y corregir errores, se trabaja sobre las consecuencias y eventualmente se busca culpables.
En una guerra no hay negociación posible, negociar con el enemigo equivale a traicionar la causa, los principios, dialogar es mostrarse débil y solo pide consensuar el que se sabe derrotado.
En una guerra la verdad no existe, la neutralidad tampoco.
Esta concepción bélica en la política se ha transformado en nuestra segunda piel, se habla de militantes, de cuadros, de resistencia, las personas que combinan elocuencia con eficacia son denominadas “las espadas” y los que actúan según se les ordena sin importar las consecuencias, se les llama «soldados”.
Pero que una y otra vez a lo largo de nuestra historia busquemos, apoyemos y elijamos caudillos para resolver los problemas y generar una sociedad mas igualitaria y prospera, dice mucho mas de nosotros mismos que de los propios caudillos que hemos elegido, una y otra vez.
Nuestro comportamiento como sociedad es según reza el dicho popular “queremos un omelet pero que no nos rompan los huevos”, el animémonos y vayan es deporte nacional y nuestro gusto por los atajos y el rápido beneficio de coyuntura, con una actitud muy permisiva y hasta de valoración positiva al funcionario, empresario, gremialista etc corrupto, casi me animaría a decir por que íntimamente por que de estar en ese lugar muchos se piensan actuando igual, todo esto en síntesis me lleva a decir que el modelo político que mejor se complementa con esta organización social, es el caudillo y cuanto mas caudillo mejor.
He aquí el origen de mucho de nuestros males, y su naturaleza es política a la vez que moral, Comprenderlo es advertir la continuidad de un pacto de ciudadanía hegemónico y excluyente atravesando cambios políticos de apariencia muy divergente.
Por eso antes que un nuevo contrato social, necesitamos que como sociedad realicemos un nuevo contrato personal en que cada uno nos comprometernos a no mentir, en no usar al prójimo, a renunciar a los atajos y la viveza criolla, comprometernos cada uno e imaginar los cambios que deberían sobrevenir en la política y en la forma de gobernar y actuar en la vida cotidiana en consecuencia.
Necesitamos de este compromiso personal y colectivo para dejar atrás la impronta cultural que se ha transformado en nuestra segunda piel, que es la lógica del gallinero, cuya violencia genera las condiciones de su reproducción y ponernos los pantalones largos como sociedad dejando de buscar soluciones de satisfacción garantiza en lideres predestinados, fundamentalistas, iluminados, necesitamos este compromiso, para hacer cumplir que las acciones de gobierno sean en su mayor medida pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. De otro modo nuestra historia será la de Sísifo, solo que en nuestro caso veremos repetir la tragedia de que las fiestas de bonanza económica, siempre los platos rotos los pagan los jóvenes, los trabajadores y mas humildes, los cuales con suerte a algunos les toco algo mas que las migas de la torta.