Somos mucho más que dos. ADN
Viedma (ADN).- Guillermo Pretti tiene una mirada serena, transmite paz y seguridad. Habla pausado, bajo y casi monocorde. Su esposa Ilda Franco, siempre con una sonrisa en el rostro, infunde cariño y mucha tranquilidad. Una pareja que simboliza en Viedma -seguramente junto a muchas otras que no se conocen- la expresión de una entrega cabal de solidaridad y amor. Esta familia adoptó siete sobrinos que trajo a vivir a Viedma para compartir el mismo hogar con los cuatro hijos del matrimonio. Se suman una hermana de Guillermo, con dos niños y ahora también vive con ellos su padre. Los 18 comparten a diario la mesa familiar, como pueden, por turno, pero con mucho amor y felicidad.
Una historia con final feliz pero que comienza en el drama que vive una hermana de Guillermo, con serios problemas de adicciones junto a su marido y padres de siete hijos. Los intentos por superar esta situación de ambos siempre fracasaron. El relato es duro: «mis sobrinos practicamente no comían, sólo mate cocido y pan. No se bañaban y vivían en la desprotección» relata a ADN Pretti, mientras mueve la cabeza en señal de impotencia e incredibilidad.
Guillermo cuenta que tiene 10 hermanos, sólo dos varones, de una familia de trabajadores de La Matanza, en el gran Buenos Aires, pero que su destino fue Viedma, adonde llegó hace 10 años con muchas ilusiones. Junto a Ilda hizo su casa en el barrio 30 de Marzo, una «toma» ubicada en los límites del Lavalle, que construyó con su esposa, merced a sus conocimientos de albañilería. En el lugar habilitaron un pequeño negocio.
Relata como se llegó a esta situación. “Adopté a mis siete sobrinos por parte de mi hermana porque ellos estaban mal a causa de sus padres. No tenían una vida digna, los padres tenían problemas con las drogas y había maltrato».
«Un día recibo una citación de un Juez de La Matanza que me dice que si no me hago cargo de mis sobrinos van a ser derivados a distintos institutos y me di cuenta que iban a crecer separados», así resume Guillermo aquella situación.
Recuerda que cuando fue a buscar los documentos de sus sobrinos, «mi cuñado no me quiso ver, le dio las cosas a mi hermana y le dijo: tomá me hacen un favor».
Guillermo no oculta que el recuerdo de aquellos momentos hacen mal y que vuelven al verbalizarse para responder nuestras preguntas.
«La situación que vivían los chicos se pudo conocer porque Demián, el más grande de los hermanos se escapó de la casa. Lo buscamos casi tres semanas y cuando se enteró que lo estábamos buscábamos, apareció y me dijo que no quería que le peguen más ni ver el maltrato a sus hermanitos”.
Los chicos llegaron ante el juez a causa de las repetidas denuncias de maltrato realizadas por su madre y por una de sus tías. Luego, todos los hermanos de Guillermo fueron citados por el Juez para entrevistarlos y decidir sobre la situación y fue entonces cuando «mis hermanos le hablaron sobre mí y mi familia, le dijeron que existía la posibilidad de que yo los adopte”, cuenta Guillermo.
“El Juez me dice que tengo 48 horas para presentarme frente a la Justicia y hacerme responsable de los nenes –expresó Guillermo- ya que mis hermanos no podían, principalmente por su situación económica, ninguno tenía un trabajo seguro y además algunos por ser hermanastros tampoco estaban habilitados para hacerlo”.
Su relato es franco y seguro: «En ese momento se me informó que si no eran adoptados iban ser separados por edades para ser enviados a las instituciones correspondientes, en estas condiciones era muy probable que los chicos no pudieran volver a encontrarse. No lo dudé, hablé con mi señora, hicimos una oración y los fuimos a buscar. Sabíamos que no teníamos que tener miedo, que todo iba a estar bien y así fue. La gente nos ayudó mucho y no me refiero sólo a lo económico, en lo afectivo también fue increíble cómo nos apoyaron”.
Con voz pausada, modulando cada frase, Guillermo cuenta que «los chicos eran obligados a convivir con el maltrato entre sus padres y hacia ellos, veían la problemática de las drogadicciones muy de cerca y casi no asistían a clases».
Este caso tuvo mucha repercusión en su momento, incluso en el país, debito a que tomó estado público a través de una nota en «Radio Patagonia», de Carmen de Patagones, con Pablo Fedorco. «Fue increíble, dice Guillermo, no nos esperábamos ni la mitad de lo que pasó, gente de todos lados de Argentina felicitándonos y brindándonos su apoyo, vinieron muchos canales de TV y radio nacionales y locales, fue sorprendente, estamos muy agradecidos”.
Esa máxima expresión de amor y solidaridad hoy se percibe en la casa de la familia Prietti, que le alquila el Ministerio de Desarrollo Social de Río Negro, en la calle 22 del barrio Lavalle. Todo se comparte, se ayudan entre los hermanos, colaboran en las tareas de la casa y los deberes a la llegada de la escuela en la tarde. Todo es alboroto.
Guillmermo e Ilda enfrentan la vida con optimismo y siempre tienen muestras de agradecimiento por todas las ayudas recibidas, «tanto materiales como afectivas». En estos momentos se construyen su casa en la calle 13 del Lavalle, en un terreno donado por la municipalidad de Viedma, con materiles donados por el Gobierno de la Provincia y la mano de obra a cargo de la Cámara de la Construcción local.
«Acá trabajo junto con otros compañeros» dice Guillermo mientras junto a Ilda nos muestra la construcción y anuncia que «esperamos terminar nuestra casa para fin de año»
Hoy sus hijos Diego, Lucas, Evelin y David, conviven con sus sobrinos que se conviertieron en hijos adoptivos: Demian, Isaías, Gerardo, Giuliana, Valentina, Ulises y Yosua. El más chico de la prole tiene dos años y el mayor 18.
Actualmente concurren a la escuela 309 del Barrio Lavalle -Calle 16, entre 9 y 11- y lo más pequeños asisten al jardín de Mi Bandera- Calle 22-, hacen deportes en la escuela y clubes del barrio y también algunos estudian música. “Costó pero nos fuimos organizando, al final nos adaptamos muy bien y hoy son realmente hermanos”, dice Guillermo.
Todo se compra en cantidades, Guillermo es empleado del IPPV, desde hace unos meses, y también hace trabajos en la construcción. Los ingresos familiares se estiran y no falta la comida en la mesa.
«Aca por día se comsumen cuatro kilos de pan» comenta Ilda que agudiza su ingenio y capacidad de ama de casa para atender a toda la familia.