Cuando intentaron masacrar a la militancia ● Hugo Lastra
La masacre de Trelew o los fusilamientos de Trelew consistió en el asesinato de 16 miembros de distintas organizaciones armadas peronistas y de izquierda, presos en el penal de Rawson, capturados tras un intento de fuga y ametrallados posteriormente por marinos dirigidos por el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa.
Los sucesos tuvieron lugar en la madrugada del 22 de agosto de 1972, en la Base Almirante Zar.
El recuerdo de aquellas horas eleva la temperatura ante la fría crónica de los hechos.
Esos compañeros y compañeras, militantes políticos y sociales por un país libre y soberano, tiñen con su sangre el escabroso camino por los derechos de un pueblo.
Esos dirigentes, todos dueños de una conciencia colectiva de enorme profundidad, emergen en la memoria como blasones incorruptibles ante el odio y el desprecio.
Más allá de las rebuscadas explicaciones del gobierno de Lanusse y sus secuaces en la masacre, desde un primer momento el pueblo argentino comprendió que la mentira era tan grande como la sangre derramada.
No se puede olvidar que después de Trelew, la mayor parte de hermanos y hermanas de los fusilados están hoy desaparecidos.
Hoy no alcanza con rendir homenaje a todos nuestros muertos, hoy tenemos que demostrar que no se puede hacer callar y matar a todo un pueblo.
Que debemos asumir y recuperar la memoria.
Luego de mucho esperar, el 15 de octubre del año pasado, un Tribunal Federal condenó a tres de los responsables por asesinato y tentativa de asesinato (en 16 y 3 casos, respectivamente).
En hora buena.
Porque si se instala la impunidad en nuestra sociedad, si la justicia pierde su sentido, si los derechos individuales, humanos, elementales, no son respetados, se impone la ley de la selva y el futuro de la sociedad argentina se vislumbra como un gran caos.
Cada día y desde el lugar que nos toca, debemos seguir exigiendo Justicia para que la impunidad no nos acorrale y para que la verdad nos guíe desde la militancia y la memoria de los 30 mil compañeros desaparecidos.
Hugo Lastra