La misma batalla de siempre, pero en otra escena
La etapa compleja que atraviesa el país nos lleva a reflexionar sobre la conveniencia o no de despolarizar el debate político.
(por Víctor Taricco-Política Argentina).- A comienzos del gobierno de Mauricio Macri, un poco quizás por la sorpresa y por el dolor, muchos planteaban que el nuevo Presidente de la Nación venía a desmontar las conquistas de la “década ganada”, que era una avanzada conservadora, que su triunfo significaba una vuelta a lo peor de las políticas neoliberales, y que él y su Gobierno eran herederos directos de la dictadura militar.
Otros, en cambio, más prudentes, intentaban significar al nuevo Gobierno como una derecha moderna, ágil, respetuosa de los derechos humanos y de la democracia. Inteligente para comunicar y audaz para enfrentar procesos electorales y salir victorioso. No era la misma derecha oligárquica y golpista de siempre: esto era “otra cosa”.
Pasado un año ya, no quedan dudas de que el gobierno del PRO no era tan de “nueva derecha” como se decía, ni tan distinto a lo que denunciaban los más exaltados. Tampoco es una sorpresa que, de cara a su primer examen electoral y sin poder mostrar muchos resultados en la gestión de la economía, se recueste con su discurso en los sectores más reaccionarios de la sociedad para asegurar lo que considera su base electoral.
Pero, mientras se endurecen las condiciones de vida de los trabajadores asalariados e informales y se reprime la protesta social, un debate parece instalarse en el espacio político opositor: el que se despliega sobre los argumentos de la despolarización o el de la ancha avenida del medio.
Esta tesis, muy cara a la historia política argentina desde la recuperación de la democracia, propone sintéticamente que existen dos polos que confrontan duramente entre ellos y en el medio una enorme mayoría que “no se siente representada por los gritos” y no quiere quedar como “los alumnos y las escuelas rehenes de una pelea”. Esta forma de entender la democracia presupone un «agora pública» y una serie de actores racionales que confrontan ideas y proyectos de país.
Pero, ¿qué nos incomoda de esta postura tan ecuánime? Podríamos recordar, con Ezequiel Adamovsky, que este Gobierno mantiene presos políticos que han sido denunciados por la mayoría de los organismos internacionales de derechos humanos, que realiza espionaje político a referentes de la oposición que luego filtra a la prensa, que cuenta con una policía fuera de todo control que reprime niños en barriadas populares y en manifestaciones, y ahora también a docentes que intentan montar una protesta pacífica en una plaza del centro de la Ciudad. Sin duda podríamos decir que existen sobrados motivos para sospechar que lo que pretende el Gobierno es disciplinar al siempre intenso movimiento sindical y social argentino.
Supongamos por un momento que podemos dejar estas afrentas de lado y sentarnos a conversar en nombre de un bien mayor-el bienestar de las grandes mayorías, por ejemplo- y que asumiéramos como válida la tesis de que es necesario “no gritar” o “bajar un cambio” para poder conversar sobre los destinos del país. ¿Por dónde comenzaría la conversación?
Sin dudas, si somos serios, por el plan económico y sus consecuencias: los despidos, el cierre de fábricas y comercios, el cambio que se busca en la matriz productiva que deja como resultado miles de excluidos entre los trabajadores industriales. Si somos realmente serios y estamos comprometidos con una democracia que se realice no en el cumplimiento de sus procedimientos sino en las promesas de futuro y prosperidad sobre las que se asienta, los que nos oponemos a este Gobierno deberíamos poner en cuestión, por ejemplo, las políticas que han llevado a la pérdida de más de 100 mil puestos de trabajo.
Pero la pregunta que surge entonces es: ¿Esto es posible? ¿Acaso existe algún ejemplo en la historia argentina reciente en que los destinos de la patria se hayan saldado en un debate entre distintos actores políticos? ¿Existe algún ejemplo histórico donde los proyectos de país no se hayan saldado a través de la disputa política en sus múltiples escenarios? ¿Es acaso el camino del diálogo el que va a revertir el rumbo del gobierno de Cambiemos? Humildemente creemos que ése no será el camino. Si el diálogo y el consenso fueran el camino que ha recorrido la historia argentina en el último siglo (por lo menos), obras como “Lucha de clases”, de Daniel Santoro, nunca se hubiesen podido realizar.
La clave del momento es entonces reconocer que “estamos dando la batalla en el mismo lugar, pero en otra escena” o lo que es lo mismo, que estamos dando la misma batalla (de siempre) pero en otro momento histórico. Clarificar el análisis sobre el instante que nos toca vivir, sobre lo que ha sucedido en la historia reciente y sobre cómo seremos capaces de articular las mejores respuestas políticas en la próxima contienda electoral y de re-articular una alianza social que sea capaz de poner al trabajo, y a las trabajadoras y los trabajadores, en el centro de las preocupaciones.
Y aquí es necesario hacer una salvedad y recuperar algo de lo dicho por Alejandro Grimson y Pablo Semán, pero planteando un importante matiz que es quizás una diferencia. La polarización no es, ni debe ser, entre identidades, un debate moral entre bueno y malos: aquí acordamos. Pero no se trata ni de “bajar un cambio”, ni de “despolarizar”, sino de dar la disputa por el proyecto de país de la manera más efectiva en este momento particular.
Si el discurso de esta “nueva derecha” se organiza desde la estigmatización y la infamia, no será nuestra tarea “movernos al centro” para comenzar un diálogo o entablar una negociación como plantea el Frente Renovador. Tampoco la de comenzar una escalada beligerante que justifique la profundización de las políticas represivas. En todo caso, y reconociendo siempre que toda intervención pública es un acto de institución de sentido, expresar nuestras críticas y propuestas de la mejor (y, nuevamente, efectiva) manera posible. Y esto no es sólo una cuestión de tener buenos modales o buenos argumentos. La disputa política tiene múltiples escenarios y posibilidades dentro de la democracia y nuestra responsabilidad será la de explorar todos y cada uno de ellos para lograr nuestros objetivos.
No se trata aquí de correrse de “extremos”, sino de ser capaces de recuperar la memoria histórica del pasado reciente, de acumularlo en la larga secuencia de luchas del pueblo argentino, de seguir trabajando para articular lo diverso que pretende ser unificado por las políticas neoliberales del Gobierno y de volver a producir un encuentro fructífero entre nuestra palabra pública y nuestras prácticas políticas para ser capaces de ofrecer un horizonte mejor para los miles de argentinos que hoy sufren las consecuencias de las políticas de esta nueva y siempre vieja derecha que gobierna.