Jubilaciones: «Hubo una hemorragia de popularidad»
Si a comienzos de 2017 el escándalo del Correo Argentino golpeó las puertas del cielo cambiemita, la batalla por la reforma previsional de diciembre último y el audio del ministro de Trabajo Jorge Triaca con que se abrió este 2018 parecen demostrar que Cambiemos es una fuerza política que sufre los veranos. La pregunta podría ser si, como ocurrió el año pasado, la lipotimia se apaciguará con otra primavera política, o si este año sin elecciones, y con la amenaza kirchnerista ya reducida, abrirá una etapa nueva que el gobierno deberá afrontar con otras armas. Ignacio Ramírez es sociólogo, consultor, director del posgrado de Opinión Pública y Comunicación Política de FLACSO y un fino observador de ese territorio en el que se cruzan comunicación y política, y donde Cambiemos, que siempre se mostró cómodo y dominante, hoy parece atribulado ante una impensada amenaza nacida de un audio de WhatsApp. Con los ecos frescos de una crisis estival que, para la mayoría de los analistas, implicó una caída en la popularidad del gobierno, Ramírez asegura que no fueron los episodios de diciembre y enero los que explican la crisis sino el paso del tiempo y el nuevo escenario abierto tras las elecciones legislativas. “El gobierno se olvidó que, después de octubre, ingresó en una nueva etapa donde ya no prima el marco narrativo de la pesada herencia”. Para Ramírez, el caso Triaca es “más interesante” en términos comunicacionales que el conflicto por la reforma previsional porque “permite espiar otro tono y genera una duda: ¿cuál es el Cambiemos real?”. Además asegura que la economía no va a definir el resultado en 2019, cree que el horizonte se vislumbra más optimista para el oficialismo aunque afirma que el sistema político argentino es “muy competitivo” y cree que es la audacia política y no la forma de comunicar aquello que la oposición debería imitar del gobierno. “Macri se preparó para ser presidente, no para ser líder de la oposición. Son objetivos distintos.”
Pasado poco más de un mes del conflicto alrededor de la reforma previsional, ¿qué balance hacés hoy de aquel episodio?
Hay una tentación permanente en el análisis político de suponer que cualquier episodio modifica los climas. Pero la opinión pública no modifica sus opiniones de manera automática. En general, ante cualquier episodio aislado, suele haber dos perspectivas. La primera es la ansiedad, creer que el tema de las tarifas, o la crisis del ARA San Juan, o el caso Maldonado producen un vuelco. Y en realidad al día siguiente la opinión pública está intacta porque las opiniones sobre objetos vinculados a la identidad, a las convicciones, a la ideología no se modifican de manera instantánea. La opinión pública es bastante estable, especialmente en un contexto de polarización ideológica. La otra perspectiva es la opuesta, creer que no pasó nada, que todo se evapora, que al gobierno todo le sale gratis porque, pase lo que pase, no cambia nada. Bueno, ni tanto ni tan poco. Ni un episodio de manera aislada es capaz de modificar el clima de la opinión pública ni significa que los hechos y los asuntos públicos resbalen.
Van dejando huellas
Todo asunto público deja una especie de marca que en un subsuelo va incubando algo. Con la reforma previsional efectivamente hubo por primera vez una hemorragia de popularidad. Ese es el dato, en dos años es la primera vez que pasa. Ahora, si miramos con perspectiva, cuestiones como la del Correo, o tropiezos de distintos ministros –Triaca no fue el primero–, o encubrimientos, declaraciones incómodas, todos esos elementos que lesionaron la imagen del gobierno y los pilares que sostienen su marca fueron dejando alguna huella subterránea. Y ni hablar el malestar socioeconómico. Todo esto se terminó de condensar en ese diciembre caliente con la reforma previsional, pero me parece que no fue la reforma únicamente la que inauguró esa sangría de popularidad.
¿Pero qué tuvo de particular para que sacara a la superficie esas huellas subterráneas?
