Aquella Legislatura… ● Ana Piccinini
Estamos por cumplir 30 años de la conformación de la primera Legislatura luego de años de dictadura, de gobiernos de facto, de tiempos donde estaba prohibida la expresión de las ideas.
Conformada por hombres y mujeres la mayoría formados en las dos fuerzas tradicionales de la Provincia, luchadores de campo, perseverantes ante la tremenda embestida que el último golpe militar, el del 76, le había propinado a la militancia política.
Forjados gran parte de su vida en la clandestinidad de un régimen que castigaba con la muerte la simple reunión, el intercambio de ideas.
Tuve el honor de integrar esa legislatura, cuando contaba con solo 28 años de edad.
Mi vocación siempre fue la función pública y el deseo de saber servir a las necesidades de los demás. A los 14 años asistía a las reuniones del Comité Seccional de Villa Regina, participando después, en la Franja Morada de la Universidad de La Plata, donde junto con mi formación académica me templé en el respeto irrestricto por el derecho del otro y en la intransigencia con la injusticia y la corrupción que proclamaba el glorioso Movimiento de Renovación y Cambio que llevó al Dr. Raúl Alfonsín a ser candidato a presidente de la Nación.
Siento que se me estruja el corazón, cuando recuerdo a esos primeros legisladores en sus bancas, como atletas que perseveraron en el tiempo a pesar de la tremenda adversidad que les había tocado sortear. Al verlos sentados allí yo profesaba por ellos un reconocimiento profundo porque habían logrado llegar a la meta. Habían vencido, eran los triunfadores. Con absoluta convicción para mí ese era su lugar.
Allí no había improvisados, ni contubernistas, ni oportunistas, allí estaban los que en sus canas acreditaban ser dueños de la mística que la Junta Militar no les pudo robar.
Quien podría olvidar los debates entre el Chino López Alfonsín y el Negro De La Canal, los golpes en las bancas, los discursos a capela, las lecciones de historia, sus vozarrones enérgicos enredados en reproches insalvables que siempre terminaban más temprano que tarde en un apretón de manos. El recinto siempre impregnado de la presencia de Irigoyen y Perón que más de una vez imaginé sonriendo con miradas cómplices.
Quien podría olvidar el respeto por Don Scatena, el más sabio y comprensivo de todos.
Los homenajes se utilizaban para marcar la diferencia y servían para dar pié al contrapunto que siempre llegaba desde la otra bancada sin hacerse esperar. Después de muchas interrupciones denegadas por el autor que aprovechaba sin pudor para contar la historia, la más de las veces aumentada, abonando al mejor posicionamiento de su partido y desatando la ira del que espera su turno. Al ser habilitado aquel para el uso de la palabra, la situación volvía a repetirse.
Las reuniones en la Comisión de Asuntos Constitucionales eran interminables, se discutía artículo por artículo cada iniciativa, y se calentaban allí los motores que siempre anunciaban lo que iba a ser el debate en el recinto. Se guardaba para ese momento la argumentación más sólida y demoledora para intentar doblegar, con un remate casi teatral, los argumentos celosamente preparados por el adversario.
Las reuniones de la Comisión de Presupuesto y Hacienda en la época de aprobación del Presupuesto eran temibles. El Gordo Rébora citaba a cada uno de los Ministros y Secretarios y los interpelaba hasta el cansancio a fin de que justificaran claramente cada número, cada partida y su destino. El control al cabo del año era más temible todavía.
Recuerdo que los observaba con tanta admiración y respeto. Gran parte de lo que soy se los debo a ellos, gran parte de lo que sé lo aprendí de ellos. Fundamentalmente que ese era el lugar donde se debían decir las cosas de la vida política rionegrina, allí era el lugar del debate, del lucimiento, de la exposición de la ideología, de la opinión fundada, ese era el lugar de la máxima expresión y exposición política.
Nadie conocía la mordaza, el Beto Calderari jamás cercenó la palabra de ninguno de nosotros, nunca se le hubiera ocurrido ponerle tiempo a un discurso, negarle la palabra a nadie.
Ese era el lugar por excelencia de la palabra y había que respetarla a como diera lugar. Tal vez, porque veníamos de tantos años de silencio y de susurros.
Esa Legislatura es la que tenemos que recuperar, la Legislatura del discurso jugado, la Legislatura que sorprendía al Gobernador, que más de una vez tuvo que promulgar leyes con el seño fruncido.
El Parlamento sin fisuras, sin consultas y directivas previas, aquel que respetaban los Ministros y al que acudían a convencer cuando querían ejercer la Iniciativa Parlamentaria.
En aquella Legislatura, el que sabía era escuchado y el que no sabía aprendía.
Con todos los defectos que podría enumerar, es la que debemos recrear en pos de la Institucionalidad de los rionegrinos, nuestros mandantes.
Levantar la mano con convicción, aún equivocados nos honra, nos dignifica, siempre se puede enmendar un error, lo que no se puede recuperar es la dignidad cuando actuamos para servir a posturas discrecionales, unívocas, individuales o autoritarias.
Este es mi humilde homenaje a ese Poder Legislativo, que dejó de ser hace tiempo, en gran parte por su propia autolimitación, casi consuetudinaria.
Por eso creo que, en gran parte, restaurarlo depende de nosotros, de los representantes del pueblo actuales, de los que hoy somos responsables de su desenvolvimiento, de su deficiente funcionamiento.
Algunos más responsables que otros.
Ana Piccinini
Legisladora Provincial
FpV