El sistema financiero nacional y el trastorno de las “dos Argentinas”
Agustín Kozak Grassini*-Miradas al Sur.- Cuando se evalúa el desempeño del Sistema Financiero (SF) se lo hace en términos de su solidez financiera y su rentabilidad, perdiendo de vista que se trata de un medio más que de un fin en sí mismo.
Desde fines del Siglo XVIII, los países de industrialización tardía, que buscaban cerrar la brecha tecnológica respecto de Inglaterra, diseñaron sus respectivos SF para captar recursos escasos dispersos y canalizarlos hacia las mejores inversiones en la economía real. Los países más exitosos del mundo no se han apartado de esta idea básica y han intervenido todo lo que hacía falta para lograr este objetivo.
De lo anterior se desprende que una correcta evaluación del SF empieza por identificar su contribución al desarrollo. Concentrarse únicamente en la rentabilidad y solidez del sistema no sólo implica ver sólo una cara de la moneda, también supone enfocarse excesivamente en aspectos del mismo que entran en tensión con lo que debería ser la misión de todo SF: el progreso colectivo de la comunidad en la cual está inserto.
De la revisión de la literatura especializada en desarrollo económico surgen al menos cuatro dimensiones a partir de las cuales todo SF debería ser evaluado para determinar su contribución al progreso. A la primera dimensión la podríamos denominar “cuantitativa” y le importa responder si es razonable el monto que prestan los bancos.
El segundo eje, “sectorial”, busca responder si el SF promueve la diversificación de la estructura productiva, su integración y modernización. También hay una perspectiva “territorial” que examina si la operatoria bancaria ayuda a romper con el patrón de crecimiento divergente en el territorio. Finalmente, la dimensión “actoral”, busca develar si el SF contribuye a quebrar lógicas de acumulación concentradoras de riqueza.
Promediando la segunda mitad del 2012, el Gobierno Nacional pareció seguir estos lineamientos para evaluar al SF y encarar su inmediata reforma. La modificación de la Carta Orgánica del BCRA tenía como finalidad devolver a la autoridad monetaria los históricos objetivos de “empleo y desarrollo económico con equidad social”, que datan de su nacionalización en 1946, con especial énfasis en “las PyMEs y las economías regionales” (El 24 de febrero de 1946 se sanciona Ley Nº12.962 que nacionaliza el BCRA otorgándole su segunda Carta Orgánica. Su última reforma se realiza bajo Ley Nº26.739 sancionada el 22 de marzo de 2012). Así, el BCRA volvía a constituirse en una herramienta “multipropósito” que además de la modesta meta de control del circulante podía ser utilizada para el más ambicioso fin del federalizar el desarrollo económico.
Lo cierto es que a casi tres años del cambio institucional, el sistema financiero sigue con los mismos vicios que motivaron su reforma. De acuerdo con los datos publicados por el propio BCRA, el SF sigue prestando bastante menos de lo que podría, priorizando el consumo a la inversión reproductiva, concentrando su operatoria fundamentalmente en los distritos más ricos y en las actividades más tradicionales. Por todo esto, su contribución para lograr una economía próspera, integrada territorialmente y sectorialmente diversificada sigue siendo marginal.
Quizá sea la irreductible brecha regional la manifestación más elocuente del fracaso (o descompromiso, tal vez) del SF para con este objetivo. Hoy en día tenemos un país que está fracturado. Las “dos Argentinas” que contrastan están bien sintetizadas en los indicadores socioeconómicos. En la “Argentina Pampeana” (CABA, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos), un cuarto de nuestro territorio, se concentra más del 50% de la población y del empleo formal privado. El mercado laboral evidencia una dinámica atractiva que se manifiesta en altas tasas de actividad, moderada informalidad, salarios privados por encima de la media nacional y baja incidencia del empleo público.
La industria tiene una destacada participación tanto en la estructura productiva como en la demanda de mano de obra. También la composición de las exportaciones demuestra la competitividad de las manufacturas pampeanas y su conveniente diversificación. La performance social, medida en términos de mortalidad infantil y analfabetismo, supera la media nacional. La infraestructura básica y la cobertura sanitaria acompañan este buen desempeño.
Contrariamente, las regiones del NEA (Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones) y NOA (Catamarca, Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Tucumán), que constituyen una fracción ligeramente superior del territorio nacional (27%) pero mucho menos poblada (21% de los habitantes), evidencia quizás de la escasez de oportunidades para su población, muestra indicadores decepcionantes. Aquí la desocupación no es un problema, no porque abunde el empleo sino porque está enmascarado detrás de bajísimas tasas de actividad.
