El estratega de la aproximación indirecta
(Por Victoria Ginzberg) El estilo de la búsqueda de consenso y la capacidad de revertir el error y convertirlo en virtud. La lealtad, pero también la preferencia por el statu quo. Una imagen positiva que resiste aun en los malos momentos.
En La estrategia de aproximación indirecta, el oficial británico Basil Henry Liddell Hart sostiene que el mejor método para ganar batallas, ya sean militares, psicológicas o políticas, es evitar el ataque frontal. Aconseja, en cambio, envolver al adversario en un movimiento de flanco que deje expuesto su lado más penetrable, debilitarlo, derrumbar su resistencia antes de buscar vencerlo. No es de extrañar que éste fuera el libro elegido por Daniel Scioli cuando, en estos días de campaña, era consultado por sus gustos literarios.
Eludir el conflicto y buscar el consenso parecen ser las características más visibles del candidato del Frente para la Victoria. “Su mayor virtud es su capacidad de unir,” dice uno de sus colaboradores. Y si bien algunos de sus antiguos detractores dentro de las filas del kirchnerismo también le reconocen ese mérito, arriesgan que acaso ese sea también uno de sus flancos débiles porque “no se puede ser amigo de todo el mundo y menos cuando se gobierna y hay que afectar intereses”. Los sciolistas se defienden y dicen que cuando es necesario, el gobernador da la pelea. Como ejemplo, sacan a relucir el reevalúo de los campos de la provincia de Buenos Aires y la modificación del impuesto inmobiliario rural, impulsados en 2012, que fue rechazada por las entidades patronales agrarias.
Pero si el ex presidente Néstor Kirchner puede ser calificado como un “rebelde”, Scioli parece ser todo lo contrario. Otra cualidad que tiene varias caras: preferencia por el status quo, capacidad de adaptación y lealtad de fierro. El gobernador se quedó con Carlos Menem, quien lo introdujo a la política, hasta el final. Cuando muchos de los que lo habían acompañado miraban para otro lado, él fue a visitar al riojano a la quinta de Don Torcuato mientras estuvo con prisión domiciliaria. Fue quien trajo a Buenos Aires la renuncia de Adolfo Rodríguez Saá a la presidencia en diciembre de 2001, porque fue uno de los pocos que lo acompañó a San Luis después del fracaso del encuentro de Chapadmalal. Y fue el único funcionario del gobierno de Eduardo Duhalde (ocupaba la Secretaría de Turismo y Deporte) que firmó, junto con el presidente interino, el Registro de Renovación Excepcional de cargos, con el cual el lomense se autoexcluyó de presentarse en las siguientes elecciones presidenciales y Scioli renunció a su banca de diputado. Con Néstor y Cristina Kirchner tuvo muchos más desencuentros y momentos tensos, pero puede ostentar orgulloso el haber pasado el test de los Wikileaks sin manchas, además de no haber sacado nunca los pies del plato. “Ni siquiera lo pensó, siempre quiso ser el candidato presidencial del Frente para la Victoria. Nunca hubo un plan B”, dicen en el comando de campaña sciolista. Cierto o no, el gobernador no se alejó durante la crisis del campo –cuando algunos enfilaban para otros rumbos al pensar que el gobierno entraba en un declive y resistió a la tentación de armar un frente con Sergio Massa. Finalmente, todas aquellas decisiones y una dosis de paciencia lo pusieron, a sus 58 años y luego de dos períodos al frente de la provincia más compleja del país, en el lugar que quería: único candidato presidencial del peronismo. Tal vez fue producto de su personalidad o tal vez una estrategia planificada en la que las piezas se fueron acomodando como en un tablero de ajedrez, actividad que le apasiona. O tal vez fue un poco de ambas.
Suerte. Carisma. Estrategia. Imposible saber qué dosis hay de cada cosa en la historia política de Scioli, pero aún en malos momentos mantiene una imagen positiva que envidian todos los políticos. El intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, contó en 2012 que se había quedado sorprendido cuando la madre de un joven asesinado en su distrito le reclamaba a él por la seguridad al mismo tiempo que le agradecía y le manifestaba su admiración al gobernador. “Este tipo es de amianto”, dijo.
