Masacre de Trelew. Aportes del CONICET
(Por Alejandro Cannizzaro*).- Cuarenta y cinco años después del trágico episodio, ¿qué otro dato podría aportarse al caso tristemente célebre, en el que fueron fusilados presos políticos y del que ya parecía haberse dicho todo? ¿Qué nueva información podría ser difundida sobre las instalaciones de la Base Militar Almirante Zar -donde sucedió la masacre– y que fueron modificadas varias veces?
El Juez de Instrucción del mencionado juicio, Hugo Sastre, pensó que en el interior de las paredes de la base aún podría hallarse información trascendente y así convocó, en octubre del 2012 al investigador independiente del CONICET Guillermo ‘Willy’ Pregliasco, para obtenerla.
Vale recordar que el 22 de agosto de 1972, integrantes de las Fuerzas Armadas dispararon contra diecinueve presos políticos que se habían fugado del Penal de Rawson. Dieciséis murieron tras los disparos.
“El Juez de Instrucción tenía información acerca de un curso de Física Forense del que participó el físico Mario Mariscotti. Nos pidió que encontráramos en las paredes de la Base Militar Almirante Zar evidencia material de lo ocurrido que de alguna forma le permitiera ubicarse, cuarenta años más tarde, en aquel lugar y en esa noche”, explica Pregliasco.
Así, el investigador realizó tomografías con rayos gamma a las paredes, para encontrar vestigios de los impactos de bala. También elaboró una reconstrucción del plano del lugar al momento de la masacre y analizó cada una de las capas de pintura que habían recibido las paredes a lo largo del tiempo.
La primera sensación que invadió al investigador antes de iniciar su trabajo fue que no podría aportar ningún dato novedoso.
“Todo había sido modificado. Las celdas donde permanecieron encerrados los detenidos habían sido demolidas y el sitio donde tuvo lugar la masacre, había sido transformado en una biblioteca”, relata Pregliasco. “Quedaban algunas pocas paredes que eran originales. Y sólo seguía en pie, la pared del fondo de un pasillo. Parecía que habían quitado cada una de las evidencias que podían dar cuenta de lo ocurrido”, describe.
El científico fue tres veces al lugar, y en el último de sus viajes comenzó a realizar una reconstrucción del plano del sitio, al momento de la tragedia.
“Queríamos entender cómo era la base militar en ese entonces, ya que luego de tantas modificaciones, era difícil dimensionar los espacios. Con el equipo de trabajo que me acompañó en esa oportunidad, empezamos a ver dónde habían estado las paredes originales, las puertas, para qué lado abrían las mismas, y así, de a poco, fuimos dibujando en el aire y en el lugar, dónde estaban ubicados cada uno de los elementos presentes la noche de aquel 22 de agosto”, comenta el reconocido investigador.
Para buscar información oculta en el interior de las paredes y atender el pedido del juez Sastre, ‘Willy’ Pregliasco comenzó a observar todas y cada una de las sucesivas capas de pintura y así empezó a leer la historia que guardaba en lo profundo la pared del fondo del pasillo.
“Buscábamos marcas que se encontraban en las dos últimas capas de pintura, es decir, las más antiguas. El trabajo fue decapar la pared del fondo prolijamente. Con el mapa de las reparaciones creado a partir de los rayos gamma, se observó en cada una de ellas, sobre cuáles capas de pintura se habían realizado las modificaciones. Lo más impactante fue notar que en la parte superior de la pared no había ninguna reparación de esa época”, destaca.
Una de las versiones militares sobre la tragedia aseguraba que la masacre se había desencadenado cuando uno de los presos intentó arrebatarle el arma a un guardia y la misma se disparó automáticamente. Según la misma fuente, fue así que la pared quedó repleta de balas. Sin embargo, a partir de cierta altura de la pared, no se encontraron restos de los proyectiles.
Por otra parte, a la parte inferior de la pared le faltaba una capa de pintura y el revoque presentaba un aspecto diferente al resto. “Eso nos permitía sospechar que habían picado la pared hasta el ladrillo”, explica el experto.
Para corroborarlo, Pregliasco analizó muestras de la pared. “El revoque es una mezcla de cemento y arena y no existen dos arenas iguales. Comparamos muestras para comprobar si tenían o no un origen común”, detalla.
La ciencia fue determinante. El revoque de la parte inferior de la pared incluía ladrillo picado y el de la parte superior, no.
“Se habían borrado todas las huellas de los disparos pero con esa acción, las paredes nos dijeron dónde estaban. Estaba revocado a partir de un metro sesenta centímetros hacia abajo y no desde esa altura hacia arriba”, afirma.
De acuerdo a varios testimonios que forman parte de la carátula de la causa, los ejecutores vaciaron cuatro cargadores de armas de repetición. Eso equivale a un total de aproximadamente quinientos disparos.
“Que no se encuentren huellas de bala en la parte superior, significa que los disparos se efectuaron deliberadamente y apuntando; que quienes dispararon estaban afirmados y que no se les escapó ningún tiro”, sostiene.
Otra versión dictadura militar -presidida entonces por el General Alejandro Agustín Lanusse- afirmaba que uno de los presos había disparado contra uno de los guardias. Para sostener ese argumento, había documentación: imágenes capturadas por un fotógrafo del semanario Así.
“Al analizar esas imágenes descubrimos que una de las bisagras que aparece en una de esas fotos y que tiene un impacto de bala, no correspondía a ninguna de las bisagras que se encontraban en el edificio. Por lo tanto, ese disparo no había sido realizado en las instalaciones de la base militar”, enfatiza.
Si bien Pregliasco asegura que su rol no fue determinante para un juicio de gran magnitud como el de Trelew –con peso propio; testimonios de sobrevivientes, de familiares y de otras personas-, el investigador destaca la importancia que tiene la colaboración desde una institución científica pública.
“Fue muy importante aportar desde el CONICET porque significa actuar desde el Estado. Y además, con el razonamiento científico que es una argumentación fundamentada, democrática y participativa”, concluye.
*Integrante del Centro Nacional Patagónico del CONICET.