Cuando el mal gobierno castiga a los más pobres
(Por Claudio Scaletta*).- Esta semana se oficializaron los datos de inflación de febrero. Como ya se sabía la disparada de precios de los primeros dos meses del año fue impresionante: 6,8 por ciento. Pero el peor dato estuvo en alimentos: 9,3 por ciento en sólo dos meses. Marzo, además, no será el mes del freno. Redondeando, ya que los decimales se olvidan rápido, en el último año la inflación fue de más del 50 por ciento, pero si se recortan sólo alimentos y bebidas estuvo cerca del 60. La inflación afecta a todos, pero más a los más pobres, no sólo porque los salarios no acompañaron estas subas o porque empeoraron las condiciones del mercado de trabajo, sino también porque cuando menor es el ingreso mayor es el peso de los alimentos en la canasta de consumo.
Siguiendo con los redondeos, los aumentos de precios se produjeron a pesar de que en los últimos 180 días el Banco Central tuvo éxito en contener el dólar. Más allá de las volatilidades de corto plazo el valor de la divisa se mantuvo en torno a los 40 pesos. En un país con déficit crónico de divisas se trata de una proeza, pero que se explica por la dilapidación de las dólares aportados por el FMI para sostener al gobierno.
La palabra “dilapidación” tiene un sentido muy preciso: se trata de un proceso de toma de deuda sin otra contrapartida que el negocio financiero. La deuda que pesa sobre el conjunto de la sociedad sólo se destina a abastecer la dolarización de los excedentes. Y buena parte de estos excedentes surgen del negocio financiero armado por el Banco Central para contener la cotización de la divisa. Es un círculo vicioso. Hay más de 1,1 mil billones de pesos de deuda interna que se remuneran con una tasa en torno al 60 por ciento anual, un excedente que en algún momento presionará sobre la demanda de dólares. Que esta deuda pública esté en manos de los bancos (por ejemplo vía Leliq) o también del resto del sector privado (como fue el caso de las Lebac) no hace la diferencia. El resultado práctico es que el mecanismo es una trampa permanente. Bajo el actual esquema sólo queda seguir aumentado tasas para que los excedentes no se dolaricen y hagan volar el precio del dólar y con él el modelo macrista. El FMI lo sabe, por eso es corresponsable de lo que suceda.
Pero volvamos a los 180 días de relativa estabilidad cambiaria comprados a fuerza de deuda externa e interna. Durante el mismo período la inflación general superó el 25 por ciento. Si el dólar hubiese seguido a la inflación debería estar en 50 pesos. La cuenta es matemáticamente correcta, pero conceptualmente errónea. Dólar e inflación no son variables independientes. Los aumentos de precios de los últimos seis meses son inseparables de la disparada del dólar de 20 a 40 pesos de los meses previos. Luego, como uno de los núcleos estructurales del cambio de régimen producido en diciembre de 2015 fue la dolarización de las tarifas, incluidos los combustibles, la suba del dólar retroalimenta todos los precios de la economía.
Existe un sólo precio que en este contexto y relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo queda por detrás. Sí, adivinó: los salarios. El nivel de salarios es clave en el nivel de consumo y, por lo tanto en el nivel de actividad. La catarata de negocios y empresas que se cierran día a día y un nivel de uso de la capacidad instalada industrial que ya se encuentra en los pisos de 2002 no se deben a las altas tasas de interés, sino a la caída de la actividad y la contracción de los mercados. Aunque sean nominalmente escandalosas, tasas de referencia del 60 por ciento con una inflación del 50 no parecen descabelladas. El problema en todo caso reside en analizar por qué los bancos prestan luego a más del 100 por ciento anual y remuneran depósitos a plazo por debajo de la inflación. Los números de fiesta que expresan sus balances en medio de la recesión son la punta del ovillo y el ovillo de la respuesta.
Aunque los analistas a sueldo de sectores de la economía intenten mostrar complejidades los resultados del actual esquema económico son muy claros y su funcionamiento es sencillo. No estamos frente al único camino posible, a ese “es por acá” repetido por Mauricio Macri. El camino elegido es un modelo de endeudamiento que sólo enriquece al sector financiero, sostiene a quienes exportan con prescindencia de los que ocurra con el ciclo interno y deprime progresivamente al resto de las actividades, como lo refleja la imparable caída del PIB, con eje en la destrucción de la industria. No existe ninguna señal en el actual esquema que muestre alguna luz al final del túnel. El modelo económico no es sustentable y por ello el oficialismo no puede construir una nueva hegemonía política.
Toda la estabilidad macroeconómica gira hoy sobre el precio del dólar, pero al igual que en los últimos años de la convertibilidad el valor de la divisa sólo se puede sostener con deuda. A diferencia de lo que sostiene el relato oficial para las próximas elecciones, el sufrimiento que hoy se inflige a la mayoría de la población no servirá para beneficio de los hijos y nietos de los ajustados del presente. Sólo es un sufrimiento inútil. Lo único que el macrismo dejará a las generaciones futuras es el mega endeudamiento y la destrucción del entramado productivo.
*Economista, publicado en El Destape.