Macri y las promesas sobre el bidet
A pesar de que el Congreso aprobó $ 14.000 millones para partidas con perspectiva de género, en 2018 el Gobierno solo usó el 58%.
(por Estefanía Pozzo*).- La política tradicional convierte a la campaña electoral en un espacio entre paréntesis de la realidad, en donde la promesa aspiracional de un país sin problemas es un espejismo que parece cercano. Un oasis en donde la pesada herencia, la crisis, el dólar, la inflación, la corrupción y otros ítems de la lista pueden ser rápidamente eliminados y convertidos en una resaca lejana.
Más allá de la larga lista de promesas de Mauricio Macri candidato incumplidas por Mauricio Macri presidente, es interesante pensar la relación entre esta “estrategia de campaña eterna” que usa el Gobierno en su relato comunicacional y las demandas de los feminismos argentinos.
Hasta que el debate por la legalización del aborto pateó la puerta del Congreso a fuerza de militancia afuera y adentro de los pasillos legislativos, la política tradicional parecía no entender demasiado el masivo fenómeno político post 3 de junio de 2015. Mejor dicho: eran los hombres quienes no dimensionaban la potencia de la militancia popular, transversal y asamblearia que los feminismos construyeron a lo largo de la democracia argentina.
El saldo que dejó el debate en el Congreso fue la evidencia que ahí no solo se estaba discutiendo el aborto legal: también había un movimiento político potente, activo, dinámico y cuestionador de todas las estructuras, que venía a arrollar las modalidades de construcción basadas en el sexismo y la sumisión de las identidades no masculinas. Había y hay mucho más que una serie de demandas.
¿Cómo se relaciona Macri y su Gobierno con ese magmático colectivo feminista?
Vamos a los datos: para 2018, el Congreso aprobó alrededor de 14.000 millones de pesos en partidas con incidencia positiva en la disminución de las brechas de género. El Poder Ejecutivo, a cargo de implementar estas políticas, solo ejecutó 8200 millones. Es decir que descartó 42% de lo que podría haber invertido en cambiar algo la realidad de las mujeres e identidades no masculinas. Hay dos ejemplos que son especialmente dolorosos: el programa de protección de víctimas de violencia, que debía implementar el Ministerio de Justicia y DDHH, dejó sin usar un 66% de lo que tenía asignado; y el de construcción de nuevos jardines de infantes, a cargo de Educación, dejó de lado el 90% de los fondos que le habían otorgado.
Entre lo que aprueba el Congreso y lo que ejecuta el Gobierno puede haber modificaciones. Está avalado por la legislación. Pero esas modificaciones presupuestarias evidencian siempre un cambio de prioridades: en qué se recorta y en que se aumentan los fondos son decisiones políticas. ¿A qué destinó el gobierno del ‘feminista menos pensado’ el presupuesto que estaba destinado a construir una “sociedad más igualitaria”?
Mientras pensaba en esta columna me vino a la cabeza varias veces una canción de Charly García. “Por favor, no hagas promesas sobre el bidet”, cantaba mentalmente mientras titilaba el cursor en la página en blanco. Entonces le mandé un mensaje a un amigo que trabajó durante años con Charly para pedirle que me ayude a interpretar esa frase. Me dijo: “No es lindo lo que te voy a decir. Yo creo que tiene que ver con esas promesas que uno hace cuando está muy borracho frente al inodoro o en algunos casos frente al bidet y uno promete nunca más beber, por ejemplo. Lo que dice esa frase es: no hagas promesas cuando no estés bajo tu total y absoluto control; y en esos momentos uno está totalmente fuera de control y promete nunca más beber, nunca más drogarse, nunca más llamar a quien sea”.
Después de esta explicación, se me acomodó esta idea: si el Gobierno piensa que la misma estrategia que usa para construir su relato frente a la opinión pública (con la ayuda de medios hegemónicos) le servirá como respuesta a la militancia feminista, está cometiendo un grave error político. La estrategia de la campaña eterna no es una respuesta política admisible frente a la urgencia de las mujeres que transitan situaciones críticas de violencia, a las violaciones, a las muertas cada 30 horas, a las agresiones a personas de la comunidad LGTTB, a la brecha salarial, la inexistencia de espacios públicos de cuidado de niños y niñas. Y menos todavía en un contexto de suba imparable de precios, que afecta de manera diferenciada a las mujeres porque son quienes menos ingresos tienen, menos trabajo remunerado consiguen, más carga horaria de cuidados y tareas domésticas acumulan, por nombrar solo algunos aspectos económicos (y dejando afuera otros asuntos importantes como la eliminación del Ministerio de Salud o de Trabajo).
El Gobierno debería entender que no se necesitan frases para remeras. Los slogans gancheros no son respuestas políticas.