Si a comienzos de 2017 el escándalo del Correo Argentino golpeó las puertas del cielo cambiemita, la batalla por la reforma previsional de diciembre último y el audio del ministro de Trabajo Jorge Triaca con que se abrió este 2018 parecen demostrar que Cambiemos es una fuerza política que sufre los veranos. La pregunta podría ser si, como ocurrió el año pasado, la lipotimia se apaciguará con otra primavera política, o si este año sin elecciones, y con la amenaza kirchnerista ya reducida, abrirá una etapa nueva que el gobierno deberá afrontar con otras armas. Ignacio Ramírez es sociólogo, consultor, director del posgrado de Opinión Pública y Comunicación Política de FLACSO y un fino observador de ese territorio en el que se cruzan comunicación y política, y donde Cambiemos, que siempre se mostró cómodo y dominante, hoy parece atribulado ante una impensada amenaza nacida de un audio de WhatsApp. Con los ecos frescos de una crisis estival que, para la mayoría de los analistas, implicó una caída en la popularidad del gobierno, Ramírez asegura que no fueron los episodios de diciembre y enero los que explican la crisis sino el paso del tiempo y el nuevo escenario abierto tras las elecciones legislativas. “El gobierno se olvidó que, después de octubre, ingresó en una nueva etapa donde ya no prima el marco narrativo de la pesada herencia”. Para Ramírez, el caso Triaca es “más interesante” en términos comunicacionales que el conflicto por la reforma previsional porque “permite espiar otro tono y genera una duda: ¿cuál es el Cambiemos real?”. Además asegura que la economía no va a definir el resultado en 2019, cree que el horizonte se vislumbra más optimista para el oficialismo aunque afirma que el sistema político argentino es “muy competitivo” y cree que es la audacia política y no la forma de comunicar aquello que la oposición debería imitar del gobierno. “Macri se preparó para ser presidente, no para ser líder de la oposición. Son objetivos distintos.”
¿Pero qué tuvo de particular para que sacara a la superficie esas huellas subterráneas?
Un gobierno comete errores todo el tiempo. Algunos son, en términos de opinión pública, más dañinos y otros menos. El tema de la reforma previsional es que removió una especie de sospecha, de estigma que acompaña al PRO, y que es la percepción de que es un gobierno de ricos. No es una caracterización ideológica, es una percepción, una sospecha. La caracterización ideológica es que es para los ricos, pero la percepción es que es un gobierno de ricos. Lo cual impone cierta distancia, porque para la cultura política argentina es algo muy nuevo, es el primer gobierno abiertamente de élites. Entonces esa decisión, que aparece como una decisión insensible, contra los viejos, cuando los viejos tienen un peso muy fuerte en la matriz cultural argentina, removió algo. Cambiemos tiene mucha habilidad para leer escenarios, tiene pocos perjuicios entonces los lee con cierta frescura, sin tanta densidad ideológica, pero tiene dificultades para entender que la historia no se desintegró, que hay memorias colectivas, que hay historias. Y entonces cuando toma decisiones que movilizan cuestiones de valores, vinculadas a la matriz cultural de la clase media y los sectores populares, ahí me parece que rompe una serie de consensos culturales e ideológicos que la sociedad sostiene, y que van más allá de Nisman y los bolsos de López. La historia no empezó en 2003 y eso es otra confusión que tiene Cambiemos, que trata a sus votantes como si solo fueran antikirchneristas.
¿Y cómo se conecta esto con la crisis alrededor de Triaca?
La reforma previsional produjo una sangría de imagen positiva, pero el gobierno construyó el relato de que fue una hemorragia deliberada, de que había que tomar una decisión, de que son los costos del poder. En cambio lo de Triaca es distinto. Lo de Triaca y cómo se metaboliza lo de Triaca me parece mucho más interesante que lo que pasó en diciembre e incluso que la pérdida de imagen asociada a esa decisión.
¿Por qué?