La histórica debilidad del sector privado en la dinámica del empleo en “la Argentina del Norte” se manifiesta en: a) la –ya citada– baja tasa de actividad, revelación de la percepción negativa que hace el ciudadano medio acerca de sus posibilidades de conseguir trabajo, expectativas adversas que se forjaron con el paso de las generaciones; b) la alta participación estatal en el mercado laboral, a menudo superando al sector privado como demandante de trabajo, para contener los excedentes de mano de obra excluidos por éste, pero al costo de restar recursos para financiar políticas de desarrollo; c) los bajos salarios (70% a 75% de la media nacional), evidencia de un patrón de especialización en actividades de escasa complejidad relativa que a nivel internacional se traduce en una inserción altamente subordinada a los RRNN, y d) la alta informalidad laboral, que deja sin cobertura de la seguridad social a vastas franjas de la población (50% a 60%) se asocia a actividades de subsistencia ampliamente difundidas en la economía norteña.
Los sectores menos complejos y que menos valor agregado generan (asociados a RRNN en bruto o con escasa transformación) tienen una mayor participación relativa en el PBG y el empleo de la “Argentina del Norte” que en la “Argentina Pampeana”, en donde la economía se encuentra más diversificada y con mayor incidencia de sectores modernos. La construcción en tierras norteñas también ocupa un rol destacado, aunque probablemente esté asociada a la obra pública y a los excedentes agropecuarios originados en la reversión de los términos del intercambio. Se trata de un empleo temporario. Por este y otros motivos la región presenta mayor dependencia tiene respecto de las transferencias nacionales (que llegan a representar un 80% de los ingresos provinciales), pero donde la brecha en infraestructura básica es más notable (50% a 60% de la población excluida). Este alarmante panorama se completa con los peores indicadores de mortalidad infantil y analfabetismo del país.
Como foto, este cuadro le hace parcial favor a la realidad. La película muestra que desde el 2003 en adelante la región del Norte ha crecido por encima de la media nacional y ha mejorado en todos los indicadores. En gran medida, gracias al aporte nacional. Sin embargo, los contrastes marcados son evidencia de que queda mucho camino por recorrer para, por fin, federalizar el desarrollo.
El sistema financiero, que muestra una marcada preferencia por la liquidez restando recursos a la economía real para concretar negocios financieros, concentra más del 80% de los préstamos en las 5 provincias más grandes (las pampeanas + Mendoza). No hay efecto redistributivo: los recursos se prestan donde se captan. De hecho, luego de la reforma de la Carta Orgánica esta tendencia se agudizó. Además, en las provincias norteñas la preponderancia de los créditos al consumo es máxima: más del 60% de los recursos inyectados está explicado por “préstamos personales”, mientras que en “la pampa” apenas un tercio de los créditos se dedican a ello. La cartera de préstamos bancarios, así configurada, no hace más que reforzar el patrón de dependencia del “Norte” respecto de los bienes y servicios provistos por el resto del país. En la “Argentina Pampeana” los créditos industriales tienen el doble de importancia en el perfil de asignación que en la “Argentina Norteña”. La importancia de los créditos destinados a la industria de bienes de capital es 15 veces mayor.
Claramente el SF opera en el sentido de generar un polo industrial pampeano y una periferia norteña agrícola. Donde, para colmo, las actividades agrícolas predilectas por los bancos se asocian en economías de enclave con poco derrame local. El SF también es responsable de la dependencia del Norte, su primarización y desintegración respecto de la economía nacional.
A modo de conclusión podemos decir que las transferencias del gobierno central apenas si posibilitan, como el alimento parenteral que es dosificado para mantener al paciente con vida, sostener este esquema territorialmente dualista. Una verdadera “federalización” del desarrollo requiere dotar a cada región de sus propios motores de crecimiento. Es precondición, la reconfiguración del sistema financiero nacional. Se requiere maximizar la conversión de depósitos en inversiones reproductivas que aporten a la integración sectorial y territorial de un sistema económico nacional con alta incidencia de las PyMEs en el empleo y la producción.
La reformada Carta Orgánica plantea un buen tratamiento a seguir para curar definitivamente esta dolencia crónica que arrastra nuestra economía: el trastorno de las “dos Argentinas”. A juzgar por la evolución del paciente no queda claro que el BCRA, el médico quien tiene a su cargo hacer cumplir el tratamiento, se haya comprometido con el mismo. Se ha perdido tiempo valioso, el viento de cola no pegará tan favorablemente a la economía argentina los años venideros. Pero nunca es tarde para retomar el camino correcto, mientras haya vida.
*Profesor de “Política Económica” en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Nordeste.