La identidad de género y las fuerzas de seguridad
A cinco años de la ley de identidad de género, que puso al país en un lugar de vanguardia a la hora de reconocer los derechos de las personas trans, muchas todavía buscan que se les reconozcan sus derechos. La semana pasada, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, reincorporó y ascendió a una oficial de la Policía Federal, Analía Pasantino, apartada de la fuerza durante nueve años por su condición de género.
El caso provocó un extenso informe del diario Perfil, que también hace hincapié en las barreras que se han derridado en las fuerzas de seguridad en todo el país.
“El mundo cambió”, dijo Analía a la agencia AP. “Se puede vivir una identidad de género y no es necesario pasar todo lo que pasé yo, esa doble vida”.
Su caso ilustra una realidad que aún existe: que el miedo al rechazo o la discriminación frenen a muchos de asumirse como quienes realmente son. Y también es precedente para quienes integran las fuerzas de seguridad, donde desde 2011 existe una resolución que dicta respetar la identidad sexual autopercibida.
“Yo siempre me sentí varón”, dice Alan Benjamín Bello (23), suboficial de la policía de Rosario, a la que ingresó en 2015, y donde el año pasado inició el cambio de género. “Siempre lo quise, pero lo mantenía oculto en mi adolescencia y me presentaba como mujer lesbiana. Cuando fui mayor, me animé a buscar información y por suerte mi familia me aceptó y en mi trabajo también. Ahora estoy contento”, cuenta. En diciembre empezó el tratamiento hormonal. “Me contacté con el primer chico que se operó en Rosario, que me acompañó a la consulta con el médico. Una vez que me dijo que estaba todo bien, empecé”. La mastectomía sería el próximo paso, y espera por su nueva credencial aún en trámite.
En esa misma ciudad, Angie Beatriz Alvarez (45) fue la primera policía en cambiar su género. “Entré como varón, en 1998, y cambié adentro. Al principio iba fajada, sin maquillaje, tenía pelo largo pero usaba gorra, así que no se veía”. Con la distancia del tiempo, recuerda que al principio no fue fácil. “Una psicóloga me dijo que tenía que ser egoísta y pensar en mí, que el resto se iba a adecuar. Los que habían entrado cuando yo era agente me decían Alvarez, así que nunca sentí rechazo. Yo estaba en bomberos, donde no había mujeres. Después empezaron a tomar chicas”. Para ella, la ley hizo que la situación de las personas trans se visibilizara más, pero que todavía falta en el trato. “A mí me respetaron primero por mi cargo. Y ahora que me conocen, también por mi forma de ser”.
Aceptación. En Salta, la suboficial de policía Luciana Aguado (25) hizo el cambio de género a los tres años de ingresar, y sabe que su caso es precedente para otras: “Cuando me decidí a hacerlo, presenté una nota solicitando permiso y me respondieron que no hacía falta. A algunos compañeros les cuesta, pero no a la mayoría. Creo que va más por aceptar a una persona distinta, que en una sociedad como Salta es difícil. Yo recibí apoyo de mis superiores y mi familia, y eso para mí es lo más importante”, agrega.
“Lo bueno fue que los ascensos acá fueron en mi condición de trans”, aporta Sabrina Palazzo (42), agente de Tránsito porteña y coordinadora de base, cargo que hace años esperaba. Luego de trabajar siete años como chofer y haciendo controles de alcoholemia en la calle, hace cinco que hizo el cambio. Siempre se hizo respetar. “Esta es un área un poco machista, pero a mí me avala la experiencia, y tengo mucha. Cuando entré a trabajar no estaba la ley, algunos te miraban raro pero yo siempre caí bien parada. El año pasado fui a la fiesta de fin de año, tal cual soy”, dice.
Lo que falta. Desde FALGBT y ATTTA, dos de las entidades que luchan por los derechos de las personas trans, hacen capacitaciones en materia de diversidad en las fuerzas de seguridad, buscando un cambio cultural en ámbitos que, como probó el caso de Pasantino, pueden ser más conservadores. Sobre todo en el interior del país, donde la apertura es menor que en Buenos Aires. Por eso, la visibilización y la formación son claves. “Culturalmente, son espacios que a veces discriminan la diversidad sexual, además de la violencia institucional que sufren las personas trans en la vida cotidiana, donde se asocia a las compañeras con el trabajo sexual. Son estereotipos, por eso hay que dar la batalla cultural por el cambio”, sostiene Belén Toriacio, secretaria de Salud de FALGBT.