Primero, por los condimentos que tiene el tema. Y segundo porque, desde la comunicación política, tiene algunos ingredientes especialmente atractivos. Este es el gobierno con la comunicación más manufacturada en la historia de la política argentina. No de la democracia argentina, de la historia argentina. Eso no lo califica ni lo descalifica. Np es que sea el primer gobierno preocupado por la imagen ni mucho menos, o que el kirchnerismo era solo pasión auténtica. Desde ya, en todo gobierno, política y comunicación nacieron de la misma placenta, no es algo que inventó este gobierno. Pero este gobierno tiene, de manera obsesiva e inteligente a veces, una manufactura de imagen. Es la primera vez que el consultor de este gobierno es un actor famoso.
Que amerita ser llevado al escenario para festejar una victoria electoral.
Exactamente. Pero no solo eso, la figura más poderosa de este gobierno, dejando de lado al presidente, es una figura que todos identificamos como asociada a la comunicación, que es Marcos Peña. En algún sentido toda comunicación es política, eso Cambiemos lo entiende mejor que nadie. En ese contexto, aparece una fisura. Que nos permite espiar otro tono, otro registro y donde aparece un ministro comunicando por mano propia. Eso demuestra una fragilidad, porque finalmente todos somos frágiles, y este gobierno también tiene fragilidades. A veces se sobreestima la fortaleza, pero este gobierno también tiene fragilidades.
Una fisura sobre una marca política y electoral muy exitosa.
Al final el WhatsApp de un ministro generó una crisis que, no sé si estoy diciendo esto con cierta pulsión periodística, pero me parece que la crisis Triaca fue más importante que la de la reforma previsional. La otra formaba parte de una hoja de ruta, todos imaginaban que, lo voy a decir mal, sacarle plata a los jubilados despierta reacciones antipáticas. Esto fue una sorpresa inesperada, que atenta, primero, contra un método, porque es un ministro comunicando por mano propia. Y en segundo lugar aparece como las costuras de lo real, porque permite espiar otro tono y genera una duda. ¿Cuál es el Cambiemos real? ¿Es ese ministro tan amable, encima en el caso de un ministro especialmente amable. o es ese ministro puteador? Uno de los grandes riesgos que va a acompañar a este gobierno es el tema de pasarse dos pueblos, como dirían en España, de comunicación política. En su momento le pasó a Scioli, a Massa, casos donde, a veces, los manuales de comunicación política se vuelven en contra de sus seguidores. Y creo que Cambiemos, aun usándolo con mayor eficacia e inteligencia, puede ser víctima de sus éxitos. En algún momento esa comunicación tan manufacturada empieza a despertar, y aparece la sospecha de la simulación, del engaño, de la amabilidad fingida. ¿Cuál es Cambiemos? Esas filtraciones alumbran un costado inflamable del sistema comunicacional de Cambiemos.
¿Y en ese sistema, la decisión de prohibir la designación de familiares de ministros en el gobierno la ves exitosa?
No tengo dudas de que es exitosa. Y el enojo de los familiares afectados es una señal de éxito absoluto. Fue una decisión muy audaz. Evidentemente leyeron que había una crisis y que hacía rato que no tomaban una medida audaz, positiva, hacia adelante, vinculada a sus promesas conceptuales. Esta decisión en particular está vinculada hacía la idea de regeneración moral, hacia la antipolítica. Es una idea fuertemente antipolítica. El problema es que una narrativa con su centro de gravedad en la antipolítica en algún momento se devora a sus hijos. Es una medida exitosa en el corto plazo, tácticamente eficaz para disolver la crisis Triaca, pero muy riesgosa hacia adelante.
Se dijo mucho que lo de diciembre fracturó en cierto punto la polaridad, y que la protesta encontró eco dentro del mismo electorado de Cambiemos. Con lo de Triaca pasó algo parecido. ¿Creés que esa fisura se da también dentro del electorado, o que hay al menos una crisis dentro de la tropa propia?
