De Bariloche a Viedma en canoa, mil kilómetros

Bariloche.-  Un argentino y una austríaca realizaron una travesía por los ríos Limay y Negro con el objetivo de unir Bariloche con Viedma en canoa.

El argentino Gustavo Iñigo (41) y su pareja, la austríaca Mónika Fellner (27), navegaron en canoa durante 37 días por el río Limay y el río Negro para unir Bariloche con Viedma. La travesía finalizó hace unos días, después de recorrer casi mil kilómetros.

“No teníamos ninguna experiencia en navegación. Por eso antes estudiamos bastante el recorrido, conocimos gente que había hecho lo que nosotros queríamos hacer. Compramos los equipos, planeamos las comidas, dimos aviso a Prefectura y nos largamos”, cuenta Gustavo y agrega, apurado, que sin las personas que aparecieron durante la aventura no hubieran terminado el viaje. “Los balseros, los que nos levantaron en la ruta cuando el viento nos impedía seguir, los que nos dejaban acampar en los clubes”, completa. Dice que sólo interactuando con los vecinos es posible conocer un pueblo, que aprendieron que ésa es la mejor formar de viajar.

Marcelo Hostar, un kayakista que había hecho el trayecto diez años atrás, fue uno de los primeros contactos. Pero al kayak lo descartaron porque Mónika terminaba mareada por la tensión de los remos. Entonces fueron por la canoa: cinco metros de largo por 85 centímetros de ancho de fibra de vidrio. Hicieron dos salidas antes de emprender su plan. La primera fue en el lago Gutiérrez y la segunda en el Limay. Y el 21 de noviembre se despidieron de todos para partir.

Gustavo y Mónika se conocieron hace cuatro años en Capurganá, un paraíso entre Colombia y Panamá. Coincidieron en esa frontera y el amor corrió como el rápido de un río. Los dos viajaban por Latinoamérica y ahí, en ese pueblito, decidieron surcar la tierra juntos. Años después atravesaron en bicicleta Portugal, España y Marruecos. Fueron ocho meses de travesía y 3.600 kilómetros de pedaleo.

Durante esa experiencia pusieron en práctica un tipo de turismo que compartirán en una guía. Se llama turismo colaborativo (o “slow”) e implica salir de viaje con un presupuesto mínimo porque la clave está en el intercambio. “En un hostel de Bariloche canjeamos atención al público y limpieza del lugar, por cama y comida, por ejemplo”, explica Gustavo. Su novia estuvo al frente de la recepción de ese hostel porque habla alemán, inglés y español a la perfección, y además se anima al francés y al portugués. “Entonces el presupuesto se reduce considerablemente. Todos podemos viajar”, avisa Gustavo. Así “pagaron” paisajes imposibles. Como el de Piedra del Águila, un día en el que viento se tomó un respiro y levitaron en la canoa. Recuerda Gustavo: “La nubes se reflejaban en el agua, que estaba quieta como un espejo. Eramos nosotros y el silencio”.

 

 

 

DIARIO CLARIN