«Combate aéreo» entre hombres y aves
Neuquén.- Hombres y aves viven una auténtica «guerra en el aire», que causa cada año millones de muertes de animales víctimas de molinos de viento, líneas eléctricas y antenas, a la vez que corren riesgo numerosas vidas humanas debido a las colisiones en vuelo entre aviones y aves. El informe fue difundido por la Universidad Nacional del Comahue sobre una publicación de la revista Science.
Frente al creciente desarrollo de la actividad humana en la franja de aire que utilizan para crecer y desarrollarse numerosas especies, urge la necesidad de crear áreas protegidas aéreas, permanentes o temporales, que resguarden este ambiente hasta ahora no tenido cuenta para la conservación.
El escenario fue descrito por un grupo de biólogos expertos en ecología: el Dr. Sergio Lambertucci, del CONICET y el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA) de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina), y los Dres. Rory Wilson y Emily Shepard, del departamento de Biociencias de la Universidad de Swansea (Reino Unido).
El estudio, publicado por la revista Science, recuerda que la creciente competencia por el espacio aéreo tiene costos cada vez más elevados, no sólo en términos de vidas humanas y animales, sino también económicos.
«La interacción aérea entre humanos y la vida silvestre a menudo queda de lado cuando se consideran las consecuencias ecológicas de la actividad humana», explica el artículo.
Sin embargo, el espacio aéreo es necesario para procesos ecológicos clave: «Miles de millones de individuos de diferentes especies migran cada año, influenciando patrones de biodiversidad».
«Sólo en Estados Unidos, cada año, los accidentes aéreos con aviones cuestan más de 900 millones de dólares, con el número de episodios multiplicado por seis en los últimos 20 años. A la fecha, 200 personas murieron a nivel global y cientos de aviones fueron dañados por choques con aves», afirma la investigación.
Por otra parte, los riesgos para el ambiente son incalculables. La invasión humana del espacio aéreo -que hoy se lleva a cabo también con drones- «amenaza a millones de animales migratorios que forman parte de numerosos ecosistemas».
«Deberíamos tener en cuenta también a los microorganismos que viven en el aire, porque podrían tener un papel en la condensación de la humedad y del hielo, influyendo así en la formación de las nubes y del propio clima», advirtió Lambertucci.
Por ello los tres biólogos llaman a establecer nuevas medidas preventivas, que van desde la producción de superficies vidriadas más fácilmente reconocibles para los pájaros hasta la remoción de las palas eólicas y la creación de «reservas aéreas» para no perturbar a las aves migratorias.
«Hasta ahora -dijo Lambertucci a ANSA- las estrategias de conservación se focalizaron sobre todo en la tierra, por ejemplo con los parques nacionales, y más recientemente en el agua, con los parques marinos. Pero desde el punto del vista del aire falta mucho por hacer y aún no se han desarrollado parques aéreos a lo largo del mundo, no se ha considerado aún el aire como un hábitat que también debe ser protegido».
«La creciente actividad humana para el transporte aéreo, la vigilancia y la generación de energía entra en conflicto con las aves generalmente en los primeros cientos de metros desde el piso, el área donde opera la mayoría de los animales voladores y también se concentra la acción del hombre», agregó.
«Si bien los parques nacionales tienen cierto grado de protección de su espacio aéreo, no han sido pensados específicamente para las especies que utilizan el aire. Por eso planteamos que hay generar áreas para las especies que usan el aire, para alimentarse o trasladarse. También hay muchas bacterias, hongos y otros organismos importantes porque representan vida silvestre en el aire, en el cual se trasladan, alimentan y reproducen y forman parte de muchos procesos ecológicos importantes», subrayó Lambertucci.
«A veces con soluciones simples, como correr unos kilómetros un aeropuerto al diseñarlo, o saber cuáles son las especies de una zona determinada y cómo éstas se mueven, se puede reducir el solapamiento con la vida silvestre que utiliza ese lugar».
Así ocurre con los cóndores, cuyas zonas ideales para trasladarse de la cordillera a la estepa pueden coincidir con las zonas óptimas para colocar molinos de viento: conociendo cómo se mueven estas aves puede bastar con mover el área de implantación de los molinos unos cientos de metros para reducir el riesgo de colisión con estas aves.
También recordó que los edificios «son muy peligrosos: cada año se estima que millones de aves pueden morir, sólo en Estados Unidos, por la colisión con vidrios y edificios». Por eso «Nueva York empezó a reducir las luces de los rascacielos durante la noche para disminuir el riesgo de las colisión de las aves migratorias atraídas por las luces».
Al incrementarse el desarrollo de la actividad humana en los espacios aéreos, «es imprescindible empezar a diseñar desde ahora estrategias que permitan que hombres y vida silvestre puedan cohabitar en este hábitat».
«¿Qué ocurrirá por ejemplo con los drones, cuando empiecen a utilizarse de manera más masiva? Hoy hay inversiones multimillonarias en Europa, Estados Unidos, China, para el desarrollo de drones que van desde el tamaño de un picaflor a de un Boeing».
«Es necesario, entonces -concluyó Lambertucci- acompañar este desarrollo con inversión en investigación para ver qué ocurre con la vida silvestre en el aire y reducir el conflicto entre el hombre y la vida silvestre que usa el aire».