A 67 años del triunfo electoral de J.D. Perón – Silvina García Larraburu
“Vengo conmovido por el sentimiento unánime manifestado a través de campos, montes, ríos, esteros y montañas; vengo conmovido por el eco resonante de una sola voluntad colectiva; la de que el pueblo sea realmente libre, para que de una vez por todas quede libre de la esclavitud económica que le agobia. Y aún diría más: que le agobia como antes le ha oprimido y que si no lograra independizarse ahora, aún le vejaría más en el porvenir. Le oprimiría hasta dejar a la clase obrera sin fuerzas para alcanzar la redención social que vamos a conquistar antes de quince días”, anunciaba Juan Domingo Perón en el acto de proclamación de su candidatura en 1946; dos semanas más tarde, un 24 de febrero, se imponía la fórmula de los descamisados frente al conservadurismo imperial. La disyuntiva Braden o Perón, estaba resuelta.
El levantamiento popular del 17 de octubre se había consumado en elecciones democráticas que fundarían una nueva república para las grandes mayorías. Ya no se trataba de satisfacer mezquinos intereses individuales, sino de responder al verdadero propósito de una democracia: gobernar en favor del interés general de la Nación. Frase simple, obvia, incluso utilizada por la elite tradicional que disfrazaba con este lema sus verdaderas intenciones; pero que en realidad evoca al principio constitutivo del peronismo: de una Patria socialmente justa y políticamente soberana. Igualdad, justicia social, distribución de la riqueza hacia dentro de nuestro pueblo para acabar con la degradante división entre amos y esclavos. Soberanía, para impulsar estos principios rectores, le pese a quien le pese.
Largas hojas de tinta enumerando las conquistas sociales del peronismo preceden estas palabras, así que en esta oportunidad me gustaría detenerme en la victoria soberana que alcanzó la Argentina el 24 de febrero de 1946. El revuelto de la oposición antipopular estaba nucleado bajo las directivas del embajador norteamericano, ninguno había quedado afuera: radicales, conservadores, socialistas, comunistas, todos, habían olvidado sus anteriores rivalidades ideológicas para hacer frente a la “marea descamisada” que meses atrás había inundado la city porteña. El buen señor anglosajón dictaba y los cipayos criollos obedecían. El imperio se había visto obligado a poner el cuerpo, designando a uno de sus hombres, para frenar el avance de los desposeídos.
El manejo titiritesco que realizaba el poder del norte sobre el sur, no se podría llevar a la práctica con el gobierno peronista. De ahí el desembarco de Braden en el país y el reclutamiento de sus tropas, multipartidarias, pero de cabeza gacha. La victoria de Braden hubiera significado lisa y llanamente convertirnos en el Puerto Rico de Sudamérica; porque si bien los anteriores sillones presidenciales respondieron a Inglaterra primero y a la nueva potencia, después; nunca antes la partida había sido tan fuerte, ni las cartas tan elevadas.
“Un deber nacional de primer orden exige que la organización política, la organización económica y la organización social, hasta ahora en manos de la clase poseedora, se transformen en organizaciones al servicio del pueblo. El pueblo del 25 de Mayo quería saber de qué se trataba; pero el pueblo del 24 de Febrero quiere tratar todo lo que el pueblo debe saber”, manifestó a viva voz Juan Domingo Perón. Y así fue: en aquella década ganada por el pueblo, se trataron todas las demandas sociales que hicieron del peronismo un punto de no retorno. Porque si bien la revolución fusiladora, Martínez De Hoz y Cavallo nos dejaron en la retaguardia; el recuerdo y la convicción de justicia, de los derechos ganados por aquellos años, marcaron a fuego la conciencia nacional. Y gracias a ello, al punto de no retorno que significo 1946, tenemos otra década ganada.
Silvina García Larraburu,
Diputada Nacional.