Los políticos mendaces ● Jorge Castañeda
Alguien con cierta fortuna ha definido a esta época de grandes incertidumbres que nos toca vivir como “los tiempos canallas”. Tiempos donde los viejos valores que fueron sustantivos para el desarrollo integral del hombre han sido arrasados y vilipendiados hasta el hartazgo por los nuevos profetas de la posmodernidad. Parafraseando a Séneca tiempos donde “todo lo humano parece ajeno” y donde proliferan cada día más las actitudes individualistas.
La política, sobre todo en los países periféricos ajenos a las grandes decisiones, no es otra cosa más que una mascarada que renueva sus vestuarios cada cuatro años por medio de unas elecciones aburridas, en cuyas campañas ha sido abusada la paciencia de los electores con slogans vacíos de todo contenido, pero de fuerte incidencia mediática. ¡Y son los que quieren que todo cambie para que no cambie nada! Tienen distinta pertenencia doctrinaria y de partido, pero en sus palabras de barricada están adocenados como muebles de forja y nada se puede esperar de ellos, porque una vez en función de gobernar harán lo contrario a lo que prometieron. Mentiras necesarias, blancas o piadosas, pero mentiras al fin. Han sido muy pocos los ejemplos donde un candidato le ha dicho al pueblo la verdad, porque la verdad dura e inapelable nadie la quiere escuchar y se prefiere seguir viviendo en un mundo de gran hipocresía, donde lo único que importa es satisfacer al estómago, la víscera más sensible del ser humano. No en vano se suele decir que “engullimos de un sorbo la mentira que nos conviene y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”.
Sin embargo ya una gran parte de la gente se ha dado cuenta que los políticos mienten y este despertar ya es auspicioso por sí mismo.
Ya los griegos en sus teatros no en vano colocaban máscaras al hipócrita elevado sobre el coturno para atenuar el golpe de las grandes verdades dolorosas.
Los políticos, populistas a ultranza en su gran generalidad, no han escatimado las formas de agradar al pueblo con engañifas baratas y trucos de prestidigitador con anuncios rimbombantes, que al poco tiempo han demostrado la realidad de aquella frase de Miguel de Cervantes que “la verdad camina sobre la mentira como el aceite sobre el agua”. Y por eso mucha gente se ha sentido defraudada por ellos, en especial los más jóvenes que hoy son la nueva mayoría en los padrones electorales.
Es que el abandono de los viejos valores les está provocando dolores de cabeza mayúsculos y están comenzando a darse cuenta en este sentido que después de las mentiras “la verdad levantará tormentas contra ellos y que desparramarán su semilla a los cuatro vientos” y entonces ya no les creerá nadie.
Perón, con su sabiduría empírica para el conocimiento de los hombres y de sus conductas acuñó la siguiente frase por demás ilustrativa: “En principio acepto como verdad cuanto me dicen, pero cuando descubro que alguien me ha mentido, ya no le creo aunque me diga la verdad”.
Y posteriormente, influenciado por la lectura de los grandes pensadores y en especial por las “Vidas paralelas” de Plutarco, afirmó una regla de oro para el comportamiento de los políticos: “El conductor no puede decir la primera mentira. El conductor no puede cometer la primera falsedad ni el primer engaño. Debe mantener una conducta honrada mientras actúe, y el día que no se sienta capaz de llevar adelante esa conducta honrada será mejor que se vaya y no trate de conducir porque no va a conducir nada ni a nadie”. Porque el conductor “debe ser también un maestro, debe enseñar; y debe enseñar por el mejor camino: que es el camino del ejemplo. Diciendo la verdad, no delinquiendo él, no formará mentirosos ni delincuentes porque en la conducción política de tal palo tal astilla”. ¡Y cuántas astillas del mismo palo estamos viendo en los últimos tiempos!
El político mendaz como el famoso flautista de Hamelin con la música de sus mentiras podrá atraer alguna vez a los ciudadanos, pero cuando aflore la verdad, la lisa y llana verdad de estos tiempos difíciles, mayor será el desencanto de los engañados. ¡Así le fue al pastorcito mentiroso!
Lo que en realidad amedrenta y cada vez más es que no solamente mienten los políticos y la clase dirigente en general, sino que la mentira es una gangrena que lacera a todo el cuerpo de nuestra Nación.
El problema de la decadencia de nuestra sociedad es un problema moral, de valores, de los viejos paradigmas que dieron contenido a la humanidad en sus momentos de esplendor. Hoy sin ellos esta vida sin encanto es un “pabilo que humea” como dice la Biblia. Y la obligación de los hombres de buena voluntad es trabajar para recuperarlos, aunque muchas veces se sientan como “voces que claman en el desierto”. Porque “la libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no sólo en relación con los hechos y la in formación, sino también y especialmente sobre la naturaleza y destino de la persona humana, respecto a la sociedad y el bien común, y respecto a nuestra relación con Dios”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta