Los políticos vulgares
(Jorge Castañeda*).- Vemos frecuentemente en nuestra política vernácula descalificaciones y ex abruptos que nada bien le hacen la calidad democrática de la provincia. Políticos henchidos de soberbia que si se los da vuelta “no se les cae una idea”.
Su principal demérito es la vulgaridad, pero se creen geniales vertiendo improperios a diestra y a siniestra, más apropiados para una riña de compadritos que para la acción política. Así no se enamora a la ciudadanía, antes bien se la espanta. Porque hay modos y hay formas para ejercerla.
Supo escribir José Ingenieros que “la vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad”; y que “en la ostentación de los mediocres reside la psicología de lo vulgar y basta insistir en los rasgos suaves de la acuarela para tener el aguafuerte”.
“La vulgaridad –expresaba Ingenieros- es el blasón nobiliario de los hombres ensorbecidos de su mediocridad. La custodian como al tesoro el avaro. Ponen su mayor jactancia en exhibirla, sin sospechar que es su afrenta. Estalla inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo su zarpa toda eclosión luminosa del espíritu. Incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea y nos acecha; deleitase en lo grotesco, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas. Es incapacidad de pensar y de amar, incomprensión de lo bello, desperdicio de la vida, toda la sordidez. La conducta, en sí mismo, no es distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos, los eleva, los idealiza y, entre otros casos, determina su vulgaridad. Ciertos gestos, que en circunstancias ordinarias serían sórdidos pueden resultar poéticos, épicos. Cuando Cambronne, invitado por el enemigo a rendirse, responde su palabra memorable, se eleva a un escenario homérico y es sublime”.
Es que no se puede descender al insulto rampante y vulgar de los mediocres, sino serenar el espíritu y dejarlos, como decía el general Perón “que se cocinen en su propia salsa”.
Ingenieros, va más allá cuando escribe en “El hombre mediocre” que “los hombres vulgares querrían pedir a Circe los brebajes con que transformó en cerdos a los compañeros de Ulises, para recetárselos a todos los que poseen un ideal. Los hay en todas partes y siempre que ocurre un recrudecimiento de la vulgaridad, entre la púrpura lo mismo que entre la escoria, en la avenida y en el suburbio, en los parlamentos y en las cárceles, en las universidades y en los pesebres”.
“En cierto momento osan llamar ideales a sus apetitos, como si la urgencia de satisfacciones inmediatas pudiera confundirse con el afán de perfecciones infinitas. Los apetitos se hartan, los ideales nunca”.
“El hombre sin ideales hace del arte un oficio, de la ciencia un comercio, de la filosofía un instrumento, de la virtud una empresa, de la caridad una fiesta, del placer un sensualismo. La vulgaridad transforma el amor de la vida en pusilanimidad, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en servilismo. Lleva a la ostentación, a la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la simulación; detrás del hombre mediocre asoma en antepasado salvaje que conspira en su interior, acosado por el hambre de atávicos instintos y sin otra aspiración que el hartazgo”.
Los políticos mediocres y vulgares “son incapaces de estoicismos, su frugalidad es un cálculo para gozar más tiempo de los placeres, reservando mayor perspectiva de goces para la vejez impotente”.
Como contraposición, los hombres de bien y los políticos virtuosos (que sin duda los hay) tienen su correspondiente en la siguiente frase cuando dice que “en esas crisis, mientras la mediocridad tórnase atrevida y militante, los idealistas viven desorbitados, esperando otro clima. Enseñan a purificar la conducta en el filtro de un ideal; imponen su respeto a los que no pueden concebirlo. En el culto de los genios, de los santos y de los héroes, tienen su arma: despertándolo, señalando ejemplo a las inteligencias y a los corazones, puede amenguarse la omnipotencia de la vulgaridad, porque en toda larva sueña, acaso, una mariposa. Los hombres que vivieron en perpetuo florecimiento de la virtud, revelan por su ejemplo que la vida puede ser intensa y conservarse digna; dirigirse a la cumbre, sin encharcarse en lodazales tortuosos, encresparse de pasión, tempestuosamente, como el océano, sin que la vulgaridad enturbie las aguas cristalinas de la ola, sin que el rutilar de sus fuentes sea opacado por el limo”.
*Escritor – Valcheta