La grieta
(Por Jorge Castañeda*).- La tercera acepción del vocablo “grieta,” según el Diccionario de la Real Academia Española, -y es la que interesa para esta nota- lo define como “dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”.
Es sabido que nada irrumpe en forma espontánea y menos en los hechos históricos, pues todo deviene de lo anterior y es consecuencia de ello. Por lo tanto no se pueden analizar dichos hechos sin tener en cuenta esa premisa como también ubicarlos en los respectivos contextos en que esos hechos suceden. Caso contrario corremos el riesgo de equivocarnos en el análisis.
Grietas, en este sentido, en la historia argentina hubo siempre. Desde nuestros albores como nación y aún antes hubieron ideas contrapuestas y en pugna. Los hechos de mayo de 1810 estuvieron signados por esas ideas contrapuestas y que después afloraron en los desencuentros de nuestro próceres que demostraron como “la revolución se devora a sus propios hijos” según la frase acuñada por el francés Pierre Victurmien en base al mito de Saturno.
Y esas desavenencias de nuestros próceres provocaron sin duda la primera grieta de cierta importancia en nuestra historia. Le seguirían otras de mayor importancia y magnitudes ya bastante estudiadas: federales y unitarios, porteños y provincianos, irigoyenistas y antipersonalistas, radicales y peronistas, kirchneristas y no kirchneristas, y así vamos.
Uno de los mentores de esta falacia (la grieta como factor de poder político) es Ernesto Laclau que supo afirmar que “todo consenso se basa en actos de exclusión”. Y su mujer Chantal Mouffe agregó que “la confrontación es inherente a toda democracia populista y que sin confrontación ningún sistema político democrático es viable”. Nada más falso.
Un país que se precie necesita del consenso de la mayoría de sus ciudadanos y de una unidad monolítica de los partidos políticos sobre los grandes temas nacionales que realmente importan a la soberanía nacional: comunicaciones, fuentes de energía, políticas estratégicas a largo plazo, relaciones exteriores, etc.
La grita sin duda cala hondo y separa, es un valor negación porque divide, porque enfrenta a los que están de un lado y los que están del otro, porque generan espíritus intransigentes y dogmáticos y a veces hasta violentos que quieren doblegar mediante la fuerza la opinión de los demás.
A eso justamente aludía la famosa frase del general Juan Perón cuando dijo que “a este País lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”. Pero cuando hay que andar codo a codo se anda a los codazos.
El problema radica en ciertas tendencias de los argentinos que los disgrega como pueblo y los hace enfrentarse rencorosamente por disputas estériles que no hacen a la grandeza de la nación, perdiendo un tiempo precioso para forjar acuerdos de mayorías. Si los hermanos no son unidos decía José Hernández “los devoran los de afuera”.
Hablando de esa característica disgregante de los argentinos Perón supo afirmar que “son una generación de amanuenses que no sirven ni para el diablo”. Y también dijo que el año 2000 no encontrará “unidos o dominados”.