El candidato es el proyecto

(Emiliano Rodríguez*).- Bastante mal le salió al kirchnerismo en 2015 su jugada política de esconder a los candidatos hasta último momento, para luego tratar de instalar la idea del «proyecto» por sobre los nombres propios, en su fallida cruzada en pos de retener el Poder durante al menos cuatro años más.

¿Por qué Cambiemos considera ahora que le puede resultar mejor? Sabido es que en las últimas elecciones los postulantes del Frente para la Victoria perdieron tanto en la Nación, con Mauricio Macri convirtiéndose en jefe de Estado, como en distritos clave del país, incluyendo la estratégica provincia de Buenos Aires, justamente de donde había surgido con sus aspiraciones presidenciales a cuestas Daniel Scioli, derrotado en las urnas por el líder del PRO.

Tan evidente parece ahora que aquella movida no arrojó en absoluto los resultados deseados y que el tiro terminó saliendo por la culata que dos años más tarde el kirchnerismo se lanzó a concebir y a desarrollar un perfil de campaña diametralmente opuesto al que había impulsado en 2015, aunque claro está, con la «jefa» Cristina Kirchner como candidata en esta ocasión.

La estrategia «zen» de la ex presidenta llama la atención. Nada de bombos, nada de banderas ni de militantes; nada de discursos ni diatribas en primera persona…

Si antes el eslogan era, «La Patria es el otro», ahora parece que la única voz que realmente interesa y merece trascender es la de la «gente común».

Observando el panorama desde la vereda de enfrente, por ahí algunos dicen: «Conociéndola a ella, que tanto le gusta ser el centro de la escena, le debe costar una enormidad esto de no salir a hablar ni de ser protagonista…» Otros acotan:
«Mientras los números en las encuestan les cierren, van a seguir con este perfil, con esta postura de la candidata que no habla sino que le da voz a los demás, pero si llegara a variar la tendencia, seguramente vamos a volver a ver a la Cristina de siempre, a la verdadera».

Lo cierto es que más allá de los análisis de ocasión y las especulaciones, el cristinismo apostó por una imagen de campaña diferente y hasta el momento ese golpe de timón produce los dividendos que esperaban: la ex presidenta lidera las mediciones de intención de voto en la provincia de Buenos Aires como precandidata a senadora nacional..

El turno de Cambiemos
En este contexto, está claro que al oficialismo se le presenta un verdadero desafío con vistas a los próximos comicios de medio término, con Cristina en la arena y el massismo junto con el GEN de Margarita Stolbizer dispuesto a seducir a los indecisos y nutrirse de los decepcionados para quebrar el tan mentado esquema pre-electoral de la polarización.

Por primera vez, Macri y sus estrategas políticos con el «gurú» ecuatoriano Jaime Durán Barba y su delfín Marcos Peña a la cabeza deberán rivalizar en las urnas con Cristina Fernández de Kirchner; no con sus candidatos -designados a dedo, ciertamente- ni con su «proyecto» sometido a plebiscito, sino con la figura política más influyente de la última década probablemente en la Argentina, por más que a algunos o a muchos les pese.

El antídoto escogido en el laboratorio macrista para combatir las aspiraciones de resurrección de Cristina y del núcleo duro kirchnerista en general tras la derrota de 2015 incluye en su fórmula magistral dos componentes centrales e insoslayables, pero también alguno que otro secundario, y uno de ellos en particular, sumamente curioso a decir verdad.

Por un lado, Cambiemos busca capitalizar y explotar esa generosa dosis de imagen positiva que María Eugenia Vidal ha logrado forjar en poco menos de dos años de mandato en la provincia de Buenos Aires: decididamente, la gobernadora se ha puesto al frente de la campaña, con recorridas diarias por el Conurbano y en especial, por la populosa tercera sección electoral, allí donde cada voto cotiza su importancia en oro.

Vidal es la que abre el camino, la que encabeza la hilera y la que presenta en sociedad a los candidatos de Cambiemos, aunque con una peculiaridad, que si bien parece haberse convertido ya en una marca registrada de la coalición de Gobierno, por momentos hasta suena raro en el Gran Buenos Aires: los llama solamente por su nombre de pila, así los identifica.

Bullrich es Esteban, González es Gladys, Montenegro es Guillermo y Ocaña no es la «Hormiguita» lógicamente, sino Graciela.

Pues bien, si la idea del oficialismo es tratar de instalar en la Provincia a dirigentes políticos quizá no tan conocidos por la mayoría de los ciudadanos, ¿no sería más conveniente mencionar sus apellidos también? «Suena lógico», respondió alguien en estos días, ante una consulta específica de NA al respecto.

¿Y entonces? Lo que ocurre es que, sí señora, sí señor, tal como sucedió en 2015 con el kirchnerismo, el candidato en 2017 ha vuelto a ser el «proyecto», aunque en este caso, obviamente, el que impulsa Cambiemos.

¿Si al Frente para la Victoria le fue mal hace dos años, por qué el macrismo supone que ahora le puede ir mejor con la misma estrategia? Porque sus armadores consideran que en estos comicios, más allá de elegir senadores o diputados, por ejemplo, la gente con su voto avalará o reprobará la gestión que lleva adelante el Gobierno.

Sobre todo en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto próximo.

«Roban, pero hacen»
Los arquitectos políticos de Cambiemos prácticamente desecharon la posibilidad de que la elección se polarice en las PASO, ya que creen que 1País de Sergio Massa y Stolbizer le restará poder de fuego al macrismo, más allá de que Florencio Randazzo pueda llegar a picotearle votos -al massismo- en esa presunta ancha avenida del medio que podría abrirse ahora el mes que viene.

«Perdiendo incluso por uno o dos puntos no quedaríamos tan mal parados pensando en la general. Ya por tres, y…
sería más difícil de remontar la diferencia», se animó a comentar en estos días alguien cercano a la coalición de Gobierno.

La batalla final, la decisiva, se librará en las semanas que resten hasta el domingo 22 de octubre, una vez concluidas las PASO.

En consecuencia, a los ingredientes «carisma e imagen positiva de Vidal» y «el candidato es el proyecto» -el componente más novedoso y peculiar del cóctel electoral de Cambiemos-, se les sumarán muy probablemente el «efecto Julio De Vido» y también con más asiduidad el «factor miedo».

«Nosotros o el pasado…», ésa parece ser la senda que Macri y compañía buscarán recorrer en su camino a las urnas.

¿Qué tipo de pasado, uno vinculado supuestamente a la corrupción que, según el Gobierno, representa el kirchnerismo.

Quedó demostrado en el Congreso recientemente, con el golpe de efecto que el oficialismo procuró asestarle a la campaña electoral mediante el fallido -se sabía de antemano- intento de remoción del ex ministro de Planificación Federal.

Seguramente en los próximos días, el macrismo insistirá con el mismo libreto «anti- corrupción»-, no tanto para tratar de polarizar las PASO, sino con la mira puesta ya en octubre.

«Tenemos que romper con el ´roban, pero hacen´. Eso es lo que nos dicen a veces en las recorridas por el Conurbano, ´Los otros robaban, pero con ellos estábamos mejor…´», contó a NA un joven dirigente de Cambiemos, que en medio de un escenario general un tanto adverso, se mostró esperanzado de todos modos en que el «talismán» Vidal -una dirigente elogiada incluso por la oposición en la Provincia- sea lo suficientemente vigoroso como para garantizar la supervivencia del «proyecto».

(*Secretario General de Redacción de NA )
@efrodriguez012