San Antonio Oeste desde el aire
(Jorge Castañeda*).- A los pioneros de la Aeroposta Argentina les falto de todo menos voluntad y sed de aventura. Tuvieron que luchar contra la fuerza de los elementos, reconocer rutas, confeccionar cartas, inventar aeropuertos y hasta arreglar los aviones, tan precarios que parecían de papel.
Alguien supo decir que “Si quieres juntar todos los locos de un pueblo funda un aeroclub; si quieres juntar a todos los locos de un país, funda una empresa aérea”.
Antoine de Saint Exupéry, el autor del Principito, uno de los pilotos más célebres de la Aeroposta, escribió que “nuestras máquinas resistían, confiábamos en las junturas de las alas. La visibilidad, por lo general, era buena y no planteaba problemas. Considerábamos esos viajes como una tarea dura, no como dramas”.
Luro relata en sus libros “Rumbo 180º” y “Huellas en el cielo” la exploración de las rutas del Sur. Él en un Curtiss-Lark de 160 HP y Vachet en un Breguet Torpedo: “Dejamos atrás Bahía Blanca. Parecía que volábamos sobre los arenales del Sahara. Era el comienzo de esa gran Patagonia misteriosa. En San Antonio Oeste los preparativos del traslado de los aviones desde el pequeño campo de aterrizaje ocasionalmente utilizado, hasta la laguna de “Las Máquinas”, única superficie adaptable a las exigencias del Laté 25 que traía Mermoz”.
“Laguna salada, en esos momentos seca, se prestaba maravillosamente para el aterrizaje y despegue de cualquier avión pesado”.
“Nunca olvidaré ese primer aterrizaje de un Laté 25 en suelo patagónico. El salitral acogió al pájaro mecánico sin la menor transición entre vuelo y carreteo. Apenas un polvillo levantado de sus ruedas indicó su apoyo. Más adelante, perdida totalmente la velocidad, descanso la cola y avión en tierra”.
Impresionante relato que hace a la historia de la aviación en San Antonio Oeste, donde verdaderos ases del cielo contribuyeron al desarrollo y la comunicación de toda la Patagonia.
El historiador Héctor Izco reflexiona sobre la gesta de estos aventureros escribieron sus mejores páginas: “Hay que imaginar el sacrificio en nuestra Patagonia y sobre todo en los inviernos, del piloto conduciendo su máquina a la intemperie, con un pequeño parabrisas, sin ningún otro resguardo que no fuera la vestimenta, trajes acolchados, capote hasta los pies, el casco forrado y las antiparras. Volaban prácticamente sin instrumental que no fuera la brújula y el altímetro, con algún otro elemento medio primitivo. No tenían comunicación radial y el vuelo era de relativa altura, visual”.
Paradas improvisadas como la señalada en la laguna de “Las Máquinas” eran frecuentes. Escribía Saint Exupéry que “El radio comunicaba la noticia a todas las estaciones de la línea. Semejantes escalas se sucedían, cual eslabones de una cadena, a lo largo de 2.500 kilómetros, desde el estrecho de Magallanes hasta Buenos Aires”.
Y tiene también unas líneas para destacar la fuerza del viento patagónico: “La velocidad de esos vientos, en tierra, se eleva hasta ciento sesenta kilómetros por hora. Lo sabíamos bien. Mis compañeros y yo cuando nos acercábamos a las inmediaciones de la zona que barrían, reconocíamos su presencia en no sé qué color azul grisáceo, y ajustábamos un punto ci9nturón y tirantes, a la espera de los grandes remolinos. Comenzábamos un vuelo penoso, cayendo a cada paso en baches invisibles. Era un trabajo manual. Durante una hora, los hombres aplastados por esas variaciones brutales, hacíamos un trabajo de estibadores. Más allá, una hora después, encontrábamos la calma”.
Como un homenaje Julio A. Luqui recuerda a estos hombres: “Muchos se han ido ya, otros quedan. Reliquias vivientes, lamentablemente no tan recordadas ni retribuidas como lo merecen. No existe aún el título de precursor o creador de la aviación aerocomercial. Pero no hace falta que se oficialicen, ellos lo poseen de hecho y con todo derecho, aunque no les hayan dado diplomas ni distintivos”.
Podemos decir entonces que San Antonio Oeste tiene una rica historia que no solo mira al mar o al riel sino también al cielo, pero con la salvedad que sí supo honrar a esos esforzados pilotos rayanos en la leyenda pues su aeródromo se denomina con justicia Antoine de Saint Exupéry.
*Escritor – Valcheta