El gobierno se debate entre políticas de inclusión o neoliberales ● Mariano Ferrari
La gestión Weretilneck deambula.
Una vista rápida por el gabinete provincial y sus integrantes arroja como primera impresión el desconcierto ideológico y, en consecuencia, su errática gestión.
Inmediatamente surgen dos motivos: la alineación nacional, y la impronta Soria.
Mientras Marcelo Mango hace esfuerzos siderales para instalar la idea de una educación para todos, que procure igualdad de oportunidades en un mundo cada vez más competitivo; mientras Martha Arriola plantea incluición social y una fuerte participación popular para prevenir el delito; mientras Fernando Vaca Narvaja reclama la participación de todo el gabinete en el diagrama de la obra pública buscando generar fuentes de trabajo, estrategias de integración provincial e infraestructura productiva; el resto transita entre el descompromiso y las recetas de manejo del Estado que han fracaso en los ‘90.
En el medio, el gobernador.
A veces recostado en el ala progresista, a veces en la neoliberal. Asegura que su gobierno no reprime conflictos sociales, no cree en la mano dura para combatir el delito, entrega netbooks a los alumnos; pero alienta sanciones contra trabajadores estatales y reduce su visión de la economía al bienestar fiscal de la Provincia.
Eva Perón solía decirles a sus aliados que su gran temor no era que el justicialismo perdiera las elecciones con los representantes de la oligarquía, sino que el peronismo se volviera oligárquico.
Esa premisa le recordó insistentemente Jhonn William Cooke a Juan Domingo Perón cuando el líder de los trabajadores estaba en el exilio, con la entrada prohibida a la Argentina y su partido proscripto y proliferaban teorías sobre su futuro: no podemos permitir que el movimiento se transforme en otro integrante de la partidocracia al servicio de los intereses de los monopolios, le recriminaba el diputado al general.
Pero el temor de Evita se hizo realidad. La profesía autocumplida de un sector del peronismo llegó con el abrazo entre Menem y Rojas.
El menemato le prestó los votos al neoliberalismo y entre Alsogaray y Cavallo manejaron los destinos económicos del país, siguiendo a piesjuntilla las recetas de Martínez de Hoz.
Así, el peronismo traicionaba los preceptos de su fundación. Y dejaba a los trabajadores (eje del ser justicialista) desprotegidos. Durante los 10 años de gobierno de Carlos Saúl Menem, 11 millones de argentinos quedaron sin trabajo y otro 9 fueron subsumidos a la indigencia.
Como dice José Pablo Feinmann, el peronismo entre 1946 y 1955 carecía de “espirit de finesse”. Tampoco lo tuve Menem en los 90´, pero como aseguraba negocios y poder a la oligarquía nacional, ésta lo adoptó, y lo hizo rubio y de ojos claros.
La llegada de Néstor Kirchner al gobierno puso en contradicción a toda una dirigencia que había rifado la patria en nombre de la modernidad. Reconquistó a muchos dirigentes que habían renunciado al peronismo y enamoró a los jóvenes con su prédica nacional y popular, que remitía al primer peronismo.
Hoy, muchos integrantes del gabinete provincial están consustanciados con esa idea política. Pero otros, fueron forjados en el fuego menemista, donde la premisa fundacional era que el Estado debía ser reducido a la mínima expresión y dejar que el mercado resuelva.
Son aquellos que ayer alentaron la privatización de IPASAM, y los que hoy llegaron a Viedma a tomar el poder bajo la premisa de que todos son ñoquis parasitarios y absorben las ganancias que produce otra región de Río Negro. En rigor, esa visión no corresponde a los pueblos, sino a los dirigentes que responden a intereses de la oligarquía frutícola-exportadora provincial. Es la dirigencia que, siendo peronista, quiere tener ese “espirit de finesse” de la gente bien, y actúa en consecuencia, sin importar a quién benefician o, mejor dicho, siendo funcionales a intereses de sectores económicos que jamás derramarán sus ganancias entre los trabajadores, ni compartirán sus ganancias con el Estado para que éste mejore los servicios de educación, salud, seguridad y justicia.
La única respuesta al enorme gasto en salarios (65 por ciento del presupuesto provincial) es achicar la planta de empleados, sancionar a trabajadores, jubilar compulsivamente y privatizar controles. Quizás, si esas medidas estuviesen acompañadas de otras ejemplificadoras en la planta de funcionarios, pudiesen tomar otro cariz ideológico.
Sin embargo, amerita que las recetas (si es que este se considera un gobierno nac and pop) estuviesen orientadas a generar más producción, más industrias, más rentabilidad en actividades como el turismo y más obra pública, entre otras.
Pero claro, para ello se requiere tener un norte ideológico, y eso, a veces, choca con intereses poderosos. Los liberales buscan la libertad, y esa libertad se expresa en el mercado. El mercado, para ser libre, no debe sufrir la intervención estatalista.
Como se ve, lo que hoy está en disyuntiva es liberalismo o populismo, que es la disyuntiva entre mercado y Estado.
Para el populismo, ese que pregonaba Perón en su primera y segunda presidencia, la única posibilidad de derivar las ganancias de las empresas hacia los sectores populares, es que el Estado intervenga en la economía. Y para lograrlo, hay tomar definiciones de fondo. Por caso, el modelo socio-cultural y económico de la Provincia, algo que no ocurre hace años.
La oportunidad histórica, esa muletilla de campaña de este gobierno, de transformar Río Negro está a la vuelta de la esquina.
Prueba de ello es el trabajo de funcionarios y legisladores –desorientados a veces- que requieren una señal más clara sobre el rumbo, que solo Weretilneck puede dar.
Si no priman las especulaciones electoralistas basadas en futuros (incluso desacertados) escenarios nacionales, el gobierno, dirimiendo su debate interior, logrará moldear una identidad, fuera cual s