La economía de la alegría
(Esteban Mercatante y Lucía Ortega) El panorama económico con el que se desarrolla la transición es el de un palpable deterioro que se profundiza hace años, pero que no se compara con ninguna de las catástrofes que se vivieron en tiempos recientes.
No hay en el escenario nada que se parezca a las crisis de deuda como las de 1982 o 2001. El servicio que el kirchnerismo ha hecho con el muy celebrado “desendeudamiento”, ingente transferencia de recursos a los acreedores llevada a cabo desde la renegociación de deuda de 2005, hace que la deuda pública con el sector privado, especialmente la parte emitida en dólares y que debe ser devuelta en dicha moneda, esté en niveles muy bajos. Esta equivale hoy a apenas un 11 % del PIB. Aunque gracias al litigio en Nueva York iniciado por los bonistas que rechazaron el canje de 2005 (y su reapertura en 2010) una parte de esa deuda no se está pagando, lo que algunos medios han popularizado como Griefault, esto no se tradujo en la nueva crisis de deuda con la que azuzaban los agoreros. La inflación, estabilizada en una tasa alta y difícil de bajar de manera rápida, tampoco se espiralizó de manera incontrolable, creando episodios como los que conoció la historia del país en los años setenta y ochenta.
Pero conviene no subestimar la magnitud de las dificultades que acumula la economía, frenada hace cuatro años, durante los cuales el salario real promedio osciló entre el estancamiento y la caída, según como concluyó cada año la competencia entre precios y salarios, y la pobreza volvió a crecer para ubicarse nada menos que en 25 %.
Veamos. En primer lugar, asistimos al fin del ciclo de altos precios de las commodities iniciado en 2003, alterando de forma virtuosa la ecuación económica del país de una forma sin precedentes recientes. Desde finales de 2013 esta situación está cambiando. Las estrecheces que viene administrando la economía argentina tienen este trasfondo, aunque es solo parte de la explicación. La revitalización del sector agropecuario, una de las expectativas de Macri, se enfrentará con este límite. El panorama internacional negativo se completa con la recesión en Brasil y el encarecimiento del dólar respecto de otras monedas.
Todos los elementos de la macroeconomía que explicaron el crecimiento que conoció el período kirchnerista también están transformados en su contrario. La rentabilidad extraordinaria lograda por la clase capitalista con la megadevaluación de 2002 se fue acotando tironeada por la agudización de la disputa distributiva, la suba de impuestos, la pérdida de competitividad cambiaria y el parate económico. Aunque algunos sectores mantienen tasas de ganancia elevadas, no puede afirmarse que esta sea la norma.
El superávit fiscal, logrado durante 2002 gracias a un fuerte recorte y la recaudación engrosada con nuevos impuestos (retenciones y e impuesto al cheque implementado en 2001), es cosa del pasado hace rato. La pretensión del kirchnerismo de arbitrar las contradicciones sociales con los recursos públicos, manteniendo las condiciones de precariedad estructurales de la fuerza de trabajo pero subsidiando algunos consumos –financiando así de manera directa o indirecta una parte de la rentabilidad capitalista–, exigió recursos fiscales cada vez mayores. El gasto público tuvo un crecimiento bien por encima de la recaudación. El año 2015 va a cerrar con un déficit fiscal por encima del 7 % del PIB, o con un déficit primario (que no contabiliza los pagos de intereses de deuda) equivalente al 3,5 % del PIB. Una de las partidas que explica el crecimiento del gasto es el crecimiento de los subsidios económicos, que tienen a la energía y el transporte como capítulos más importantes (representan un 4 % del PIB). El masivo endeudamiento intraestado es el correlato de la explosión del gasto público y la gangrena de la deuda.
Pero será sobre todo el faltante de dólares, que está en la base del deterioro económico que el kirchnerismo administra desde 2011 –restringiendo las importaciones impuso un freno a toda la economía altamente dependiente de insumos importados– lo que condicionará los inicios del próximo gobierno. Al cierre de esta nota, el último dato disponible informa reservas por 25.900 millones de dólares.
