A 60 años del día que bombardearon Plaza de Mayo
Buenos Aires (Telam).- La Plaza de Mayo se convertía hace 60 años en escenario de un cruento bombardeo aéreo que dejó más 350 muertos y dos mil heridos, y que fue perpetrado por oficiales de la Marina y la Aeronáutica, quienes, en un intento de asesinar al entones presidente Juan Domingo Perón, descargaron 14 toneladas de explosivos sobre el centro de Buenos Aires.
El 16 de junio de 1955 resultó la jornada más sangrienta del siglo XX en la Argentina, y marcó el inicio de un espiral de violencia política que se extendió hasta bien entrados los años ’70.
En un marco clima de polarización, el peronismo se enfrentaba a un polo opositor integrado por la Iglesia Católica, la Sociedad Rural y sectores de las Fuerzas Armadas, que principalmente se concentraba en la Marina.
Un año antes, y con el propósito de obtener respaldo popular, Perón -en el Gobierno desde 1946- decidió convocar a elecciones para elegir un vicepresidente que reemplazara al fallecido Hortensio Quijano.
A pesar del marcado contexto de crisis económica que se vivía, el justicialismo triunfó con más del 63 por ciento de los votos, y para la oposición quedó en claro que Perón no podía ser derrotado mediante el voto popular.
Los asalariados conservaban el 53 por ciento de participación en el PBI y las organizaciones sindicales tenían una amplia participación en la vida económica nacional.
En medio de ese contexto, los empresarios pugnaban por un reordenamiento distributivo de la productividad en beneficio de las clases más acomodas del país.
Además, el enfrentamiento de Perón con la Iglesia parecía no tener retorno desde la sanción, en 1954, de la Ley de Divorcio, y la convocatoria, el 20 de mayo de 1955, de una Asamblea Constituyente que haría de Argentina un Estado laico.
Eran ofensas que los sectores de la oligarquía no perdonaron y constituyeron los motivos para intentar poner fin por la fuerza al Gobierno de Perón.
En abril de 1955, más de 200 mil personas se congregaron en Plaza de Mayo, frente a la Catedral Metropolitana en el marco de la celebración del Corpus Christi, y ese hecho envalentonó a los golpistas.
Durante la concentración, un grupo que nunca pudo ser identificado desplegó una bandera argentina y la quemó frente a los ojos de los manifestantes.
En respuesta, el Poder Ejecutivo decidió llevar a cabo «un acto de desagravio al pabellón nacional» con una parada militar prevista para el 16 de junio.
Era la ocasión que se les presentó a los conspiradores para matar a Perón y derrocar al gobierno que había empoderado a la clase trabajadora.
Aquel jueves nublado y destemplado, la multitud contemplaba el desfile cuando a las 12.40, 40 aviones de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea dejaron caer bombas sobre la Plaza de Mayo.
Los aparatos tenían grabados en sus fuselajes la inscripción «Cristo Vence» y en la primera de sus oleadas, las bombas que lanzaron impactaron en un trolebús lleno de pasajeros, quienes perecieron en medio de las llamas.
Perón se refugió en los sótanos del edificio Libertador y pudo así ponerse a salvo de los atacantes; sin embargo, las incursiones seguirían.
La CGT moviliza columnas de trabajadores a Plaza de Mayo con la intención de defender a Perón, y los golpistas emprenden tres oleadas más contra la Plaza de Mayo y la Casa Rosada.
El bombardeo culmina pasadas las 17, y gracias a la intervención de las tropas del Ejército, leales al gobierno, la intentona fracasa.
Los aviadores huyen al Uruguay a bordo de las aeronaves que pertenecían al Estado argentino y allí son recibidos como asilados políticos por el presidente Luis Batlle.
En la noche, Perón habla por cadena nacional y con un discurso conciliador instruyó la formación de consejos de guerra para los oficiales sediciosos.
La furia de las masas se hacía sentir y la Catedral de Buenos Aires y diez iglesias más de la ciudad eran incendiadas.
Durante años, ese episodio fue equiparado por los sectores antiperonistas como algo peor que el ataque artero a la población civil e indefensa.
Dos meses después, los principales cabecillas de la rebelión fueron condenados, pero el peronismo no logró sofocar el clima insurreccional al interior de las Fuerzas Armadas y Perón sería derrocado el 16 de septiembre de 1955.
La autodenominada «Revolución Libertadora» asumiría el control del país e instauraría una férrea política represiva contra el peronismo, que sería proscripto, y contra la clase trabajadora.
El recuerdo de aquella masacre dejó una huella profunda en el pueblo peronista, y es probable que los hijos de las víctimas de ese bombardeo hayan apoyado el accionar de las organizaciones armadas que surgieron al calor de 18 años de proscripción.