La opinión pública tiene aguante
(Por Ignacio Ramírez*) El caso de Mauricio “Macri” es uno de los casos más exitosos de metamorfosis simbólica de identidad pública. Su presidencia no hubiera sido posible sin un trabajo estratégico previo, desplegado a lo largo de muchos años, orientado hacia un objetivo muy claro: eliminar o suavizar los atributos elitistas que parecían adheridos al apellido “Macri”, y que ponían un techo cultural (en sociedades menos plebeyas esa curaduría no hubiera sido necesaria) a su crecimiento político.
Los chistes futboleros son quizás la única contraseña popular que Mauricio Macri maneja con cierta naturalidad. El recurrente uso y abuso del recurso pareciera estar apoyado sobre una sociología dudanbarbiana subyacente según la cual a las minorías intensas les interesa la Política y van a marchas, mientras que a las mayorías silenciosas les interesa el fútbol y van a la cancha. Cambiemos, recordemos, custodia el derecho a la “no participación política”: hablemos tranquilos de fútbol y tercercericemos el gobierno en los que saben.
En algún sentido, cada gobierno adopta algunos territorios como “propios”. El kirchnerismo, por ejemplo, se sentía intrusado frente a las movilizaciones masivas en su contra. La cancha y el fútbol configuran el hábitat donde el macrismo edifica su identidad popular-despolitizada, dominguera, barrial, vecinalista, argentina.
La opinión pública se expresa de maneras muy diversas y creativas, las encuestas la muestran ordenada y prolija pero en realidad grita, transpira, es caótica. En este contexto, un malestar se puede expresar de diversas maneras, pero existen algunos lenguajes más contagiosos que otros. El contagio constituyó uno de los mecanismos fundamentales en ser analizado por los primeros teóricos de la opinión pública; el contagio como proceso desde abajo, imprevisible e ingobernable.
Cada vez más, en las canchas se viene contagiando un runrun que inquieta al gobierno y al Presidente mucho más que las reuniones opositoras en la UMET.
El futbol se vive trágica y paranoicamente, como una sucesión de injusticias: penales mal cobrados, faltas simuladas, sanciones inmerecidas, sorteos adulterados. Durante los partidos, ante cada injustica –real o percibida– los enojos se vuelcan ritualmente sobre el árbitro. Pero está empezando a suceder otra cosa. La sensación de injusticia se desagota de forma imprevista: “Macri hijo de puta, la puta que te parió. Macri…”.
El rasgo que distingue a la canción no es su letra (repetitiva y desprovista de la creatividad irónica que suele distinguir a los cantos de cancha), sino su uso, el uso del apellido Macri.
A pesar de la algortimización de la comunicación política que practica Cambiemos, la opinión pública produce erupciones que no se pueden anticipar ni gobernar. Tras años de trabajo dedicados a eliminar la resonancia elitista del apellido, las tribunas contagien un canto intuitivo y simple: “Macri” como significante de cancha inclinada.
*Sociólogo, consultor. Para Le Monde Diplomatique.