Pero esto, descontando el monto de las mismas que no puede utilizarse, los encajes bancarios, los aportes del swap con China, y los pagos depositados a acreedores externos frenados por el Griefault, significa un nivel neto por debajo de 4.000 millones de dólares. El swap no puede contarse como fondos utilizables, porque no pueden usarse para intervenir en la compra-venta de dólares, salvo que se negocie autorización con el Banco de China y se pague una elevada tasa de interés. Si descontáramos los pasivos (de monto hoy desconocido) por importaciones impagas, la cuenta daría directamente negativa. Los dólares son la base última que garantiza el andamiaje monetario local, la base sobre la cual debe apoyarse el BCRA para sostener el valor de la moneda. Por eso, no puede decirse que la economía, aunque sin las condiciones de insolvencia y desequilibrio agudo conocidas en otros tiempos, no concluya el ciclo kirchnerista también en zona de riesgo.
Plan de guerra (de clases)
Los anuncios que se vienen sucediendo todos los días están delineando un programa de ajuste que se muestra cada vez mas severo; esta por verse cuánto de gradualismo habrá en el shock. La primer cuestión a resolver, por lo dicho más arriba, es la del dólar, lo que implica definir un “precio” de este insumo estratégico que resuelva el problema de la cantidad. Es decir que corte la fuga y asegure el retorno de los ahorristas al peso, evitando un rápido agotamiento del ajuste cambiario como consecuencia de la inflación, lo que exigiría un nuevo salto de la paridad cambiaria.
Esto ocurrió con la devaluación de enero de 2014, y la consecuencia fue que a los pocos meses volvió la salida de dólares que dejará al BCRA vaciado. Prat Gay confirmó que el plan es levantar el cepo el 11 de diciembre, lo que implica ir a un tipo de cambio que evite que todos los que tengan pesos busquen ponerlos en verdes. Pero (y sí, es un círculo vicioso) para que el gobierno entrante pueda lograr esto, necesita tener dólares.
Por eso, hablarle con el bolsillo a los que tienen dólares bajo la forma de granos, es un primer paso. El agropower tiene la capacidad de liquidar granos que se transformen rápidamente en dólares. La designación del “chacrer” Ricardo Buryaile al frente de agricultura es una señal contundente. Radical, integrante de la Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), los talibanes de la modernización que con la siembra directa, los transgénicos y el desmonte salvaje amplió la frontera agropecuaria, es exponente de los reclamos de “devolver” rentabilidad al sector agrario, reduciendo la participación estatal en la apropiación de renta.
Algunos cálculos dicen que entre lo que liquiden los sojeros, una probable ampliación del swap con China y la forzada liquidación de activos en dólares de los bancos que ordenó Vanoli, entrarian 5.000 millones de dólares. Según varios analistas necesitaría una suma equivalente adicional. Un crédito para el BCRA, que permita saltearse las trabas del litigio en Nueva York, está en la agenda.
A las variantes ya abiertas por el gobierno saliente y dibujadas por Scioli (a través de los bancos centrales de Brasil y de China), el gobierno PRO le suma las de su propia cosecha, con su impronta “market friendly”: negociar un crédito rápido con el FMI, o tratar con los exempleadores de su ministro, JP Morgan. Hasta el momento no hay noticias de avances en esta ingeniería, pero sin un blindaje de este tenor, que sume a los agrodólares otros 10 mil millones para “aguantar” al mercado, cualquier desmonte del cepo resulta impensable.
Con este fondeo, Macri podrá “sincerar” (sic) el valor del dólar, haciendo la devaluación que dice que el gobierno de Cristina ya hizo, ya que según él y sus ministros “el dólar a valor oficial no lo consigue nadie”, curioso planteo considerando que todos los días la autoridad monetaria entrega decenas o cientos de millones de dólares. La “campaña del miedo” de Scioli terminó facilitando la tarea de Macri presidente. Tanto instaló la perspectiva de una devaluación del 50 %, que una de 40 % (dólar a 13,5 pesos) terminará pareciendo “poco”.
Si salir del círculo vicioso disponibilidad de dólares/valor del dólar será un primer obstáculo, a este le seguirá la administración de los efectos concatenados de este ajuste sobre otras dimensiones.
La devaluación no hará más que exacerbar la inflación. El proceso inflacionario en la Argentina tiene en sus factores explicativos centrales el ajuste cambiario de 2002. La inflación por otra parte es lo que en los últimos años viene recreando de forma recurrente el problema de la sobrevaluación cambiaria. Y cada ajuste del tipo de cambio volvió a alimentar la inflación, como ocurrió en 2014. Por eso una preocupación central de la clase dominante es como evitar que un ajuste cambiario se agote rápidamente.
El desafío del nuevo gobierno estará en la forma en que resuelva los impactos explosivos de la devaluación sobre el resto de las variables macroeconómicas, especialmente en relación a los efectos inflacionarios, en donde ya están comenzando a anticiparse remarcaciones de precios en el comercio y los supermercados por las expectativas de devaluación. Los remarcadores “seriales” aprovechan la transición para ajustar precios, con subas que alcanzaron el 25 % en noviembre en algunos ítems.
Uno de los capítulos centrales donde varios analistas apuntan que habrá cambios, es en el plano de los subsidios. Pero acá, una lectura más fina muestra las dificultades para atacar la cuestión. Eduardo Levy Yeyati, el presidente del Consejo de Administración de CIPPEC, presentaba tiempo atrás algunas estimaciones a tener en cuenta. Partiendo de que según sus cálculos el 30 % de la masa total de subsidios que está destinada al AMBA sería la más “recortable”, observaba que “una política de shock tarifario que eliminara selectivamente los subsidios domiciliarios en el AMBA generaría ahorros por 1 % del PIB, con incrementos promedio de las tarifas de 300 %.
Esto, a su vez, elevaría en casi 2 % la pobreza y sumaría en lo inmediato cerca de 4 % a la inflación”. La misma fuente indica que una corrección gradualista que actualizara todas las tarifas con la inflación y un 50 % adicional las de los sectores de ingresos medios y altos, traería un ahorro fiscal del 0,6 % del PIB. Hay una distancia entre la urgencia fiscal que representa la masa de subsidios con su crecimiento imparable y las posibilidades efectivas de avanzar en un recorte que no resulte conflictivo.
Con los anuncios de reformas impositivas en Ganancias y el fallo de la Corte Suprema a favor de varias provincias por el 15 % de fondos coparticipables que Nación retiene para financiar Anses, las estrecheces fiscales serán excusa para mayores recortes de gastos.
Como el kirchnerismo se despide además con una serie de deudas de monto desconocido, que no se encuentran formalizadas, podemos prever un fuerte crecimiento de la deuda aún antes de que el próximo gobierno emita un nuevo bono. Estamos hablando de la deuda impaga de los importadores, debido a que el gobierno no entregó los dólares, e incluso también a una parte de los giros de utilidades de empresas extranjeras frenados durante los últimos años. Normalizar esta situación, significaría para algunos analistas una emisión de títulos de hasta 10 mil millones de dólares. Si a esto se agrega el plan anunciado por Macri hace tiempo de negociar con los buitres para cerrar el litigio, algo más difícil de decir que de hacer, esto significaría un reconocimiento de deuda de por lo menos 15 mil millones de dólares más. La parte de la deuda emitida en dólares crecería así de un saque un 50 % o más.
¿Qué impacto puede tener todo este conjunto de medidas? Liberado de los compromisos de ser asesor de un eventual presidente, fue Miguel Bein quien le puso los números más realistas a lo que se viene. Para 2016 se prevé, en un escenario “optimista”, una inflación del 40 %, suba de salarios del 28 % y una caída de 2 % del PIB. Está por verse si el golpe al salario no es mayor, pero esto ya delinea uno más severo que el que ocurrió en 2014.
Por supuesto, aunque la burguesía viene preparando hace meses el clima sobre lo “inevitable” del ajuste, no está dicho cómo será procesado. Aunque Moyano y Barrionuevo apoyaron a Macri, y los sectores de la burocracia que apoyaron a Scioli ya están haciendo guiños al ganador, no está dicho que esto baste para disciplinar la contradicción entre las aspiraciones y lo que se viene. El consenso de la burguesía es que los costos del fin de fiesta recaigan sobre las espaldas de los trabajadores, aunque algunos sectores del empresariado más dependiente de protección puedan temer por la “letra chica” del plan macrista. Importantes sectores de la burocracia sindical se preparan para actuar como correa de transmisión de las demandas de restablecimiento de la ganancia. Para los sectores clasistas y combativos del movimiento obrero, se plantea pelear por que vastos sectores de la clase trabajadora retomen las mejores tradiciones e iniciativas que mostraron ante otros ataques de esta magnitud lanzados por la burguesía, luchando contra las medidas que prepara el gabinete “de guerra” (de clases) de Macri.
Atravesar el “purgatorio” de este ajuste, por usar la analogía de Néstor Kirchner, sería necesario para alcanzar el ascenso a las alturas celestiales en versión macrista: lluvia de capitales externos para impulsar el crecimiento. Es que si el panorama internacional no permite abrigar expectativa de una reedición del boom de las commodities, el gobierno entrante todavía se esperanza de que los precios de los granos no sigan cayendo y en que se mantengan las políticas de crédito barato de los bancos centrales de los países ricos, para, después de cumplidos “los deberes” que exigen los “mercados”, poder endeudarse y atraer inversiones de cartera. Y que esto genere el aumento en el valor accionario de las empresas, para alegría, sobre todo, de los Rocca, Pagani, Eurnekian, y todos los que nunca se enteraron que en la Argentina se hubiera acabado la valorización financiera desde 2003. Habrá que ver si nuevos anuncios de la Reserva Federal de los EE. UU. sobre tasas de interés no defraudan estas expectativas.
Va a estar buena la Argentina… ¿no?
Salir del cepo y unificar el tipo de cambio, negociar con los holdout, o encarar un ajuste tarifario, está lejos de constituir un programa acabado o definir una impronta específica, aunque la manera en que lo haga ciertamente dará cuenta de las inclinaciones específicas del plantel empresario/gerencial con el que Macri armó su gabinete. La Argentina gobernada por Macri, como algo hipotéticamente distintivo de la Argentina de Scioli, se verá sobre todo en los lineamientos que pueden esperarse en el caso (no asegurado) de que pueda atravesarse con éxito la etapa de “sinceramiento”. El periodista Carlos Pagni sintetizó el pasaje que se viene como el que va de una sociedad “subsidiada” a otra “competitiva”. Palabras más, palabras menos, la lectura de lo que fue y de lo que se viene es compartida por el gobierno entrante.
Estímulo al agropower y recorte de protección a los sectores menos competitivos de las manufacturas. Lo que no significa necesariamente un desmantelamiento inmediato de todos los mecanismos que los benefician pero sí abriendo más espacio a la presión de la competencia internacional para que eleven la productividad. Que el gobierno esté obligado por la OMC a poner fin desde diciembre a las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI) facilita el inicio de esta orientación.
En términos de relaciones entre las clases, seguramente un gobierno de Macri replanteará el rol del Estado que impulsó el kirchnerismo. Además de las inclinaciones ideológicas, porque ya no es posible sostener el esclerosado andamiaje impulsado por el kirchnerismo. El freno a la inflación (vía enfriamiento económico) y al gasto público tendrá en una profundización de la “moderación” salarial uno de sus principales componentes, y el uso de la caja para atenuar contradicciones solventando una porción de la ganancia se irá transformando –de forma quizá paulatina pero no por eso menos sensible– en cosa del pasado. La “ética protestante” del éxito individual trasladada a las relaciones entre las clases, se traducirá seguramente en un impulso desde los despachos oficiales para que las patronales exploten creativamente los estímulos a la productividad, vía indirecta para abaratar el costo laboral haciendo rendir más a la fuerza de trabajo.
Macri buscará el “regreso” al mundo, es decir, un nuevo acercamiento a EE. UU. y un impulso a la agenda comercial con Europa (junto con Brasil que también mira hacia el otro lado del Atlántico) y ya anticipó que buscará contribuir al aislamiento de Venezuela.
Libertad (de dólares), (des)igualdad, rentabilidad. Bienvenidos a la Argentina atendida por sus propios dueños y los CEO que los representan.