Umberto Eco: «El diario funciona aún como si Internet no existiera»
Buenos Aires .- El diario La Nación publica hoy una nota de Juan Cruz, sobre la nueva novela del italiano que critica al periodismo contemporáneo. Reproducimos el reportaje a Humberto Eco.
Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le pedimos fotos de su juventud fue a una computadora, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y encontró las que lo llevan al principio mismo de su vida. Todo lo hace con eficacia y buen humor, rápidamente; lleva en la boca el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco.
Tiene una inteligencia directa, no rehúye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros. Ya tiene 83 años; ha adelgazado: lleva una dieta que lo alejó del whisky y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre.
Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Desde ese éxito que hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece con una nueva novela que le nace desde el centro mismo de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil lo ha llevado durante décadas a hacer autocrítica del oficio. Número cero pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el gran magnate de los medios en Italia?, le pregunté a Eco. El profesor dijo: «Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia».
-Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?
-Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años 60, además de tener en el bolsillo el carnet de periodista. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre.
Hay lectores que han encontrado en Número cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault.
Por aquel entonces, alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero ahora me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que por lo menos salga una gota. Bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio [un periodista clave en la trama de la novela] sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años 90 cuando yo mismo no sabía qué auto quería.
Número cero está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar…
-Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro. Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de «máquina del fango».
-¿En qué consiste?
-En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela, aparece un magistrado [que existió en realidad] al que no se descalifica directamente, se dice sólo que es estrafalario, que usa medias de colores. Un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
-El director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: «Es que la noticia no existe, el periodista la crea».
-Sí, naturalmente. Mi novela no es sólo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros. Muchos diarios se han reconocido en Número cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
-El periodista está retratado también como un paranoico en busca de una historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla?
-Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini. Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción.
En La isla del día antes, describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: «Mira qué bonita la invención de Eco». Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas. Si buceás en la historia, podés hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.
-Y usted no la inventó, claro.
-Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías.
-Ahora realidad y fantasía tienen un tercer aliado, Internet, que ha cambiado por completo el periodismo.
-Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo. Si sabés que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Corriere della Sera, podés pensar que existe un cierto control de la noticia y te fiás. En cambio, si leés un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fiás. Con Internet ocurre al contrario: te fiás de todo porque no sabés diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Pensá tan sólo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o en la que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento de personas que se las toman en serio.
-Ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone?
-¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces, el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard. Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?
-Dígalo usted.
-Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, siete días para construir sus reportajes. Si leés Time o Newsweek, ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo. La crisis del periodismo es un problema muy grave e importante.
-¿Por qué es tan grave?
-Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, leo un editorial o un artículo de opinión. Ésta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!
-¿De verdad cree que no?
-El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de Internet, y es algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: «Mirá qué hay en Internet, mirá qué cosas falsas se están diciendo, reaccioná ante eso, yo te lo muestro». Y eso se puede hacer tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos -ya que los jóvenes no leen-, que además no usan Internet. Habría que hacer un periódico que se convierta no sólo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Es un posible futuro para un buen periodismo.
-En su novela, un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?
-Y no sólo. Profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice [burlándose]: «¡Yo sé una cosa que vos no sabés!». Y eso es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y sólo son recortes de prensa. Se venden a un gobierno y a los servicios secretos o a la policía, llenos de cosas que sabíamos todos, menos los servicios secretos.
Número cero es ficción, pero todo se puede verificar en la realidad?
-Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos usan esta máquina, pero existen los que sí, y por una modesta suma de dinero podría dar los nombres.
-¿Y cómo se sale del fango?
-Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas.
En la época áurea, si no te gustaba un presidente de los Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra. En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio.
Ésta es la máquina del fango. Aquel juez de Rímini de mi libro (que existió realmente, en otra ciudad) llevaba medias estrafalarias, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una sentencia que no le había gustado a Berlusconi. Y lo que hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través de episodios menores. Podés deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusás, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango.
-Frente a la máquina del fango?
-Las pruebas, las noticias contrastadas. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que estaba con una menor de edad, entonces se lo puso en dificultades. Como ves, ¡hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada.
-¿Concibe que un día no haya periódicos?
-Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero, para no morir, el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse a hablar del mundo. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet tendría una función. En cambio, el diario funciona todavía como si la Red no existiera. ¡Es como si no se ocuparan nunca de su mayor adversario!
-¿Es su adversario?
-Sí. Porque lo puede matar..