En el pantano
(Por Claudia Piñeyro, para Revista Anfibia).- Hay un muerto. Aparece un muerto en el río Chubut. Allí donde algunos temíamos que hubiera un muerto. Hasta ahí la certeza. Estamos en estado de incertidumbre. Nos piden que esperemos. Nos piden prudencia ante el horror. Nos hablan de paciencia. Palabras casi obscenas ante una muerte en la que podría estar involucrada una fuerza del Estado y por la que esperamos respuestas desde hace 78 días. Pero hacemos el esfuerzo, tratamos de esperar en incertidumbre tal como nos piden. Sin embargo, es inherente a la condición humana tratar de armar sentido. Incluso en el sinsentido. Cada uno de nosotros arma el rompecabezas de acuerdo a las piezas que considera válidas. Porque la incertidumbre, en este caso, nos es intolerable, perversa. Porque venimos esperando hace tiempo y bombardeados por hipótesis de distinto tipo. Y porque muchos temimos que el cuerpo de Santiago Maldonado aparecería justamente allí, donde se lo vio por última vez, pero ahora muerto. Aún en la prudencia y a riesgo de equivocarnos buscamos el sentido al sinsentido de la muerte de un hombre de 28 años que cortaba una ruta en protesta. Es inevitable. Es saludable para nuestra sociedad que lo hagamos, que reflexionemos, que tratemos de entender aunque las conclusiones que saquemos unos y otros sean distintas. Y que a pesar de nuestras conclusiones esperemos y exijamos, por fin, la certeza.
¿Qué pasó? ¿Cómo murió? ¿Lo mataron? ¿Quién mató a Santiago Maldonado? ¿En qué circunstancias? ¿Por qué el cuerpo aparece ahora? ¿Por qué no lo vieron antes? Todas preguntas válidas. Para cada una puede haber distintas respuestas. Estamos en el pantano de la incertidumbre, tratando de no hundirnos. Pero en ese pantano ya se hundieron varios. No los que piensan distinto, no los que no coinciden en cómo murió o en quién lo mató y por qué. Esa no es la verdadera grieta. Sí se hundieron los que se ríen, los que desprecian, los que ningunean, los que subestiman, los que discriminan, los que juzgan y hablan mal de una familia que está en carne viva. Sí los que ponen el foco en la cantidad de celulares que tenía el muerto, o en el recital al que fue el hermano, o en que si un mapuche habla con precisión es porque está “coacheado”. Sí aquel a quien se le cruza por la cabeza que un muerto que aparece en un río helado es equivalente a la criogenia a la que supuestamente se sometió Walt Disney y no es capaz de callarse la boca y evitarnos la sonrisa.
Yo estoy entre los que creen que Santiago Maldonado murió en medio de un hecho de represión llevado adelante por Gendarmería, y como consecuencia de esa represión. Pero tengo que ser prudente. ¿Lo sé?, ¿tengo la certeza? No, claro que no. ¿Puedo estar equivocada? Sí. La única certeza hasta ahora es que apareció un hombre muerto en ese mismo río. Pero mis piezas del rompecabezas tratan de acomodarse y armar sentido. Yo estoy entre los que fueron a Plaza de Mayo a preguntar: ¿Dónde está Santiago Maldonado? Yo estoy entre los que no creyeron que estaba en Chile en ningún porcentaje, ni creyeron que se cortó el pelo en una peluquería, ni que hizo dedo en una ruta patagónica. Yo estoy entre los que desde que el 17 de octubre apareció el cuerpo de un hombre en el río Chubut cree que es Santiago Maldonado, y llora.
No me pidan que llore sólo ante la certeza. El dolor no entiende de esas precisiones.
Mientras esperamos, prudentes, pacientes, puedo conversar y compartir la incertidumbre con los que piensan distinto, con los que tienen otra teoría posible ante esta muerte, con los que no lloran. Incluso con aquellos a los que no les importa lo que haya pasado. Pero no me pidan que espere en la incertidumbre con los que se hundieron en el pantano.