De los barcos a la universidad ● Enrique Minetti
Entre 1860 y 1916 el gobierno implantó una política que posibilitó que llegaran a la Argentina 6.000.000 de inmigrantes. Ese aluvión inmigratorio dio origen al tan mentado mito del crisol de razas que definiría al ser argentino, lo que llevó a Octavio Paz a decir “Los mexicanos descendemos de los aztecas, los peruanos de los Incas y los argentinos…del barco”. Y también que “Los argentinos son italianos que hablan español y que se creen franceses”.
América en general y Argentina en particular, eran vistas como una patria grande en potencia en la que todo estaba por escribirse.
La lógica del colonizador y el colonizado dio la espalda al indio, al negro y al mestizo que habitaban estas tierras y miró a Europa como la fuente y medida de todas las cosas materiales y espirituales. Los «cabecitas» no formaban parte de él o si lo hacían era desde el lugar subsidiario de lo pintoresco o lo anecdótico. Es muy común escuchar todavía hoy, en vastas regiones de la pampa húmeda, proveniendo de los descendientes de aquéllos inmigrantes que “hicieron la América” en este generoso país que les dio todo, la expresión de “negro de mierda” referida a los hijos de esta tierra. Cero agradecimiento.
La mayor parte de ellos provenían de Italia y España. El resto, de Alemania, Inglaterra, Irlanda, Francia, Rusia, Siria y Suiza entre otro lugares. Ningún otro país produjo un aluvión inmigratorio tan fenomenal como el que el Estado Argentino llevó adelante en esos años, lo que produjo enormes consecuencias de todo tipo, pero que fundamentalmente afectaron la matriz de la identidad nacional, fenómeno que subsiste hasta nuestros días. La población original se vio afectada enormemente. En los Estados Unidos, hacia 1914, había un extranjero y medio por cada diez habitantes, en tanto que en la Argentina tres por cada diez.
Es indudable la existencia de factores de expulsión existentes en Europa, tales como las deplorables condiciones sociales y económicas de aquellos países y regiones que favorecían la partida de personas.
Algunos se instalaron en regiones rurales en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y la Patagonia.
Con excepción de aquellos que vinieron a través de compañías de inmigración, como es el caso de Aarón Castellanos en la Pcia. de Santa Fe que dieron nacimiento a la primera colonia agrícola del país: Esperanza, la mayoría de los inmigrantes debieron instalarse en las ciudades y emplearse como asalariados o jornaleros. En las épocas de siembra y de cosecha, requería gran cantidad de mano de obra y migraban al campo. Muchos inmigrantes se convirtieron en obreros de los puertos, los ferrocarriles, los frigoríficos, la construcción, las industrias de alimentos, bebidas y tabaco, entre otras actividades.
Venían para trabajar duro, para ganar mucho dinero y poder volver a sus pagos enriquecidos. Algunos pudieron volver, la mayoría se quedó.
Como contrapartida, entre los años 2000 y 2001 se fueron del país motivados por los factores de expulsión por todos conocidos, unas 140 mil personas.
Volviendo a los extranjeros, éstos eran acogidos en el Hotel de Inmigrantes, donde se los recibía con buena y caliente comida y desde donde podían salir para encontrarse con familiares o compatriotas quienes los ayudaban a encontrar techo y trabajo. La hospitalidad y generosidad argentinas se pusieron otra vez de manifiesto.
Bueno resulta reflexionar cuál habrá sido la situación de absoluta pobreza, desolación y falta total de posibilidad alguna de trabajar dignamente y forjarse así un futuro mínimamente decoroso en Europa, de aquellas personas que decidieron abandonarlo todo. Y cuando digo todo, es TODO: padres, hijos, hermanos, familia, amigos, sus bienes aunque hayan sido pocos o nada, sus paisajes, recuerdos, historias, pertenencias, identidad, sus pueblos, costumbres, cultura, en fin, abandonar su país, su patria, su historia, su pasado y su futuro. Embarcarse en una larga travesía trans oceánica -la mayoría de las veces viajando en deplorables condiciones- hacia un país remoto y desconocido de otro continente, del cual, probablemente, nunca antes habrían tenido alguna noción de su existencia.
Piénsese Ud. amigo lector, teniendo que abandonarlo todo en Argentina y teniendo que migrar a Uzbekistán o Tadjikistán. Algo así les habrá sonado a nuestros antepasados el nombre Argentina.
La inmensa mayoría de los argentinos descendemos de aquéllos inmigrantes. Con el descontado y lógico respeto y amor que profesamos por nuestros abuelos es un dato de la realidad que en su mayoría eran analfabetos o semianalfabetos. La nuestra no fue una inmigración calificada, el país de aquellos años necesitaba mano de obra y eso es lo que fueron a buscar y trajeron los hombres de la generación del 80 que pensaron, con Alberdi, que gobernar era poblar.