No creo que fueran los episodios. Es el tiempo. Lo que hay que mirar es el contexto, porque lo de Triaca tuvo antecedentes y decisiones políticas antipáticas hubieron muchas. La pregunta es por qué episodios que ya se habían producido ahora sí generan un efecto que antes no generaban. Y en algún punto es lo que decíamos antes, de que todo relato se vuelve en contra de sus autores. Las elecciones de medio término, que el gobierno atravesó de manera tan exitosa, pasaron, y el gobierno hijo de ese éxito ingresó en una nueva etapa. El gobierno se olvidó que entró en una nueva etapa, una etapa en la que el marco narrativo de la “pesada herencia” perdió efectividad, y por eso algunos episodios empiezan a tener un costo más alto que antes. La protección retórica que impedía que algunos errores tuvieran costo desapareció. Ya hay mucha gente que empieza a mirar con sospecha eso de echarles la culpa a los padres todo el tiempo. Ganar produce efectos y al ganar esterilizó, por ejemplo, en buena parte de lo social las posibilidades de que alguien crea que Cristina es, entre comillas, una amenaza, es decir, que pueda ser presidenta. El gobierno le ganó y al ganarle dejó sin efecto también la “amenaza populista”, y por lo tanto ahora hay un sector de su electorado que dice “genial, venciste la amenaza populista, ahora me voy a ocupar de las cosas que hacés vos”.
En vez de hablar con el pasado, empieza a hablar consigo mismo, y una de las primeras voces que se escucha es el audio de Triaca.
Exacto. El gobierno es exitoso en gestionar el pasado y el futuro, digamos, a través de la expectativa y de la gestión retroactiva de la memoria. Ahora me parece que hay un sector de su electorado que va a estar más interesado en juzgar de manera más transaccional y pragmática lo que haga el gobierno, Y después, como todos, hay una parte de su electorado que tiene un contrato ideológico. El macrismo representa sin duda alrededor de un tercio del electorado argentino. Así como a veces algunos analistas del PRO o Cambiemos entienden al kirchnerismo y al peronismo como naves espaciales, cuando representan buena parte de la cultura política y la matriz cultural de lo que somos, y por eso son tan exitosos, bueno, Cambiemos no es un rayo en un cielo estrellado. Uno las puede ver como un grupo de cinco personas que bajaron de un country, pero su discurso, su sensibilidad, sus imágenes, sus metáforas, sus ideas, sus perjuicios, representan a un porcentaje importante de la sociedad argentina. Cambiemos tiene un anclaje ideológico fuerte, llegó para quedarse, independientemente de cómo le vaya en 2019. No es un invento de marketing.
Si uno analiza ciertos estudios se observa que uno de los pilares del apoyo a Cambiemos en estos años fue la confianza, la idea de que el gobierno estaba conduciendo bien la economía del país y evitando el regreso del kirchnerismo, aún a pesar de que no hubiera efectos económicos positivos en lo personal. Una suerte de sacrificio del bienestar propio, del primer metro cuadrado, para lograr el fin del populismo. En esta nueva etapa que se abre, ¿creés que eso puede entrar en tensión, que las expectativas personales postergadas pueden empezar a tener otro papel?
