Breves reflexiones sobre Ceferino Namuncurá ● Jorge Castañeda

Antes que llegaran los españoles, mucho antes, al sur del continente el pueblo mapuche agradecía a sus dioses tutelares por haberles regalado el fuego, por haberles enviado un antepasado de su propio linaje que les enseñó a hacer las rucas y procurarles el alimento y el abrigo. Sabían que estaban sobre la tierra porque los ancianos eran padre y madre para ellos.
De ese pueblo sufrido y diezmado en la lucha desigual por el vencedor de quinientos años, que vivía de la caza, que molía el grano, que tejía en los telares la urdimbre de su triste historia, que propiciaba en el rehué a Gnenechén, que fabricaba sus instrumentos líticos, que caminaba las viejas rastrilladas siguiendo el curso de los ríos y las aguadas, que se reunía conforme a sus parcialidades en los aduares, que veneraba al canelo y al pehuén, que temía al collón y a los anchimallenes, que en la voz oracular de las machis escrutaba su destino, que viajaba por su mundo interior al ritmo del cultrún, que unía su suerte conforme al vuelo del ñanco, que se aprestaba a las batallas bajo el dominio sobre todo del gran Calfulcurá; de allí, de ese pueblo como tantos otros de todo el mundo, nació Ceferino Namuncurá, el vástago más ilustre del viejo cacicazgo.
Sus biógrafos han escrito que nació “en el Chimpay primitivo, allí donde el Río Negro se bifurca formando una gran isla, en proximidades de la boca toma del canal que atraviesa la misma, el 26 de Agosto de 1886”.
Era hijo del cacique Manuel Namuncurá y de la cautiva Rosario Burgos. Después de haber sido sometido por el gobierno nacional, con el uniforme de coronel del ejército y acompañado por un pequeño séquito, Manuel se dirigió a buenos Aires en el vapor francés “Pomona”. Allí, con la promesa de ser atendidos sus reclamos, se establece con su gente en las tierras de Chimpay.
La pluma del padre Luis Klobertanz nos ilustra que esta palabra mapuche quiere decir “lugar agradable”, “lugar acogedor” y que durante mucho tiempo fue un punto estratégico y secreto que los indios utilizaban para cruzar el Río Negro”.
Y para despejar dudas del lugar del asentamiento escribe que “el Chimpay de entonces, el Chimpay primitivo, no tiene nada que ver con el pueblo y la colonia agrícola de hoy”. Expresa que “como lo ha investigado muy bien el P. Mario Brizzola, el Chimpay de los indios, era una verde llanura que se extendía por la ribera derecha del río, entre las aguas y las bardas, desde la boca del canal que atraviesa la isla de Choele Choel hasta Pomona”.
En realidad es un detalle que mucha importancia no tiene, lo cierto es que allí se asentó la tribu y era común ver al famoso cacique cobrar todos los meses en Choele Choel su asignación. Lo verdaderamente trascendente es que allí nació quién sería el más famoso de su estirpe: Ceferino Namuncurá, el lirio de la Patagonia, al que más apropiado sería haberlo llamado por el apelativo del amancay o la mutisia, más acorde con nuestra flora.
Sobre su madre, Rosario Burgos, se sabe que “era una joven traída de Chile, después de la derrota de 1879. Cuando Namuncurá se casó legalmente con Ignacia Rañil, doña Rosario quedó al margen de la tribu y pasó a la agrupación comandada por Yanquetruz. Allí se volvió a unir con un tal Francisco Coliqueo y con él anduvo trabajando en varias partes. Al enviudar volvió a pedir hospitalidad a la tribu de Namuncurá y se radicó con una de sus hijas en Aluminé, donde hasta el día de hoy esta su gente y allí descansan también los restos de Ceferino.
En esta historia es una pieza importante la señera figura del P. Domingo Milanesio (más conocido como el Patirú Domingo) que tenía una muy buena relación con el cacique Manuel y que fue el consejero y guía espiritual de Ceferino. Lamentablemente aparte del excelente libro del P. Agustín Entraigas es muy poco conocida su labor evangelizadora en el Río Negro de entonces.
Ceferino es bautizado con ese nombre, y es un dato casi desconocido, porque había nacido un 26 de Agosto, día de San Ceferino, Papa y mártir, y los Namuncurá habían asimilado de sus amistades cristianas la costumbre de la época imponiendo al niño el nombre del santo que indica el día de su nacimiento.
Lo demás es historia ya muy conocida: su peripecia en las aguas del Río Negro cuando casi se ahoga, sus estudios en el colegio Pío IV donde compartió aulas con Carlos Gardel, su vocación religiosa, su estancia en Roma, su enfermedad y su muerte prematura.
Qué a ciento veintisiete años de su nacimiento podamos recordarlo con la voz y la pluma del Padre Klobertanz con la siguiente reflexión:
“Ceferino, al interpretar a tu persona, a tu vida breve, nos quedamos sin palabras. Cuánto de misterio, cuánto de Dios hay en tu existencia y en tus ilusiones”.
“Tu silencio, tu humildad, tus secretos, tu amor y tu dolor por tu pueblo mutilado, sólo se pueden pensar desde el mismo silencio, desde la contemplación”.
“Te adelantaste a los tiempos. Quisiste evangelizar a los tuyos desde su propia cultura, desde sus auténticos valores, desde sus derechos, desde ellos mismos”.
“Por eso, hoy eres más contemporáneo que en tu tiempo, más comprendido y admirado que ayer”.
“Ceferino, nos sorprendes, porque en medio de tus nuevas experiencias y contactos, fuiste auténtico. Porque no renegaste nunca de tu condición, de tu herencia mapuche, de tu historia, de tu genuina cultura. En Buenos Aires, en Viedma, en Turín, en Roma. Jamás tuviste vergüenza de pertenecer a un pueblo escarnecido”.
“Hoy tu figura se agiganta. Eres el símbolo de la fortaleza, de la resistencia y de la esperanza de todos los pueblos aborígenes de nuestra América. Eres la conciencia viva de todos los pueblos ultrajados que sin embargo siguen vivos y nos siguen interpelando”.
“El Señor recogió tu dolor callado, tu entrega sin límites, tu abnegación, tus sueños y tu muerte antes de tiempo, y te convirtió en espíritu de lucha y en tozuda esperanza de los pueblos pobres”.
“Tus lágrimas de niño ante la pobreza y el desamparo de tu gente, siguen quemando los ojos de pequeños y de grandes en el pueblo indio de nuestra América”.
“Tus hermanos siguen sin tierra propia, siguen arrinconados, siguen explotados, siguen olvidados, pero no se rinden, están de pie”.
“Congrega a los pueblos pobres. A pesar de la violencia y de la opresión, que no haya en ellos rencores ni odios. Pero no quieren más limosnas, ni caridad, ni compasión, ni promesas, ni migajas caídas de los banquetes. ¡Piden y exigen dignidad, justicia y derechos!”.
“Ruega para que nos reconciliemos con nuevas actitudes y con nuevas y valientes decisiones. Ruega para que cerremos las heridas de la humillación, y reconciliados en la sangre de los pobres que es la sangre de Cristo, formemos el nuevo pueblo americano”.

Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta