Jugar con fuego
(Por Ernesto Tenembaun).- Escena uno: Ocurre en noviembre del año pasado. Mauricio Macri ya se sentía presidente. Su desempeño en la primera vuelta anticipaba el knock out para el 22 de ese mes. En ese contexto, anticipó que terminaría con el control del mercado de cambios unos días después de llegar a la Casa Rosada. Cuando le preguntaron qué pasaría con los precios, Macri respondió muy convencido que no habría ningún efecto inflacionario porque los precios ya estaban fijados al nivel del dólar paralelo, que no sería superado por el oficial.
Escena dos: Ocurre a mediados de febrero de este año. Los precios se aceleran a un ritmo inquietante, especialmente los de los alimentos. El Presidente explica en una carta abierta que su gobierno está luchando contra la inflación. El principal diario de la Argentina anuncia a título catástrofe que, contra lo que preveía el Gobierno, la inflación de enero superó a la de diciembre. Y todavía falta computar el efecto del aumento de tarifas. Un secretario de Estado convoca al espíritu de Lita de Lazzari. Se produce una crisis en el Indec. El Presidente anuncia que los supermercados colaborarían publicando los precios de los productos, como si las compras online no existieran hace tiempo.
Diez semanas después de la llegada de Macri al poder, está claro que sus pronósticos públicos acerca de la salida del cepo no fueron correctos y ese error tiene altos costos para la sociedad y, tal vez, para su propio Gobierno. Hay dos teorías dominantes que explican lo que ocurrió, una más inquietante que la otra. La primera de ellas, pongámosle teoría A, es la que agita el kirchnerismo desde la misma campaña: Macri es un clásico empresario de derecha que pretende remodelar la economía a partir de la caída del salario real. La segunda variante, llamémosla teoría B, sostiene que fue un error, que la inflación, al menos en esta dimensión, sorprendió al Presidente. O sea, que para los defensores de la teoría A, Macri mintió, y para los de la teoría B, Macri erró. En cualquier caso, el crecimiento de los precios se produjo. Si el diagnóstico hubiera sido acertado, tal vez el Gobierno hubiera implementado un plan social de contingencia que aliviara a los sectores más lastimados por el aumento de precios. En cambio, apareció con una serie de medidas tardías e insuficientes, luego de haber tomado otras, muy difíciles de entender, como la desarticulación parcial del programa Precios Cuidados.
En cualquier caso, si algo no faltaron, fueron advertencias. Cuando el Presidente difundió aquel curioso diagnóstico de noviembre, quienes le respondieron no fueron solamente los economistas kirchneristas en 678. El pintoresco José Luis Espert, que en estos días propone el despido de 2.500.000 de empleados públicos, sostuvo entonces que la devaluación sería una medida acertada pero que tendría efectos colaterales. «Hay que tener cuidado con la buena onda y que un relato no sustituya a otro», dijo. Reclamó, además, que se analice el impacto de la devaluación sobre los precios «porque te puede disparar una ronda de negociación salarial». Y luego anticipó: «El salario real va a caer».
Diego Coatz, el economista jefe de la UIA, explicó en una nota publicada en Clarín que la economía marcha al ritmo del dólar oficial y no del paralelo. «En Argentina, a diferencia de otros países que tienen brecha cambiaria (como por ejemplo Venezuela), más del 90% de las operaciones de comercio exterior se realizan en el mercado oficial (el contrabando o comercio ilegal está por debajo del 10%). Cualquier liberación abrupta del dólar comercial -y más aún sin un plan financiero- presionaría sobre los precios, tal como se observó en enero del 2014 (cuando la inflación anualizada pasó del 25 al 40%)». Y Orlando Ferreres advertía por radio que, aunque la devaluación era necesaria, tendría efectos sobre los precios, especialmente en el sensible rubro de los alimentos. Ferreres señalaba que la devaluación sumada al ajuste de tarifas podría tener efectos que desborden a quienes la programaron.
En esta misma columna, se escribió: «La devaluación es una herramienta más que puede servir para destrabar una situación problemática. De hecho, lo que llevó a la Argentina al desastre del 2001 no fue una devaluación sino todo lo contrario: la testarudez o la cobardía de mantener la convertibilidad. Luego del trauma de la devaluación, la Argentina comenzó un ciclo virtuoso. Pero hacerla como si fuera una fiesta, como si no fuera a ocurrir nada, revela una de dos cosas: quien lo propone subestima sus efectos sociales -lo que es grave- o no tiene la más mínima idea de lo que va a hacer (lo que es más grave aún)».
Algunos de los datos que acumulan las consultoras que hace unos meses contribuían a la elaboración del IPC Congreso son estremecedores, sobre todo en lo referente a los productos que provienen de materias primas exportables, los basics para decirlo en su léxico. Los fideos largos aumentaron un 28,7%, el aceite de oliva 32,4, la sal gruesa 28,3, el vacío de novillito 38,5, la harina 37, la yerba mate 16. Se podrían llenar así varias páginas. Como lo explica cualquier manual de economía clásica, si se aumenta el valor de un producto en el exterior -ya sea mediante la devaluación o la baja de retenciones, o por una combinación de ambas medidas-esa diferencia se trasladará al mercado interno en la misma proporción, salvo que el Estado intervenga. ¿Lo sabía el Presidente? ¿Lo sabía el equipo de economistas que lo acompaña? ¿Sabe el titular del Banco Central que, cada vez que deja escapar el dólar sin intervenir acelera un poco más esta dinámica?
Si quienes tienen razón son los que defienden la teoría B, es decir, que Macri falló, el Gobierno debería revisar si su equipo de economistas es realmente solvente o si, como ocurrió otras veces, sería un gran negocio comprarlos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen. En estos días, por ejemplo, el Gobierno difunde un pronóstico optimista que dice: si se acuerda con los fondos buitres, llegarán inversiones, la inflación se planchará en abril, la economía crecerá suavemente en el segundo semestre, para acelerar en el 2016 gracias al estímulo del crédito externo y del crecimiento de la exportación de materias primas. Tal vez. El problema es que los autores de ese guión son también los creadores del «si se sale del cepo no pasa nada». El macrismo suele sostener que su jefe aplicó el método ensayo-error en Boca Juniors y en la ciudad de Buenos Aires y que, en ambos casos, fue de menor a mayor, porque la autocrítica es una de sus virtudes. ¿La tercera será la vencida?
Para el caso en que tengan razón los partidarios de la teoría A, esto es, que Macri pretende que ocurra lo que está ocurriendo para bajar el salario real, existe una terapia muy probada. La democracia es un sistema maravilloso que obliga a los gobiernos a preocuparse por el estado de la mayoría de la población, así sea por el mero hecho de querer continuar en el poder. Por eso, estos problemas están destinados a generar tensión entre el equipo político y el económico.
El macrismo atraviesa un período de gracia. Pese a las malas noticias, la imagen del Presidente sigue siendo alta. Además, el sector más ruidoso de la oposición es también el más vulnerable. ¿O no fueron ellos los que crearon la inflación, los que inventaron el desaguisado del impuesto a las ganancias, los que produjeron en 2014 una devaluación de efectos aun peores que esta, los culpables del desastre energético, los que nadaron en una corrupción obscena que no frenó ni siquiera ante la distribución de cunitas para bebés de hogares muy pobres? ¿No son los hombres más cercanos al otro candidato que llegó al ballotage -Bossio, Blejer, Urtubey, Marangoni- los que están respaldando el plan económico en marcha?
Esos dos elementos -la luna de miel y el desprestigio kirchnerista- pueden llevar a conclusiones equivocadas. El descontento social es un caudal que, tarde o temprano, encuentra su cauce. Así ocurrió en 2009 cuando se expresó a través de Francisco de Narváez, en 2013 cuando el beneficiado fue Sergio Massa y en 2015 cuando erigió a Mauricio Macri como Presidente. Aun con su reconocida incapacidad para conectar con la realidad, los kirchneristas lo deben haber registrado. ¿Reaccionará el macrismo antes de que sea tarde o será barrido por ese curioso fetiche según el cual solo es cuestión de liberar las fuerzas del mercado para llegar a la felicidad?.
Entre tantas dudas, hay algo seguro: la armonizadora budista tendrá mucho trabajo en los próximos meses.
Es un misterio la razón por la que tanta gente pelea por presidir este país indómito.