Evita; el gesto, sus implicancias y un gran ejemplo de lucha ● Martín Díaz
Cuando en nuestras vidas se presentan momentos difíciles o cruciales debemos tomar decisiones. Pero también solemos escuchar en esos momentos, sobre todo por parte de nuestros afectos, una frase de aliento bastante trillada pero no por ello menos importante: “no bajes los brazos”. Este concepto de aliento nos induce a “mantener la guardia en alto”, a seguir trabajando. La vida está plagada de disyuntivas, de encrucijadas y dilemas complejos en los que se debaten a veces los honores y la vocación.
Eso le pasó a Evita aquel 31 de agosto de 1951. Renunció a un cargo, pero no bajó los brazos, no bajó la guardia y se mantuvo firme en sus convicciones, luchando junto a sus descamisados, renunciando a los honores, abrazando las banderas de la justicia y la libertad.
Es importante saber que la renuncia es un acto voluntario, consciente, sensato, reflexivo, determinante y a veces, como aconteció con Eva, hasta puede ser un acto de amor. Pero también es un proceso de abandono de algo material o de una cuestión en la que se posee algún derecho. Eso le sucedió a Eva, renunció a un cargo, a la noble unción de aquel cabildo abierto, a la súplica de un pueblo que solo tenía por objeto honrarla. Renunció a todo ello, pero no a la lucha por su pueblo, por la patria peronista, por los humildes.
Fue entonces que ese 31 de agosto le dijo al pueblo argentino:“Quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico Cabildo Abierto del 22 de agosto. Ya en aquella misma tarde maravillosa que nunca olvidarán mis ojos y mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el movimiento peronista por ningún otro puesto.” (…)
“(…) No tenía entonces ni tengo en estos momentos más que una sola ambición, una sola y gran ambición personal: que de mí se diga cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente “Evita”. Eso es lo que yo quiero ser.”
Evita fue una verdadera guerrera y su blasón era la justicia social para proteger al pueblo. No traicionó sus genes, ni su linaje, no claudicó en su lucha y no abandonó su puesto de centinela garante de derechos. Aquel 31 de agosto su corazón sangró tanto que sus descamisados corrieron a abrazarla, reconociendo el gesto, su nobleza y su vocación. No existe explicación o lógica alguna que pueda dar cuenta de su destino, no hay retórica capaz de expresar tanto amor hecho verbo, esa es la Evita que todos recordamos.
Sus relatos fueron consecuentes con sus actos, educó con la palabra y predicó con el ejemplo y nos dejó una gran enseñanza a todos los que abrazamos las banderas de la justicia social cuando le dijo al pueblo: “Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas”.
Evita renunció a los privilegios, a los cargos, a los honores, pero no al trabajo incondicional, a los principios ideológicos doctrinarios y a la lucha incansable por los más humildes.
Martín Díaz
DNI: 22.537.374
Titulo Original: Renunciamiento Histórico. Evita; el gesto, sus implicancias y un gran ejemplo de lucha