La economía no va a derrotar a Cambiemos. Si Cambiemos gana en el 2019 no va a ser por la economía, y si pierde no va perder por la economía. O, en todo caso, no es la economía la que permite pronosticar cómo le va a ir. En los últimos tres procesos electorales en Argentina el factor económico tuvo una gravitación muy débil y muy mediada por cuestiones ideológicas. En 2017 el contexto económico estuvo lleno de incertidumbres, incluso en el votante de Cambiemos, y eso no fue incompatible con un triunfo oficialista muy rotundo, tan rotundo que casi salpicó La Matanza. En 2015 había una comodidad económica que cualquier gobierno envidiaría como contexto para ir a un ballotage, la inflación bajando, el país creciendo. Todas las variables económicas en 2015, desde una teoría simplona del voto económico, hubieran anticipado una victoria oficialista cómoda. Así que no creo que eso cambie. Creo que hay un contexto de polarización ideológica y emocional de la opinión pública muy fuerte y creo que el kirchnerismo es responsable de eso y que el macrismo es corresponsable. El kirchnerismo ahora se enoja porque paga, entre comillas, las consecuencias de haber ideologizado el debate político, y ahora quiere tener un diálogo, quiere ir a los hechos, quiere “desideologizar” la discusión política y discutir el PBI. Y no Se calentó el debate político en Argentina y en el mundo. La discusión sobre el Estado y la economía es una discusión muy filtrada ideológicamente. Así es como percibimos la economía, excepto escenarios, excepto un 2001 o un 2011, para ir de un extremo al otro. Y si uno reúne hoy la mayoría de los análisis y pronósticos económicos nadie imagina de acá al 2019 un 2001 ni un 2011, ni gran crisis ni gran euforia. Así que no veo que pase nada distinto con la economía y la opinión pública. Me parece que todo va a depender de la política y esa política está bastante fuerte en el oficialismo y bastante balcanizada en la oposición.
O sea que más allá de esta hemorragia en la popularidad del gobierno, su horizonte inmediato sigue siendo más auspicioso que el de la oposición.
Sí, pero a la vez diría dos cosas. En primer lugar pasó el 2017, y dejó enseñanzas respecto a la fragmentación. Le dejó dolorosas enseñanzas al kirchnerismo respecto de las dificultades de que la ex presidenta pueda ser una candidata de las mayorías, y al peronismo no kirchnerista, en su versión randazzista, massista o lo que sea, le dejó la enseñanza de que solos tampoco pueden. Todos tuvieron su aprendizaje. Hoy sería muy difícil que un kirchnerista defendiera la idea de que Cristina pueda ganar un ballotage. Hace un año todos suponían eso. Hoy sería muy difícil encontrar un peronista no kirchnerista defender la idea de que pueden ganar con absoluta facilidad. Pasó 2017 y dejó humildad para todos,
Un baño de humildad para el peronismo.
Y eso podría favorecer decisiones y estrategias políticas más racionales que las que se tomaron hace un año y medio. Eso por un lado. En segundo lugar Argentina tiene un rasgo que la distingue de otros países o incluso de algunas provincias y es que es competitiva. Si la oposición consiguiera entrar a un ballotage es posible ganar. Hace dos años el gobierno de la ciudad estaba muy fortalecido y el PRO casi lo pierde. Porque la ciudad de Buenos Aires es un mercado electoral competitivo, donde hay mucha gente que, por supuesto, ve que ahora para ir a su casa hay cinco autopistas, porque no existe un porteño que no reconozca que la ciudad está transformada, pero hay gente que piensa de otra manera y no le gusta esta gente. Es un mercado ideológico competitivo donde, por más que Larreta haga de todo y transforme la ciudad, va a haber siempre segmentos que crean que esa sensibilidad, que esos valores, que esas ideas no le hacen bien a la ciudad y hay que votar otra cosa. Lo mismo a nivel nacional, por más que al gobierno le vaya muy bien va a haber alrededor de la mitad de la sociedad que por sensibilidad, por historia, por constelación de valores va a querer votar otra cosa. Entonces el escenario va a ser competitivo en la medida en que los actores políticos de la oposición tomen decisiones racionales y puedan construir las condiciones para entrar a un ballotage.
Escribiste en Anfibia que el 14 de diciembre, en medio del conflicto por la reforma previsional, “nació la oposición”. ¿Qué implica eso, en este contexto?
