Dolor ● Enrique Minetti
Escribo atravesado por el dolor. El penúltimo día del primer mes del año, el mar se cobró la vida de Martín Casamiquela y de su padre, Sergio.
Martín tenía 30 años y toda la vida por vivir. Demasiado joven para dejarnos.
Era amigo de mis hijos desde siempre y muy amigo de sus amigos. Integraba un grupo maravilloso de chicos a quienes no nombraré por temor a olvidarme de alguno. Pocas veces he visto amigos como ellos, unidos, solidarios, fraternos. Se buscan, se necesitan, se ayudan, se extrañan.
Esos amigos lo buscaron incansablemente durante tres días en las aguas del pescadero, donde sucedió la tragedia. Con viento, con frío, con un mar embravecido lo buscaron. También con mucho coraje y valentía. Otros, lo esperaban desconsolados en la playa. Todos, penetrados por un dolor indescifrable.
Martín apareció solo, en la costa. –No quería que lo viéramos. Se consolaba mi hijo.
Fue desgarrador verlos tan jóvenes llevar el ataúd de su amigo. Esas manos todavía tiernas no están hechas para tanto y tanto padecimiento. Sus corazones llenos de sueños y esperanzas no alcanzan a comprender esta ausencia temprana. Sus pupilas limpias reclaman su parte de alegrías.
Arrojaron sus cenizas al mar. A la madre Tierra que engendra y alimenta a todos los seres y luego los recoge en su seno. Como ser femenino lo guardará celosa y amorosamente, como su madre Doris que le dio la vida.
En esa ceremonia sensible y única los amigos se abrazaron y lo abrazaron con fuerza en un silencio profundo y noble, hundiendo los pies en las aguas del Atlántico que también se llevó sus lágrimas. Y con sus miradas perdidas lo despidieron.
– Martín siempre nos convocaba, estaba pendiente de nosotros, quería que estemos bien. Comentaba una amiga. Y los volvió a reunir.
Para darle el último abrazo vinieron amigos de todas partes del país. Hasta de Londres llegó un amigo a despedirlo.
La muerte golpeó a Martín en plena vida, pero si es cierto que los seres humanos objetivan su existencia obteniendo el reconocimiento, Martín obtuvo sobradamente ese reconocimiento. De su padre, de su madre, de su hermana, de sus seres queridos y de sus amigos.
Entonces, como consuelo, se realizó en su corta vida y le ganó a tan injusta muerte.
La amistad es una de las formas más elevadas de amor y como tal no muere.
En un último gesto suyo, antes de alzar el vuelo, dividió su corazón en partecitas que viven tan alegremente como Martín en cada uno de sus queridos amigos.
ENRIQUE MINETTI