Cuando todavía no se había metido en política pero era ya una persona conocida por su carrera como motonauta y por su noviazgo con Karina Rabolini, que lo colocó en las tapas de revistas del corazón, Scioli reconoció que tenía una hija extramatrimonial. A partir de una demanda de paternidad, tuvo que admitir no sólo la existencia de Lorena, que en ese momento tenía quince años, sino también que había mentido, sobre todo a su mujer. Pero una vez que tomó la decisión de asumir su rol paterno, lo hizo con todo. Y cuando unos años después se convirtió en diputado nacional, fue padrino de la Asociación de Hijos No Reconocidos y presentó proyectos vinculados con ese tema: la creación de un banco genético para estudios de ADN, la mediación obligatoria y la autorización a que se ordene el pago de alimentos antes de que se compruebe el vínculo filiatorio. Lo que había sido un error o podía verse como un defecto, una mancha en su imagen, terminó convertido en una virtud. Lo mismo podría decirse del mantra de “fe, entusiasmo, optimismo” que repite ante los periodistas cuando tiene una cámara cerca. A medida que fue ganando experiencia política y asumiendo cargos de mayor responsabilidad, lo que era percibido como falta de densidad discursiva fue valorado por otros dirigentes políticos y analistas de la comunicación como una singular habilidad para evitar decir lo que no quiere decir y eludir definiciones que pueden traerle problemas. Scioli comparte con Mauricio Macri una pertenencia de clase a la burguesía acomodada (aunque en el caso del candidato del PRO es mucho más acomodada) y tienen amigos en común. En Scioli secreto, los periodistas Pablo Ibáñez y Walter Schmidt cuentan que a principios de los noventa compartían salidas nocturnas y que, cuando Macri fue secuestrado, en 1991, Scioli le envió una carta afectuosa, conmovido porque su familia había atravesado una situación similar en 1975, cuando un grupo con presuntos contactos con el ERP mantuvo cautivo a su hermano José. Hoy, Macri y Scioli son los principales contrincantes en la pelea por la presidencia y representan dos modelos diferentes. A pesar de la simpatía por Raúl Alfonsín que tuvo de joven, sobre todo por la amistad que el ex presidente tuvo con su padre, Scioli eligió el peronismo como su casa política. El gobernador que en 2003 dudaba de la oportunidad de anular las leyes de Punto Final y Obediencia Debida destaca hoy el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura y anunció durante la campaña la creación de un ministerio de Derechos Humanos. Cuando era vicepresidente, visitó Estados Unidos por su cuenta y aseguró que la Argentina firmaría el tratado de libre comercio con ese país (una de las acciones que le valieron el enojo de Kirchner). Ahora fue a ver a Raúl Castro y reivindica el “No al ALCA”. ¿Qué pasó en estos años? “Pasó el kirchnerismo –arriesga un bonaerense que ya venció la desconfianza interna que algunos todavía mantienen con el gobernador–, éste es otro país y es otro mundo. Daniel no es el único peronista que evolucionó en su pensamiento en este sentido a partir del rumbo que marcaron Néstor y Cristina. Aprendió de ellos.”
Si el peor momento personal de Scioli fue el accidente con su lancha del 4 de diciembre de 1989, en el que perdió su brazo derecho, los sciolistas destacan como trago amargo en el plano político la crisis para pagar sueldos y aguinaldos de mediados de 2012. Pero los cruces con los Kirchner por la inseguridad en el medio del caso Píparo y el aislamiento durante el primer tiempo como vicepresidente (que en el entorno del gobernador reconocen como producto de su “inexperiencia” en ese rol) fueron otras situaciones difíciles. Hacia afuera, Scioli siempre trata de mostrar templanza. “Mal estaba cuando buscaba la mano en el río”, repite.
Con los Kirchner no todo fue un lecho de rosas, está dicho. Pero hubo momentos buenos. Ibáñez y Schmidt relatan que el 10 de diciembre de 2007, luego de jurar como gobernador, Scioli asistió a la asunción de CFK, acompañó a Néstor Kirchner al despacho presidencial y se acomodó en el sillón de Rivadavia. Y que el ex presidente le dijo: “Un día vos vas a estar sentado acá… pero no te apures”.