El poder del silencio • Jorge Castañeda
En el silencio se forjaron los grandes líderes de la humanidad. El profeta Elías escondido en la cueva no encontró a Dios en el terremoto, ni en el incendio, ni el estrépito sino en el “silbo apacible”. Es que Dios está en el silencio y desde el silencio nos habla.
Hay diferentes tipos de silencio: el silencio de los cementerios, el de los hospitales, el de las bibliotecas, el de los templos o monasterios y también al decir de Miguel de Unamuno ese que “es la peor de las mentiras”.
Al desierto y al silencio se retiró Jesús a meditar durante cuarenta días y cuarenta noches. El Buda recibió la iluminación a través del silencio y de la meditación y para Confucio “el silencio es el único amigo que jamás traiciona”.
Particularmente prefiero a las personas silenciosas ante que a los locuaces, se sabe: “el que mucho bate la lengua, poco piensa”.
Pero es justo señalar que hay también un silencio dañino porque al decir del Mahatma Gandhi “lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.
Sin embargo en las causas trascendentes y justas muchas veces el silencio habla y dice mucho. Son célebres las marchas del silencio. Imponen respeto, ayudan a reflexionar y demuestran más que muchas palabras. El mismo Jesús guardó silencio ante el procurador Poncio Pilato y alguna vez optó por escribir en la tierra antes que hablar, pero sus silencios fueron categóricos.
En las zonas rurales se suele decir que “el silencio es salud”. Y para muchos habitantes de esa Argentina invisible de la que hablaba Eduardo Mallea el silencio y la prudencia son sus mejores valores.
Hay que desconfiar del ruido, de la multitud de palabras del timorato, del aturdimiento, de la postración moral de una babel global donde mil lenguas se confunden, porque se habla mucho y se piensa poco. Solo el silencio ayuda a pensar y es más elocuente que una multitud de palabras.
“Atención pido al silencio/ y al silencio la atención” escribió José Hernández en su Martín Fierro.
El silencio debe ser siempre propio y fruto de una libre decisión. Caso contrario, si es impuesto por el poder, de nada sirve. Y el silencio debe como el ayuno tener un motivo. Se afirma que en el silencio muchos encontraron la verdad, o su verdad, poco importa.
Nada hay más imponente que una multitud en silencio: sin consignas, sin pancartas, sin cánticos. A veces al decir de Martin Luther King “una marcha de silencio es la mejor forma de romper el silencio”.
Argentina está harta de locuaces, de frases hechas, de pensamientos adocenados, de discusiones sanguíneas y de pleitos estériles. De luchas sin grandeza, de descalificaciones insultantes, de desencuentros viscerales.
Pareciera que los argentinos nunca estamos de acuerdo en nada. Y esto viene desde el fondo de nuestra historia. Es nuestra marca genética. Nuestra enfermedad como Nación: una herrumbre que carcome nuestras mejores virtudes y opaca la brillantez de algunas individualidades descollantes. No podemos “hacer la cruz como pueblo” al decir de Leopoldo Marechal. Es nuestra desgracia y nuestro pathos de amargura.
El silencio es el mejor aliado en los responsos y el dolor por las cosas que se han perdido cala hondo en los corazones.
Cuando vemos lo que somos en la vida y lo que representamos como pueblo “sólo el silencio es grande y todo lo demás es debilidad” porque “hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio” y la frase es de Mario Benedetti.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta