Argentinos en la Guerra Santa
Exclusivo de «Miradas al Sur», por Roberto Montoya, desde Madrid. Jóvenes de nuestro país participan en los dos bandos del conflicto militar y religioso establecido en la invisible frontera entre Irak, Siria y Turquía. Entre los reclutados hay chilenos, uruguayos y mexicanos.
Hay que ponerse en manos de Alá sin desobedecer ya que igualmente pueden matarte.” El manuscrito, con instrucciones para los yihadistas en el caso de ser detenidos, es una de las numerosas pruebas que el titular del Juzgado Central de Instrucción Número 5 de la Audiencia Nacional de Madrid presentó contra el argentino César Raúl Rodríguez para imputarlo como miembro de una red de apoyo al Estado Islámico en España.
El juez Pablo Ruz, sucesor del juez Baltasar Garzón, acusó en su auto del 9 de diciembre de 2014 al joven Rodríguez, nacido en Santiago del Estero en 1989, de formar parte, bajo el seudónimo de “Omar, el argentino”, de la Brigada Al Andalus del grupo terrorista Estado Islámico, dedicada a “labores de captación, radicalización y posterior envío de muyahidines para realizar acciones terroristas en zonas de conflicto armado, todo ello con el objetivo principal de la instauración de la UMMA (Nación Islámica Universal) mediante la Yihad Islámica o Guerra santa”.
El grupo, encabezado por el marroquí-español Lahcen Ikassrien, ex prisionero en la base estadounidense de Guantánamo, y compuesto por 15 miembros, la mayoría marroquíes, operaba en España desde 2011, según el juez.
Lahcen había sido liberado en 2005 de Guantánamo y fue deportado a España, donde el juez Grande Marlaska lo mantuvo detenido durante un año hasta que la Sala Penal de la Audiencia Nacional lo liberó en 2006. Este corresponsal entrevistó a Lahcen en 2008 (http://www.elmundo.es/espana/2014/06/17/53a022b0ca474157528b457f.html).
La brigada Al Andalus que dirigía ya había enviado a nueve combatientes a Siria e Irak, según el Ministerio del Interior español.
El argentino César Raúl Rodríguez, a quien se le incautaron numerosos videos, documentos, banderas y símbolos del EI, figura en el auto del juez Pablo Ruz en la categoría de “Combatientes” a la espera de instrucciones para actuar, dentro de la jerarquizada estructura del grupo.
César había llegado a España diez años atrás, trabajando como albañil durante el boom de la construcción, donde se convertiría al Islam y se casaría con una mujer marroquí, Hanann, con la que tuvo dos hijos. Ahora estaba desempleado. Según la policía, habría sido en sus rezos en la gran Mezquita de la M30, en Madrid, cuando coincidió con algunos de los reclutadores de la Brigada Al Andalus, quienes finalmente lo habrían convencido de integrarse en la misma.
Su defensa siempre ha asegurado la inocencia del joven santiagueño, asegurando que desconocía las actividades que desarrollaban sus compañeros de rezo. El auto del juez sostiene lo contrario.
La noticia pilló de sorpresa a su familia, como a las de muchos de los argentinos que en los últimos años se han unido al Estado Islámico, no todos ellos provenientes de familias de origen musulmán. Según estimaciones de servicios de Inteligencia estadounidenses y europeos hasta 20 argentinos o más pueden haber muerto ya en Siria, Irak u otro países donde opera el Estado Islámico, motivados por razones de lo más disímiles y reclutados algunos de ellos a través de centros de culto islámico pero mayoritariamente a través de Internet. La ya llamada “Yihad 2.0” está siendo una de las vías de reclutamiento más habituales.
La periodisa francesa Anna Erelle ha publicado recientemente el libro En la piel de un yihadista, en la que narra cómo logró mantener durante semanas un chat a través de skype con el combatiente francés Abu Bilel, del EI, y mano de derecha del líder máximo de ese grupo, el “califa” Al Baghdadi, haciéndole creer su interés de casarse con él en Siria. La periodista, hoy en la clandestinidad y amenazada de muerte, mostró las imágenes que Abu Bilel le enviaba con cuerpos decapitados y acciones bélicas.
Decenas de chilenos, uruguayos, brasileños y mexicanos participan hoy día en las brigadas internacionales del EI, aunque el rastro de ellos se difumina muchas veces al adoptar nombres árabes en sus lugares de destino. Comparten brigadas junto a cerca de 100 estadounidenses, 50 australianos y otros tantos canadienses, a unos 3.000 europeos y a cerca de 30.000 jóvenes del Magreb, Oriente Medio y otros países de mayoría musulmana, un fenómeno que parece imparable.
Según decía días atrás el general John Kelly, comandante del Comando Sur del Ejército de EE.UU., grupos suníes como el Estado Islámico están intentando cada vez más implantarse en América latina y utilizar las redes ilegales de inmigración y tráfico de drogas para moverse por la región y entrar a territorio estadounidense.
Según fuentes oficiales del control de fronteras y aduanas estadounidenses, 474 personas provenientes de países con fuerte implantación del EI, como Siria e Irak, ha intentando entrar ilegalmente en EE.UU. sólo durante 2014.
Los yihadistas utilizan las mismas vías muchas veces para volver a sus países de origen, aunque los servicios de Inteligencia han interceptado comunicaciones de yihadistas en las redes sociales en las que muchos, desilusionados por lo que habían visto y vivido en los frentes de guerra, intentaban volver a sus países pero les resultaba casi imposible, sabían que estaban buscados por la policía. Muchos, eufóricos en su momento de partida, habían hecho pública su decisión de combatir en Siria y luego se habían fotografiado en escenarios de guerra.
Argentinos en los dos bandos. No sólo hay argentinos combatiendo en las milicias del Estado Islámico, sino que también hay argentinos, al menos uno, combatiendo en el bando contrario, contra el EI.
El mendocino Maximiliano Mattioli, nacido en Godoy Cruz, es hasta ahora el único argentino y posiblemente el único latinoamericano que combate armas en la mano contra el EI.
El también vivía en España, como el santiagueño Rodríguez, trabajaba en bares de Barcelona e Ibiza, pero ambos tomaron caminos distintos frente al mismo conflicto. Mattioli reconoce que “embarcarse en este tipo de historias sin al menos un poco de background militar sería una locura”, él ya había estado enrolado en la Legión Extranjera.
“No soy un mercenario”, aclaraba días atrás, “vi las locuras que hicieron los milicianos del EI en Siria y todo lo que vino después, y decidí que tenía que hacer algo”.
Mattioli decidió enrolarse con las milicias kurdas, con los pershmerga, que combaten en Irak contra las fuerzas del Estado Islámico. Los pershmerga son apoyados actualmente paradójicamente tanto por Irán como por EE.UU., en esa peculiar alianza puntual que mantienen dos países enfrentados desde 1979.
Mattioli, fotografiado fuertemente armado junto a sus compañeros pershmerga en el frente de Kirkuk, ciudad asediada por el EI, se siente orgulloso de haber tomado esa decisión.
“Siempre me gustó tener una vida aventurera, y luego está el tema de hacer cosas a pesar de los miedos, seguramente es más cómodo sentarse en casa calentito en el sofá, mirar la televisión y cabrearse por lo mal que está el mundo y luego ponerse a ver un partido de Champions”.