Hasta ese momento, el kirchnerismo era el gobierno que salía. No era la oposición, era el kirchnerismo. Dentro de los sectores de la oposición no kirchnerista algunos tenían posiciones políticas zigzagueantes, otros críticas, pero giraban alrededor también de su oposición al kirchnerismo, y eso hacía que fueran fuertemente antimacristas pero también fuertemente antikirchneristas, Entonces, ¿cuál era el objeto de la discusión política? Lo que cambia, lo que me parece que la oposición tiene que entender, y que yo no diría que se entendió, eso es lo que relativizaría de esa frase, es que el objeto de la discusión política tiene que ser lo que hace el gobierno, no lo que hace la oposición o lo que hizo la oposición cuando fue gobierno.
Digamos, “nació” la oposición porque “murió” ese crédito narrativo del oficialismo, y porque “murió” o podría empezar a morir la sinonimia entre “oposición” y “gobierno kirchnerista”.
Exactamente. Ahora, también hay cierto voluntarismo. Los momentos de crisis y de derrotas en general son fértiles en fantasías. Y está el hecho, por ejemplo, de la palabra “unidad”, que sublima cualquier tipo de fantasía. En 2015, detrás de Scioli estaban sectores que iban desde D’Elía hasta Urtubey. Probablemente nunca en la Argentina existió un espacio tan amplio como el de la campaña del peronismo en 2015. Entonces la idea de que la unidad garantiza un triunfo es cuestionable. Probablemente fragmentación asegura derrotas, pero eso no significa que unidad sea garantía de triunfos. En segundo lugar, hay que tenerle mucho respeto a Cambiemos, porque se lo subestimó, pero la oposición no tiene necesariamente que imitarlo. Al PRO se le reconoce que tiene mucha capacidad en materia de comunicación política, y todos le quieren imitar eso, y a mí me parece que es lo que menos habría que imitarle. En realidad habría que imitarle más su audacia política, las decisiones audaces que han tomado. Dicen que son “la comunicación política del siglo XXI” y no hay un solo joven en el país que vote al PRO. Las redes tienen conflictos, el presidente es visto como poco carismático y cercano. Toda la oposición dice que hay que comunicar como el PRO, y yo diría que hay que hacer política como ellos, porque comunicar no comunican tan bien.
¿Un ejemplo concreto sería lo de Triaca? Porque comunicacionalmente fue un desastre, pero respondió con esa decisión audaz.
La decisión de echar a los primos, que están enojados en serio. Comunicacionalmente es un desastre. Desaparece un submarino, y el presidente no aparece, algo inédito en la historia de la comunicación política. Vos leés el primer capítulo de cualquier libro de comunicación política y qué hacen los presidentes cuando hay una crisis, hemos leído y visto a Reagan cuando explotaron los cohetes… No exageremos tanto con el supuesto talento comunicacional de Cambiemos. Ahora, sí me parece que hay que reconocerle, imitarle digamos, cierta audacia política. Por ejemplo, cuando todo el mundo le pedía Macri que sea candidato a presidente en 2011, él se negó. Todo el mundo se lo perdía porque ese era supuestamente el paso necesario pero él dijo “no, no es tan lineal”. Después era evidente que Michetti le iba a ganar a Larreta, cómo le van a hacer la interna a Michetti que era indestructible, le pusieron a Larreta y la gente se reía. Bueno, la aplastaron a Michetti que hoy es un elemento decorativo. Después, no tenían un candidato para la provincia de Buenos Aires y eligieron a una candidata que también fue objeto de bullying adentro y afuera del partido. Y la decisión más audaz de todas, de la que el peronismo tiene que aprender, que fue la negativa a una alianza con Massa, que todo el mundo y todos los analistas se lo pedían. Ahí empieza a nacer el triunfo en algún sentido. ¿Qué es lo que no hizo Macri durante su estadía en el universo opositor? Macri nunca fue un líder de la oposición, nunca. Y me parece que esas son las decisiones en las que los tipos son muy originales y muy audaces. Macri se preparó para ser presidente, no para ser líder de la oposición. El peronismo tiene que empezar a tener tipos que se preparen para ser presidente, no para ser líder de la oposición, son objetivos distintos.
(Reportaje de la revista Zoom)