La apertura de áreas de diversidad en entidades públicas, para garantizar los cupos de trabajo y el respeto por la ley, es una demanda que no siempre se cumple. “Si sos trans, sos luchadora por naturaleza. En el interior, la gente es más conservadora y aún existe mucho la burla”, dice Gabriela Duggan (32), agente de Tránsito salteña, que presentó un amparo para poder operarse los pechos, y ahora otro para la reasignación de sexo. “No siempre se cumple la ley. Acá la municipalidad sacó el área de diversidad”, ejemplifica.
Ley pionera y derechos iguales
La Ley de Identidad de Género 26.743 se sancionó el 9 de mayo de 2012 y fue la primera en su tipo en el mundo: permite que las personas trans (travestis, transexuales y transgénero) sean inscriptas en sus documentos personales con el nombre y el género de elección, además de ordenar que todos los tratamientos médicos de adecuación a la expresión de género estén cubiertos por el sistema público de salud.
En las fuerzas de seguridad, además, esos derechos existen incluso desde antes: en noviembre de 2011, la entonces ministra, Nilda Garré, firmó una resolución que dictaba “respetar la identidad sexual autopercibida de quienes las integren, su vestimenta y uniforme, la utilización de instalaciones, la asignación de tareas, el respeto por el género y el nombre elegido”. La medida abarca a todo el personal de la Policía Federal, Gendarmería Nacional, Prefectura Naval y Policía Aeroportuaria.
Pero además, la resolución se extendió a los detenidos, que “deben ser alojados en celdas acordes a su identidad sexual”, especifica el texto.
Por su parte, esta semana se celebró otro hito por los derechos igualitarios: el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, que este año hizo especial hincapié en el respeto por la diversidad sexual: el mensaje “Libertad para amar es libertad para vivir” fue el que se repitió en redes sociales y grupos LGTBI del planeta.
“Me fui de vacaciones como femenino y al regresar ya era Diego”
“Yo quería tener mi DNI, porque el nombre es todo, te define desde quién sos ante la sociedad, hasta cómo te presentás”, cuenta Diego C., miembro de la Prefectura Naval. Casado y con su identidad autopercibida, cuenta el camino que lo llevó a ser quien es.
Entró en el cuerpo de Prefectura en el 2003. Allí fue primero marinero y formó parte de la tercera promoción de agentes femeninos que egresaban. Después de eso, se pasó a la escuela de oficiales, en un régimen de internado. Allí se enfrentó al desafío de compartir espacio con otros en forma permanente. “En algunos momentos, era dura la convivencia, porque yo compartía los lugares comunes con personal femenino pero yo ya sabía bien quién era. Todavía no estaba la ley ni tenía las herramientas para hacer algo”, dice.
“Desde los cuatro años sé quién soy. Tengo el recuerdo de preguntarle a mi mamá por qué tenía que usar vestido, y por qué no podía usar los mismos juguetes que mi hermano. Desde ese día, mi mamá nunca más me compró vestidos, me respetó”, recuerda.
Lograr ser quien se es. Con su primer traslado empezó a plantearse todo. Veía videos de hombres trans contando sus experiencias de otros países, pero acá no encontraba nada. En 2011, recién, entró al programa Gran Hermano un varón trans y se empezó a hablar más del tema.
“Una vez que estuvo la ley dije: ‘Bueno, ahora el Estado me respalda, tengo derechos, estoy reconocido’. Y empezó un proceso muy fuerte para mí”. Ya con el tratamiento hormonal en marcha, tenía cierto temor por revelar su identidad en su lugar de trabajo. “Me debatía entre irme y quedarme”, dice. Ahí se acercó a ATTTA y empezó a asesorarse y a conectarse con personas como él.
“Eso me dio esperanzas de que yo podía ser yo. Por más que fuera difícil y que parte de la sociedad nos rechace, yo iba a ser quien verdaderamente era, e iba a estar todo bien”, dice.
En ese momento, decidió blanquear su situación: habló con su jefa, y se encontró con un apoyo que le cambió todo. “Ya no aguantaba más. Le dije que era Diego y que quería hacer el cambio de identidad acorde a la ley. Ella me dijo que fuera al centro de género y que iba a estar todo bien. Me contuvo muchísimo, me sorprendí y quedé tranquilo”, cuenta.
De hecho, en la Prefectura lo reconocieron y entregaron su credencial antes de que tuviera su DNI. “A partir de ahí, fui Diego. Pedí licencia y me fui de vacaciones, como femenino. Al mes regresé, con uniforme masculino. Creo que estaba más nervioso yo que las personas que habían trabajado conmigo. Era la primera vez que me ponía traje para trabajar en mi vida”, agrega.