Pues bien, desde 1870, fecha en que nuestros antepasados descendieron de los barcos en las condiciones paupérrimas ya descriptas hasta nuestros días, han pasado 145 años, esto es, apenas tres generaciones y sus nietos hoy son hombres y mujeres educados que han alcanzado posiciones prominentes en toda clase de actividades. Los hay comerciantes, empresarios, latifundistas, políticos, jueces, legisladores, funcionarios, gremialistas, educadores, académicos, artistas, escritores, poetas, comunicadores sociales, religiosos, presidentes, gobernadores, intendentes, ingenieros, médicos, abogados, arquitectos, profesionales de todas las ramas, entre ellos cinco premios Nobeles.
¿Fue esto fruto del azar? Indudablemente que no. Se debió a una decisión política. La política de la gratuidad de la enseñanza en todas las ramas, incluyendo a la universitaria. Gratuidad universitaria casi única en Latinoamérica y en el mundo. Los hermanos chilenos aún luchan por conseguirla.
En muchos países un niño nace hijo de panadero y es, con suerte, panadero el resto de su vida. La movilidad social de Argentina es ejemplo mundial.
Ana Jaramillo, Doctora en Sociología, Rectora de la Universidad de Lanús, en un excelente trabajo acerca de la gratuidad universitaria argentina señala que fue el presidente Perón quien en 1949, mediante el Decreto 29.337, suprimió todos los aranceles universitarios.
“Si bien el golpe militar de 1955 y las sucesivas dictaduras, incluyendo la última y más sangrienta y genocida, lograron ocultar dicha decisión política por casi cinco décadas, no pudieron revertir la decisión y no pudieron arancelar los estudios universitarios. Argentina sigue siendo uno de los pocos países donde los estudiantes no pagan sus estudios”.
“El decreto de Perón fue ocultado y desconocido por la mayoría de los académicos, intelectuales y estudiantes que le atribuyeron la gratuidad universitaria a la reforma de 1918. La entrevista donde el ex mandatario explica el sentido de su decisión fue prohibida como todos los documentos de lo sucedido en su primer y segundo mandato”.
“Recién hace cuatro años fue sancionada la ley que declara el 22 de noviembre como Día de la Gratuidad de la Enseñanza Universitaria. La presidenta de la Nación lo aclara cada vez que inaugura una de las diez nuevas universidades creadas para que en los lugares más postergados, a lo largo y a lo ancho de nuestro país, se pueda ejercer el derecho.” Tal, es caso de la Universidad de Río Negro.
“Perón fundamenta su decisión en que es una medida de buen gobierno, ya que “el Estado debe prestar todo su apoyo a los jóvenes estudiantes que aspiren a contribuir al bienestar y prosperidad de la Nación suprimiendo todo obstáculo que les impida o trabe el cumplimiento de tan notable como legítima vocación”. Ello colaborará para él, al engrandecimiento y auténtico progreso del pueblo que estriba en gran parte en el grado de cultura que alcanza cada uno de los miembros que la componen”.
“El ocultamiento de esa realidad, del protagonismo de los hombres para transformarla, intenta naturalizar los hechos sociales como si las injusticias fueran catástrofes inevitables de la naturaleza, pretende promover el escepticismo, como si el presente hubiera caído del cielo, como fenómenos meteorológicos, como si los Derechos Humanos y sociales no fueran siempre conquistas de los pueblos”.
“Decía José Vasconcelos, ministro de Educación de México, que había que ampliar la Patria para hacerla americana y para ello se debía comenzar por la unificación de la enseñanza en todos los países de Ibero América, adoptando textos comunes con las excepciones naturales del caso. Para él toda constitución Iberoamericana debería decir: “Son ciudadanos de este país y tienen todos los derechos a la ciudadanía, los nacidos en territorio de Hispanoamérica.”
“Sabemos que con la gratuidad no alcanza para hacer reales los derechos legales. Que la selección para acceder a los estudios superiores no empieza con el ingreso a la universidad, sino con la inequitativa distribución de la riqueza, del poder económico, social y cultural, pero solidarizarse con los estudiantes chilenos es hermanarse con los pueblos de Nuestra América, es cultivar, decidir y comprometerse a construir la Patria Grande, la Patria Única como nos señalara el maestro de Juventudes Manuel Ugarte”.
Es bueno ejercer la memoria y repasar la historia. Nada cae del cielo gratuitamente. No debemos naturalizar los acontecimientos como el de la gratuidad de la enseñanza universitaria. Ella ha permitido a muchos jóvenes, con sólo esfuerzo y dedicación, alcanzar una significativa posición económica, un ascenso social destacable, la posibilidad de ejercer funciones importantes en todos los ámbitos, el prestigio y el reconocimiento de la sociedad conforme sea su honesto y correcto desenvolvimiento profesional.
Y eso, no es poca cosa.
ENRIQUE MINETTI