Monotriubuto social: cosecharás tu siembra
(Por Jorge Vallazza*).- Recorría hace años la zona rural. Sabía que su trabajo con los pobladores más pobres exigía perseverancia y puro optimismo, porque los logros y los avances eran muy lentos.
Pero aquel día tenía una mezcla de enojo e impotencia. Lo contaba de esta manera: «Los caballos en el palenque, las viejas camionetas arrimadas, el fuego de la cocina a leña encendido, un frío importante… de a poco van llegando, trayendo a cuestas décadas de esfuerzo, de ponerle y ponerle. Se acomodan en el salón de su cooperativa, su salón que tantas discusiones, acuerdos, preguntas, festejos y amarguras albergó. Siguen llegando, avejentados, traen un poco de pan para compartir, otro poco de carne, unas cuantas tortas fritas. Se prepara el mate y lo que va al horno ya está en marcha. Siguen llegando, entumecidos por el frio, ‘entumidos’, dicen ellos.
Vinieron casi todos los socios, señala alguien. Los «técnicos» están con los papeles, esperando para largar… cuando la cosa más o menos está lista, arrancan. Se explica, se vuelve a explicar, alguien pregunta, entre todos explican, no queda claro y se vuelve a empezar. Más o menos quedó la idea, algo habían escuchado desde sus viejos aparatos a pilas desde algún programa en Radio Nacional.
Se piden los documentos, rápidamente se llenan los formularios y firman.
Los productores acaban de firmar la quita de un derecho, nada más y nada menos.
El monotributo social agropecuario ya no existe más. Era el medio que les permitía acceder sin costo a una obra social (que nunca llegaron a entender), poder tener una jubilación, que en unos pocos años ya podrían empezar a tramitar y acceder gratuitamente a un «facturero» para poder hacer las boletas de la venta de lana.
Esta escena de esta fría mañana en la estepa patagónica, con algunas variaciones contextuales, es la misma que se fue dando en el resto del país durante las últimas semanas. Es lo que sabemos todos, lo mismo que escucharon en la radio: que hasta el 10 de agosto tienen que renunciar o pasarse al monotributo social (no agropecuario), que si no lo hacen empiezan a acumular deuda, porque el costo son 267 pesos por mes, que casi nadie se puede pasar porque tienen sus talonarios vencidos o no han facturado en el último año. Que a partir de octubre deberían darse de alta de nuevo para poder facturar la lana, que tienen que ocuparse de ir hasta la ciudad (como puedan y como sea) para que en la oficina de Anses les hagan el trámite, luego hacer el resto de los papeles en rentas y hacer los talonarios en la imprenta, y que mensualmente tienen que hacer el pago (como puedan y como sea)».
Y luego de plantear esta situación, continúa su reflexión con algunas preguntas, formuladas con mucha bronca, y que nadie del gobierno le podrá contestar sin avergonzarse: «¿Cuánto impacta en el presupuesto nacional? ¿Cuánto se ahorra con esto? ¿Qué más se les puede pedir a las familias de la agricultura familiar, pequeños productores, campesinos, minifundistas? Llame como se llame, se trata de un sector de altísima vulnerabilidad, invisibilizado, aislado, envejecido, cuyas viviendas presentan déficits por todos lados, su salud está deteriorada, su acceso a servicios como electricidad, gas, agua es prácticamente nulo. ¿Por qué? ¿Por qué? Quién puede ser tan perverso al pensar que tomando estas medidas algo se puede ganar. ¿Qué se pretende cosechar?».
Y finaliza su relato de aquella jornada: «Los socios compartieron el almuerzo un poco de charla y algún mate. Se van despidiendo, emprenden la retirada lentamente. En sus caballos, en sus viejas camionetas; se despiden: ‘Vamos yendo que después se pone helado'».
Trágica postal testimonial de los efectos cotidianos que tienen las medidas del gobierno nacional en los rincones de nuestra tierra.
*Legislador, Frente para la Victoria.