Rivadavia: un bandido, todavía prócer ● Pedro Pesatti
En «El Águila Guerrera», Pacho O´Donnel considera que el empréstito con la Baring -que las Provincias Unidas tomaron durante el gobierno de Rivadavia- es la coima fundante de numerosos negociados que acumula la historia económica de la Argentina. En verdad, constituye el primer antecedente de nuestro endeudamiento externo y la matriz de la manera en la que se hipotecó el futuro del país. El megacanje, en tal sentido, constituye la última gran estafa de una saga de capítulos que giran sobre el mismo tema. En un fin de semana, un puñado de funcionarios y banqueros realizaron un canje de bonos públicos que incrementó los compromisos de la deuda en 55.600 millones dólares, a cambio de postergar vencimientos por 12.500 millones de dólares entre el 2001 y el 2005.
La operación de Rivadavia fue nominalmente más modesta pero no por ello menos ruinosa. Solicitó un crédito a la Baring para construir un puerto, fundar nuevos pueblos en la frontera e instalar el sistema de aguas corrientes en Buenos Aires. El objetivo, sin embargo, era otro, y debieron pasar ciento veinte años hasta que el país, en 1947, pudo saldar ésta y otras deudas de variados compromisos. La determinación que el gobierno de entonces proclamó en Tucumán le costó caro. Fue derrocado en 1955 y las autoridades de facto suscribieron casi de manera inmediata la solicitud de ingreso de Argentina al Fondo Monetario Internacional.
No son pocos los historiadores y economistas que coinciden en señalar que entre las causas del derrocamiento de Perón estaba latente el interés de inducir al país a ingresar a un nuevo ciclo de endeudamiento iniciado en los albores de nuestra organización nacional y que se profundizó durante la etapa de la generación del ´80. La Revolución Libertadora inició, en efecto, un nuevo ciclo de endeudamiento que se acentuó de manera brutal a partir de 1976 y explotó con la gran crisis de 1982. Diez años después, Menem y Cavallo, que durante la dictadura estatizó la deuda privada, firmarían el Plan Brady con el propósito de resolver los problemas estructurales de la deuda que produjo el efecto contrario: el estallido de 2001.
A modo de digresión, para explicar el presente, suelo apelar a un ejemplo de nuestra vida cotidiana. Cada vez que observamos el cielo nocturno, lo que vemos no es otra cosa que la manifestación del pasado. Con la excepción de la luna, del sol y los planetas de nuestro sistema solar, las luces de las estrellas que llegan a nuestra retina han tardado años, miles y hasta millones de años en llegar a nosotros. La luz de la estrella Sirio demora once años en llegar a la Tierra y junto a Alfa Centauris es la más cercana. A partir de estos astros, la escala comienza a trepar por miles. En consecuencia, el cielo de nuestro presente está poblado de viejas luces y hasta incluso del titilar de astros que ya dejaron de existir. El presente histórico, siguiendo con el ejemplo, es como el cielo nocturno: una manifestación -en nuestro hoy concreto- de viejos tiempos, incluso de hechos muy remotos que repercuten en nuestras vidas y construyen la realidad que nos toca transitar. El empréstito con la Baring lo podemos pensar también como una estrella que aún titila en nuestro firmamento.
«La operación tratada con Baring por los hermanos Parish Robertson, con la complicidad de distinguidos ciudadanos como don Félix Castro, don Braulio Costa, don Miguel de Riglos y don Juan Sáenz Valiente, era sencillamente una estafa a las Provincias Unidas del Plata» -señala O´Donnel en su libro. «El 25 de junio de 1824, Castro, emisario de Rivadavia y Robertson, hacía saber a Baring que el empréstito de un millón de libras debería «colocarse» al tipo de ochenta y cinco, pero «girarse a Buenos Aires» solamente al tipo de setenta, repartiéndose la diferencia entre banqueros y comisionistas. Es decir, quedaba establecida una suculenta y pionera coima».
Los dueños de la Baring Brothers no podían creer cómo actuaban los representantes argentinos y «Alexander Baring expresó su temor de que el gobierno de Buenos Aires no aprobase una operación semejante que dejaba en el camino ciento cincuenta mil libras, además de las comisiones de estilo a cargo del deudor».
Lo que no sabía Alexander Baring es que el mismísimo Rivadavia participaba del negocio. «Está también entendido que al pasar a nuestro crédito la antedicha suma de ciento veinte mil libras -expusieron los representantes argentinos- nosotros garantizamos expresamente a ustedes la aprobación del gobierno de Buenos Aires sobre esta disposición.» O´Donnel cita en «El Águila Guerrera» la documentación que todavía conserva la Casa Baring bajo registro número 60. 630/2 del Archivo de Canadá y en el que consta cómo se repartió el empréstito de un millón de libras esterlinas: sólo quinientas cincuenta y dos mil setecientas libras quedaron disponibles para las arcas del gobierno, el resto literalmente se lo robaron. Pero la historia no termina allí: cuando el gobernador Las Heras pide que le envíen el dinero a Buenos Aires en lingotes de oro, la Baring le contestó que no era prudente girar tanto metal a tamaña distancia. Por lo tanto, excepto sesenta mil libras que llegaron a Buenos Aires, el resto quedó depositado en Inglaterra a un módico interés anual del tres por ciento.
Cuando Dorrego reasume el gobierno, los servicios de la deuda equivalían al ciento veinte por ciento de la recaudación de impuestos y el déficit fiscal la triplicaba. Decide poner en orden las cuentas y denuncia el negociado que lo conduce al infortunio. Los partidarios de Rivadavia cargaron la culpa sobre los federales y complotan hasta derrocarlo. El fin de Dorrego es conocido: muere fusilado bajo las balas del general Lavalle. Rosas pagó parte del empréstito y en 1866 se reprogramó el pago a más de treinta años, aunque recién en 1947, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, se terminó de saldar una de las más grandes estafas perpetradas en el país.
Pedro Pesatti
Presidente del Bloque de Legisladores del Frente para la Victoria de Río Negro