Políticos eran aquellos: probos y capaces ● Jorge Castañeda
Cuando se analiza en perspectiva la historia política de Río Negro uno no puede menos que admirar aquellas administraciones que dejaron una impronta de responsabilidad, de trabajo, de probidad, de capacidad y de grandes esfuerzos para afrontar las adversidades propias de cada tiempo.
Uno de los mejores ejemplos de lo anteriormente dicho es la labor que le cupo a la Convención Constituyente que empezó a sesionar el 31 de Agosto de 1957 y que colocó la piedra fundamental de nuestra provincialización.
Tarea sin duda ardua que demandó una gran capacidad, visión de futuro y grandeza de espíritu en sus actores.
Y también aquella primera Legislatura tuvo el privilegio de contar con un puñado de hombres probos y capaces que sin tener casi nada fundaron la provincia con leyes capitales para su desarrollo posterior.
Se puede decir que eran otros tiempos, pero por ejemplo aquellos legisladores no gozaban de los privilegios de los actuales sin embargo trabajaron a destajo con una responsabilidad cívica que es digna de admirar.
Cuenta Elías Chucair –uno de los protagonistas de aquellas bregas- que “Edgardo Castello-primer gobernador constitucional de Río Negro- era excesivamente responsable y en buena hora, porque así debe ser el ciudadano que asume un cargo público, como el de dirigir los destinos de una provincia. A los legisladores nos tenía en jaque y hasta cuando teníamos un receso antes de irnos a casa nos reunía y nos decía que para el mes que viene necesita tal ley y había que ponerse a trabajar”. ¿Igual que ahora?
Recuerda Chucair que “había que poner en marcha la provincia que no tenía legislación. Había que legislar para tierras, para aguas, para educación, para la policía, para los municipios”.
Destaca que hubo sesiones muy trabajosas como la de creación del IDEVI y del Instituto Superior del profesorado en Viedma, entre otras.
Con respecto a la austeridad los gastos estaban muy restringidos y aquellos primeros legisladores no tenían ni siquiera casas para residir ni cobraban las abultadas sumas por “desarraigo” tan instaladas hoy en día como otras tantas prebendas y privilegios.
Si observamos con detenimiento como han cambiado los paradigmas de hacer política en muy pocos años, es evidente que estamos en franca decadencia y que el meollo de la cuestión está en el comportamiento de los seres humanos que en vez de vivir “bajo el imperio de las ideas morales”, solo se sirven a sí mismos y ven en el cargo público una forma de salvarse ellos, sus familiares y sus amigos; pero son en un sentido trascedente como decía Juan Paul Sartre solamente “una chispa entre dos nadas” no dejando ninguna huella de su paso por la función pública y si dejan alguna es mejor no acordarse.
Seguramente la mayoría de nuestros políticos domésticos han sepultado aquellas dos cosas que tanto admiraban a Kant: “El cielo estrellado sobre sus cabezas y la conciencia moral dentro de sí”. Hoy obran impelidos por disputas menores de sector y de componendas bastardas para todo gusto y actúan aún en contra de sus propios principios desnaturalizando la labor que deberían realizar para beneficio de los intereses rionegrinos y de sus comprovincianos, que ya no les creen nada de nada, porque los han defraudado recurrentemente.
En su libro “La comunidad Organizada” el General Juan Perón decía que “La libertad fue primariamente sustancia del contenido ético de la vida. Pero por lo mismo, nos es imposible imaginar una vida libre sin principios éticos, como tampoco pueden darse por supuestas acciones morales en un régimen de irreflexión o de inconsciencia”.
También Aristóteles en ese sentido expresaba que “El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza por consiguiente en la vida individual humana, sino en el organismo supraindividual del Estado, porque la ética culmina en la política”. ¿Se acordarán los actuales legisladores y funcionarios de esta concepción magistral de la política?
En otras notas anteriores me he referido a la excelencia de las administraciones provinciales de los gobernadores Adalberto Torcuato Pagano y Mario José Franco, que dejaron una impronta superadora con una cabal comprensión de un proyecto de provincia. Hoy para ejemplo de las nuevas generaciones solamente he querido evocar a los legisladores y funcionarios de la administración del gobernador Edgardo Castello, porque en aquella etapa fundacional como políticos probos, responsables y capaces estuvieron a la altura de las circunstancias y no defraudaron la confianza en ellos depositada. Sería bueno mirarse en ese espejo.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta