Cambiar la cultura patriarcal, desde las universidades

Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM). – El grito se hizo colectivo e ineludible. La lucha contra la violencia de género y por la igualdad en todos los aspectos de la vida es un hecho que ha tomado el espacio público e interpelado al Estado y a la sociedad machista en cada manifestación. Sin embargo, la cifra de femicidios —ese número que condensa miles de vidas mutiladas— crece cada 18 horas.

En la búsqueda de una respuesta urgente y definitiva, distintas universidades del país asumieron el compromiso de combatir, dentro y fuera de las aulas, las estructuras patriarcales que habilitan, en todas las escalas, el abuso y la apropiación de los cuerpos y las vidas de las mujeres.

La Universidad Nacional de San Martín fue pionera en la creación de un protocolo para actuar en casos de violencia de género que no solo se encarga de recibir denuncias, hacer la primera escucha y las derivaciones, sino que se propone romper los cimientos de la cultura patriarcal en su comunidad académica.

La Dra. en Ciencias Sociales, investigadora de CONICET y coordinadora general del Programa contra la violencia de género de la UNSAM, Vanesa Vázquez Laba, lo resume así: “Se trata de cambiar la cultura universitaria, romper con una ideología, privilegios y corporaciones atravesadas por la misoginia, instalar derechos concretos que se garanticen y cambiar la burocracia académica para no discriminar.”

El protocolo cuenta con tres ejes fundamentales. Por un lado, el acompañamiento de la víctima y la aplicación de medidas para cortar la situación de conflicto. Por otro lado, investigación para perfeccionar el programa y, por último, el desarrollo de capacitaciones y actividades abiertas a toda la comunidad con el fin de concientizar, discutir las desigualdades del sistema y las violencias naturalizadas en las relaciones sociales.

Enfoque
Al comienzo del programa, el equipo de docentes e investigadoras se basó en el paradigma teórico vigente, frecuentemente utilizado en el discurso feminista preponderante local. Según las especialistas, tiende a ubicar a la mujer en el rol de víctima, sin agencia o capacidad de acción frente al conflicto, y promueve políticas que se concentran en el accionar punitivo sobre el agresor. Es decir, en la sanción y no en la prevención.

Sin embargo, esta forma de concebir los hechos de violencia y sus implicados dista de lo que mostraban los casos tratados en el Programa, por lo que, a partir del trabajo de campo y la búsqueda de nuevos marcos teóricos, las especialistas modificaron su forma de concebir a las mujeres, a los agresores y a sus vínculos.

“Encontramos gente que viene cuestionando la idea “víctima-victimario”, la relación unívoca de poder, en la que la mujer tiene un rol pasivo, y que piensan la violencia como algo relacional, circunstancial, de conductas aprendidas que se activan en determinados contextos y mediante ciertos estímulos, que consideran que no hay una naturaleza violenta en los hombres”, precisa Vázquez Laba.

En rigor, si bien los casos de violencia psicológica, simbólica y física son generalmente perpetrados por varones, las especialistas consideran que hay que analizar los hechos en su complejidad y que no existe una forma unívoca de responder a la violencia. Más bien, frente a un hecho similar, hay mujeres que presentan miedo, mientras que otras se empoderan o responden con más violencia.

“Llevamos el programa adelante al escuchar y observar a las mujeres, sin pararnos frente a ellas como pasivas o como personas sin capacidad de darse cuenta de lo que les está pasando; armamos estrategias en función de cada mujer, sin dejar de contemplar que cada una hace con esa situación lo que puede, y algunas, lo que desean”, explica Vázquez Laba.

El programa contempla sanciones para el que perpetra violencia, ajustadas a las normas de la universidad y de la ley 26.485. No obstante, no se limita a la sanción, mas bien busca transformar estas conductas violentas. “En definitiva —sostiene Vázquez Laba— estamos hablando de cómo nos queremos vincular. Somos una unidad que trabaja desde una mirada no punitiva; pensamos que, como institución educativa, tenemos que ofrecer también la posibilidad de una resocialización, es decir, que se puedan cuestionar su masculinidad y sean personas más humanas”.

El arte de amar
El hecho de preguntarse qué participación tiene la mujer frente al hecho de violencia —y qué lo origina en primer lugar— llevó a la investigadora y colaboradora del equipo de la UNSAM, Mariana Palumbo, a estudiar cómo opera la violencia en los vínculos sexo-afectivos. En otras palabras, era necesario averiguar cómo se ama.

Palumbo llevó adelante una investigación, mediante una serie de entrevistas a parejas adolescentes, de clase media y del Área Metropolitana de Buenos Aires, en la que encontró que distintos actos que se veían como “amorosos”, en el marco del amor romántico —la posesión, los celos— estaban cruzados por la violencia y, ante la ausencia de estos actos se percibía una “falta de amor”. En rigor, este tipo de comportamientos erotizaba a la pareja que lo ejercía.

A su vez, observó que el ejercicio de la violencia estaba presente en ambos géneros, pero expresado en acciones distintas: “Sin desconocer que existen estructuras desiguales, que ubican a la mujer en un lugar de desventaja, detecté que, muchas veces, las mujeres retomaban prácticas masculinas o patriarcales y también generaban violencias. Mayoritariamente, violencias laterales (psicológica y simbólica)”.

Maltratos invisibles
Tiempo después de esta primera investigación, Palumbo encuestó a más de 180 estudiantes de la UNSAM sobre los distintos tipos de violencias cruzadas por el género que padecían y perpetraban los estudiantes, los docentes y los no docentes. En lo relativo a vínculos sexo afectivos, corroboró los hallazgos del estudio cualitativo anterior.

De los/as estudiantes consultados/as, en el 90 por ciento de los casos manifiestan haber estado por lo menos alguna vez en algún vínculo sexual de pareja, formal o informal; el 29 por ciento afirmó que sus parejas revisan sus objetos personales; el 42 por ciento reconoció que sus parejas quieren saber sistemáticamente qué hacen y adónde están, y el 38 por ciento afirmó que sus parejas demuestran celos continuamente. ¿Aplicaciones más revisadas? Facebook y Twitter.

Si bien la muestra universitaria era más amplia en rangos etáreos, se encontró que, en edades diferentes, los motivos de ruptura suelen repetirse: engaño, celos e incumplimiento de proyectos en copresencia, como la convivencia.

La encuesta publicada por las investigadoras revela que “el 50 por ciento de los/as estudiantes encuestados de la UNSAM dijeron haber escuchado comentarios sexistas o discriminatorios sobre características, conductas o capacidades a causa de género u orientación sexual y el 11 por ciento dijo haber sido descalificado o desvalorizados en primera persona, por estas mismas causas”. Esto ocurre en la mayoría de los casos entre estudiantes, pero también aparecen casos donde docentes y no docentes perpetran estas prácticas.

Se evidenció que, en el contexto universitario, tanto el género femenino como el masculino cometen violencia psicológica y simbólica de forma cotidiana. Los varones, por su parte, también esgrimen ambas conductas, a lo que se suma la violencia física. Cuando las mujeres ejercen agresiones físicas, estas no son percibidas como hechos violentos en sí.

Si bien son las mujeres las que más padecen comentarios sexistas o discriminatorios por género, orientación sexual o identidad de género (en un 56 por ciento), los varones también reciben estos maltratos (en un 42 por ciento de los casos) y son ellos quienes más los suelen perpetrar (42 por ciento).

La encuesta también detalla que “en relación con el género de los actores, el 78 por ciento de las mujeres sufrió gritos, burlas y descalificaciones; un 61 por ciento fue perpetrado por parte de varones, un 11 por ciento tanto por varones como por mujeres y sólo un 6 por ciento por parte de otras mujeres”.

A su vez, expone que los varones experimentaron violencia simbólica por gritos, burlas y descalificaciones en un 22 por ciento de los casos y que los perpetradores fueron otros, en un 6 por ciento, otros varones, y en un 16 por ciento, tanto por varones como por mujeres.

Otro dato relevante tiene que ver con los espacios en que aparecen las conductas nocivas. Se detectó, en un alto porcentaje, que la calle y el trabajo son lugares donde las mujeres padecen, en reiteradas ocasiones, violencia cruzada por el género.

Con estas herramientas y con el “trabajo en la trinchera” de cada caso en particular, las integrantes del programa reformulan sus técnicas para deconstruir los vínculos nocivos que anidan en las relaciones sociales (tantos las de pareja, como las del estudiantado entre pares, entre docentes y entre los distintos estratos de poder) y, así, lograr, en conjunto, una convivencia más amena e igualitaria.

“Si creyéramos que la universidad es un actor ahistórico, que existió y se desarrolló, y que tiene cimientos tan duros que no los podríamos modificar, no estaríamos haciendo esto. Yo estoy absolutamente convencida que somos capaces de hacer estos espacios un poco más amables para quienes no encajamos en los estereotipos” concluye Vázquez Laba.