Con el changuito por Plaza de Mayo
(Por Claudio Scaletta, para Página/12).- Los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires que hoy pasen por la Plaza de Mayo podrán llevarse su parte de los 10 mil kilos de peras y manzanas que regalarán los productores de Río Negro, quienes reclaman por la histórica falta de rentabilidad de su actividad, un capítulo más de una larga historia de declinación.
La fruticultura de peras y manzanas fue un ejemplo típico de producción agrícola familiar exitosa en su tiempo, con chacareros de origen mayoritariamente inmigrante que forjaron valles irrigados en medio de la estepa patagónica. El resultado fue la creación de áreas rurales capital intensivas, con núcleos urbanos de servicios y amplias clases medias, es decir; sociedades económicamente democráticas. En tiempos de auge, en los años 70, los chacareros del Alto Valle de Río Negro y Neuquén llegaron a ser más de 15 mil. En la actualidad son menos de 2 mil. Los productores primarios independientes dejaron de ser el sujeto social preponderante.
El control del circuito lo ejerce hoy un puñado de empresas empacadoras comercializadoras, firmas que se integraron verticalmente, de arriba hacia abajo, por la vía del manejo oligopsónico del precio primario. El mecanismo fue un sistema de comercialización en consignación, sin precio ni plazos de pago, en el que el chacarero carece absolutamente de poder de negociación. En términos puramente capitalistas, es decir pensando exclusivamente en la eficiencia productiva y prescindiendo de los costos sociales de la expulsión de actores, no fue una integración virtuosa. Las cantidades producidas primero se estancaron y luego cayeron. La vida rural desapareció y se extendieron las superficies productivas abandonadas. El circuito perdió relevancia mundial como proveedor de contraestación del hemisferio norte. La explicación es una sola: ante la ausencia de políticas de Estado, unos pocos empresarios fueron eficientes para enriquecerse a costa de la producción primaria, pero no para conducir autónomamente el circuito.
¿Pero a quiénes representan los que hoy regalarán frutas en Plaza de Mayo? No está muy claro. La representación de los chacareros es prácticamente inexistente. Perviven algunas estructuras asociativas formales, pero con casi nula participación de sus integrantes. Más claro es que quienes hoy regalan frutas son los mismos que durante la última década, visitaron Buenos Aires junto a un senador vinculado a la exportación, para demandar subsidios, quita de retenciones y devaluación. Como quedó demostrado por la historia, fueron demandas útiles para las empacadoras, pero sin ningún aporte a la formación del precio primario, es decir; a su propia rentabilidad y subsistencia como chacareros. No parece que hoy hayan aprendido de los errores del pasado ni conseguido realizar, en el ocaso, un diagnóstico superador y con mayor “conciencia de clase”.
Pero nobleza obliga, ningún circuito productivo, mucho menos uno de ciclo plurianual, como las frutas de pepita, se deteriora fatalmente en sólo nueve meses. Es innegable que la fruticultura atravesaba problemas muy serios desde mucho antes del actual gobierno. La presente administración simplemente mantuvo la política sectorial, pero con un detalle: sumó todas las concesiones reclamadas por las comercializadoras: devaluación del 40 por ciento, quita de retenciones, que ya habían sido reducidas del 10 al 5 por ciento, a la vez que hizo efectiva una medida decidida por el gobierno anterior en otro contexto arancelario y cambiario, los reintegros a las exportaciones por puerto patagónico. Devaluación, más quita del 5 por ciento retenciones, más reintegros del 8 por ciento significaron en la práctica una súper mejora del tipo de cambio efectivo.
Como sucedió constantemente en la historia del circuito regional, la mejora cambiaria sólo generó efecto riqueza para los exportadores, nulo resultado en los precios promedio recibidos por la producción primaria y ningún efecto expansivo sobre los niveles de exportación. Ya desde comienzos de año empezó a leerse en la prensa regional que la mejora cambiaria no llegaba a los productores porque, en realidad, había sido absorbida por la inflación, lo que permite predecir, por ejemplo, que con un dólar a 80 pesos tampoco habría derrame para los productores.
En los primeros 7 meses de 2016 se exportaron 72.288,5 toneladas de manzanas (una baja del 15,4 por ciento interanual) por un valor declarado en aduana de 60,7 millones de dólares. En peras se exportaron 259.880,7 toneladas (-9,4 interanual) por un valor FOB de 226,6 millones de dólares.
Sobre la base de las exportaciones de los primeros siete meses del año puede predecirse que en 2016 las ventas al exterior alcanzarán un valor declarado en Aduana en torno a los 500 millones de dólares. Para los exportadores ello significará un ahorro anual en retenciones por alrededor de 25 millones de dólares o 375 millones de pesos. En tanto, la compensación del 8 por ciento sobre el valor FOB declarado para los productos que salen por San Antonio Este (SAE), un puerto construido por el Estado y concesionado en los 90 a las firmas del oligopsonio, sumará otros 28 millones de dólares o 420 millones de pesos. El número surge de embarques por SAE de 14 millones de bultos hasta junio inclusive, unas 210.000 toneladas y un 70 por ciento del total exportado en el período. El resto de la fruta sale por vía terrestre a Brasil o por otros puertos de la provincia de Buenos Aires o fronterizos.
Sin contar los menores costos internos por la devaluación, en 2016 el Estado transferirá o dejará de percibir 795 millones de pesos sin demandar nada a cambio al interior del circuito productivo, recursos que no derramaron ni derramarán a los chacareros.
Con respecto al mercado interno, este año debió enfrentar nuevos desafíos. A la recesión con inflación también se sumó la apertura importadora. Los ingresos de fruta se produjeron desde Brasil, un tradicional mercado de destino, no de origen, y de Chile, un competidor hemisférico. Entre ambos orígenes sumaron en los primeros siete meses del año 580 toneladas de manzanas, de las que 490 ingresaron en julio, una suba del 183 por ciento interanual. También se importaron 66 toneladas de peras, contra 155 de un año antes, en este caso una baja del 57 por ciento. Los valores promedio de importación (CIF) por kilo de manzanas fueron este año de 0,95 dólares, mientras que el valor de exportación FOB fue de 1,19 dólar.
Las conclusiones preliminares posibles son en principio dos. Primero: los problemas estructurales de declinación y concentración del circuito frutícola no se resuelven solamente por la vía cambiaria o impositiva, sino que demandan medidas efectivas sobre la rentabilidad primaria. Segundo: si esta rentabilidad no se recompone no entrarán nuevos capitales. En un mercado altamente imperfecto, no existe otra forma de recomponer esta rentabilidad que mediante una intervención pública que brinde la seguridad jurídica de contratos con precio y plazos de pago y un sistema de trazabilidad comercial que transparente y ofrezca información real sobre los valores de comercialización, lo que está lejos del clima de época. La predicción para el mediano y largo plazo, entonces, es la consolidación de un circuito controlado por unas pocas empresas y estancado en un nivel de producción por debajo de su promedio histórico.