El Papa Francisco y la vergüenza
(Por Jorge Castañeda).- Seguramente que el Papa Francisco, como buen lector que es, debe recordar siempre aquellas sentencias y refranes del Martín Fierro. En especial algunas de sus sextinas y por ejemplo esa que dice: ”Muchas cosas pierde el hombre/ que a veces las vuelve a hallar, / pero les debo enseñar, / y es bueno que lo recuerden:/ si la vergüenza se pierde/ jamás se vuelve a encontrar”.
Se siente vergüenza “porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los débiles, los enfermos y los ancianos son marginados”.
Es cierto que muchas veces sentimos vergüenza por los horrores de la guerra, por las masacres étnicas, por la hipocrecía de las clases gobernantes, por el sufrimiento de los más débiles, por el hambre en muchas regiones del mundo, por las actitudes individualistas, por los atropellos a la dignidad de la persona humana, por la avaricia de los que más tienen, por el calvario de los migrantes, por la pobreza extrema no solo material sino también espiritual, por la violencia en las calles, por los flagelos de la droga, por la corrupción de las clases políticas y empresarias, por la gente sin trabajo que baja los brazos, por los olvidados de toda justicia, por los parias de toda condición, por todos los millones que son excluidos del falso paraíso de una globalización que toma cada vez más la forma apocalíptica de un Anticristo despiadado y cruel.
Ante eso la Iglesia cristiana debe levantar su voz profética a las naciones denunciando las estructuras de injusticia y sobre todo dando el ejemplo y encendiendo una luz de esperanza.
Antes esas cosas, al decir de Héctor Tizón “no es posible callar”, porque nosotros hombres de esta generación “somos sobrevivientes de un mundo maniqueo en el cual, como les sucedía a los gladiadores del circo romano, la derrota se paga con la muerte”.
Da vergüenza el silencio de muchos antes estas cosas que suceden, y otra vez Tizón, “en nombre de una política neoliberal que lo único que globalizó fue la miseria, al tiempo que su mediática propaganda batía –y bate- el parche para degradarnos dócilmente con algunos políticos que pertenecen a la clase de la que hablaba De Gaulle, cuando decía que “ganan espacio esperando el momento de perderlo, y defienden intereses esperando el momento de traicionarlos”.
Pero las palabras finales de Francisco alentaron una esperanza para todos los hombres de buena voluntad, que sufren, pero que todavía viven de pie.
Nada está perdido aún porque los grandes relatos de la aventura humana todavía son posibles. “aún es posible un mundo mejor; ello claro está, en la medida en que los políticos abandonen sus conductas autistas, los rasgos paranoicos que los dividen, los rencores, los arreglos de cuentas pendientes o pasadas y entiendan que la política no es un reparto de crueldad”.
Entonces, tal vez, sintamos un poco menos de vergüenza.