No va más ● Jorge Castañeda

Estamos viviendo una época globalizada de cambios sin precedentes, que se lleva todo sin dejar dividendos, donde un relativismo indolente sepulta los viejos valores éticos que dieron a la humanidad sus mayores momentos de esplendor y donde la letra del tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo mantiene una vigencia que nos asombra.

Todo parece rebajado y el hombre es un mero engranaje de un sistema perverso, con individuos insectificados habitando en el sopor de países periféricos, que no son otra cosa más que  aparcerías del nuevo orden mundial que se impone irremediablemente, condenando al mundo a la sinrazón de las drogas, a la violencia, al hambre, la falta de empleo, las enfermedades, el analfabetismo, a la contaminación ambiental, la ruina financiera y en muchos casos a la muerte.

En los umbrales del siglo XXI han caído los viejos paradigmas y los hombres están desorientados contemplando su propia decadencia, donde los políticos renuevan sus mandatos entre la impotencia de su fracaso, donde las democracias en muchos casos son solamente “formales” que cada cuatro años cambian de gobernantes para no cambiar absolutamente nada, donde hay una vacancia de dirigentes y estadistas en todos los niveles, donde la educación y la formación de profesionales y técnicos es cada vez más incompleta y solo se los prepara para el carrerismo soso y mercantilista, donde se atonta a los pueblos con seudo cultura basura, donde los medios de comunicación, en especial  los televisivos, se solazan con contenidos banales y de mal gusto, donde los líderes religiosos cada vez más se recluyen en sus templos ausentes de la realidad que los rodea y fuera de todo contexto, donde los intelectuales han perdido su capacidad de adelantar con sus ideas los acontecimientos que se avecinan y la inquietud intelectual que presagia y anticipa los grandes cambios está ausente.

Solo queda la desesperanza. Parece el mundo un territorio barrido por los vientos de la nada y el desgano. Un baldío de inquietudes rectoras y liminares.  Vidas humanas sin una motivación superior, sin siquiera el asomo de una búsqueda. Porque ya ni siquiera como decían los intelectuales del siglo pasado como Saint Exúpery “ni el acto cuenta». Solo vivir para cambiar el auto, la compra compulsiva de bienes suntuarios que no sirven para nada, vacacionar en lugares escogidos, usar la tarjeta de crédito y después no poder dormir y sufrir de estrés.

¿Ha quedado algo de los viejos valores? Poco según se lo mire. Ya no se busca la excelencia sino el facilismo, el pasarla de la mejor manera posible con el menor esfuerzo, desvalorizar el trabajo y creerse los dueños del mundo, cuando en realidad no son dueños ni de ellos mismos.

Supo decir André Gide acusando a este tipo de sociedades que “me inclino vertiginosamente sobre las posibilidades de cada ser, y lloro sobre todo lo que está atrofiado por la tapa de las costumbres”.

Este vacío de ideas rectoras y del “sentido trascendente de la vida” fue también señalado por Maurice Sachs cuando escribió que “la vida no se tomaba, se saqueaba como una ciudad conquistada. Y se elevaron altares a la ligereza, a la facilidad, a la frivolidad y a la amoralidad”.

Hay que recuperar los viejos valores y para se necesita construir los paradigmas que pongan un marco a estos nuevos tiempos que nos toca vivir.

Ya el hombre no vive en islas. Está comunicado y lo que le pasa a un hombre les importa a todos.

No va más.

Ha llegado la hora de despertar conciencias y de construir de cara al futuro, por nosotros y por nuestros hijos. La hora lo exige y esta vez no nos está prohibido fracasar.

 

Jorge Castañeda