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(Por Alfredo Zaiat*).- Los indicadores de solvencia y liquidez del sistema financiero son potentes de acuerdo al último “Informe sobre Bancos” del BCRA. Las entidades están contabilizando ganancias crecientes montadas en una muy rentable bicicleta Leliq-plazos fijos, que de octubre pasado hasta el viernes último acumulan intereses devengados por poco más de 166 mil millones de pesos. La foto de la solvencia es a diciembre de 2018 con los últimos datos proporcionados por el Banco Central. La señal de alerta aparece cuando se analiza la evolución de la morosidad, no tanto por su nivel, que sigue siendo manejable en relación a otros momentos críticos de la economía argentina y en comparación regional, sino por la tendencia firme al alza durante al año pasado, que si no se revierte sería el inicio de una película con desenlace inquietante. De un año a otro, la mora del stock de los préstamos bancarios subió más de 70 por ciento. Dispararla tasa de interés de las Leliq hacia el 60 por ciento anual, como lo hizo anteayer el Banco Central, en otra muestra de miedo y desesperación por la amenaza de una nueva corrida cambiaria, acelera el ritmo de crecimiento de la morosidad de los créditos entregados a familias y empresas.
La recesión fulminante que está provocando quiebras de empresas, convocatorias de acreedores, pedidos de procedimiento preventivo de crisis de grandes firmas, cierre de locales comerciales, despidos y lluvia de suspensiones se reflejan en el sistema financiero con reducción del crédito privado y aumento de la morosidad. La conducción ortodoxa de Guido Sandleris en el Banco Central acentúa la debacle del sector privado con tasas de interés altísimas, que sube aún más ante cualquier acecho de corrida cambiaria. El uno-dos (devaluación-tasa de interés) en el rostro de las empresas es un demoledor knock-out.
Tendencia
El dato global muestra que la mora de las financiaciones al sector privado subió de 1,8 a 3,1 por ciento en un año, aumentando 72 por ciento. Es cierto que el indicador parte de un valor muy bajo y, ante un cambio de tendencia, la variación pasa a ser muy elevada, pero no deja de ser un llamado de atención en la evaluación del sistema. Ese 3,1 por ciento es el promedio de la región, que se ubica por encima de la morosidad bancaria de Chile, México y Uruguay, y apenas por debajo de Paraguay, Brasil y Perú.
Otra señal preocupante es que mes a mes, a partir del estallido cambiario de abril pasado, se fue incrementando la mora. En diciembre pasado aumentó 0,2 punto porcentual respecto al mes anterior. En las líneas crediticias a las personas (tarjeta de crédito, prendario, personal e hipotecario) el alza total fue de 2,9 a 4,0 por ciento en un año, mientras que la de las empresas fue de 1,0 a 2,4 por ciento en el mismo periodo.
La situación más crítica se registra en el sector de la construcción, con una muy fuerte suba de la mora de 1,9 a 5,9 por ciento de diciembre de 2017 al mismo mes de 2018. Este deterioro ha sido consecuencia de la caída de ventas en general y de la crisis de desarrolladoras en particular, como la de la firma Ribera Desarrollos de Carlos De Narváez, que encaró el proyecto del complejo “Al Río” en Vicente López y que acumula una deuda de 200 a 300 millones de dólares. Ante la declaración de cesación de pagos se presentó en convocatoria de acreedores a principios de febrero dejando un tendal entre proveedores, inversores y bancos (Patagonia, HSBC, Hipotecario). También enfrenta una grave crisis financiera la desarrolladora TGLT, empresa que el año pasado compró la constructora Caputo, firma de Nicolás Caputo, hermano del alma del presidente Mauricio Macri. Convocó a sus acreedores de Obligaciones Negociables a reestructurar el cronograma de pago de los intereses de una deuda de 150 millones de dólares.
Otros dos sectores que registran un crecimiento importante de la morosidad crediticia son Comercio e Industria, al subir a 2,8 y a 2,7 por ciento desde 0,8 y 0,9 por ciento, respectivamente, de diciembre de 2017 al mismo mes del año pasado.
La crisis es tan profunda que alcanza incluso a actividades que la política económica del macrismo favoreció, como a las del sector primario. Una de las principales empresas de alimentos del país, Molino Cañuelas, con el negocio integrado desde la materia prima hasta el producto final, acumula una deuda impaga de 1500 millones de dólares con los principales bancos del sistema. Por ahora es el default privado más importante, insolvencia que está generando una relación muy tensa entre Molinos Cañuelas y unas veinte entidades financieras acreedoras.
Bicicleta
El último informe de FIDE interpela en forma oportuna a la ortodoxia y a la heterodoxia conservadora que prometen una “causalidad virtuosa entre devaluación, reducción del salario y aumento de la rentabilidad como factores favorables para la inversión real”. La fallida experiencia macrista revela otra vez que ese sendero no tiene destino de prosperidad, sino de colisión. El reporte explica que ese camino “subestima el hecho de que el salario, además de ser un costo, es demanda, motivo por el cual la caída de la remuneración al trabajo reduce inevitablemente la demanda de bienes, en particular aquellos fundamentalmente destinados al mercado interno”.
El aumento de la morosidad bancaria es una consecuencia previsible de ese esquema económico que castiga producir y debilita el mercado interno para privilegiar la bicicleta financiera. Con tasas de las Leliq que el Banco Central nuevamente las colocó casi en el 60 por ciento anual, estar endeudado aproxima la posibilidad de la quiebra.
El escenario complicado que registran los bancos en el rubro Créditos por el incremento de la morosidad está más que compensado con el negocio extraordinario que les regala Sandleris con las Leliq. El stock de esa deuda de cortísimo plazo (7 días) del Central ya alcanzó casi el billón de pesos, en un período muy breve, en apenas cinco meses. La consultora Ledesma calculó que los intereses devengados a favor de las entidades sumaron 166.296 millones de pesos, equivalente a casi 4400 millones de dólares, desde octubre, mes en que las Leliq empezaron a reemplazar a las Lebac como bomba financiera.
Mientras empresas vinculadas a la producción y al comercio están transitando una crisis de proporciones, la inmensa bicicleta financiera está entregando ganancias fabulosas a la especulación que ahora está concentrada solamente en manos de los bancos. Estos capturan recursos de plazos fijos a tasas que pequeños y grandes ahorristas consideran atractivas, para inmediatamente destinar esos fondos a comprar Leliq a tasas bastante más elevadas de las que pagan. El inmenso costo de esa intermediación la está pagando el Banco Central con el exclusivo objetivo de frenar otra megadevaluación, o por lo menos que no estalle antes de la elección presidencial, aspiración difícil de cumplir.
Destrucción
El naufragio de la economía macrista no está dejando a salvo ni a grandes firmas de rubros diversos. La capacidad de destrucción de este nuevo experimento neoliberal está siendo impactante, tanto por la velocidad como por la intensidad.
Hubo diferentes medidas que fueron encadenándose para provocar el actual descalabro general. La apertura importadora empezó a castigar a los eslabones más débiles de la cadena productiva. El deterioro del poder adquisitivo del salario y de las jubilaciones avanzó sobre el mercado interno haciendo crujir a varias actividades. El importante colchón social y económico que dejó el gobierno anterior (amplia cobertura previsional, extensa red de protección social y el ahorro de las clases medias) amortiguó en una primera etapa el shock inflacionario provocado por la primera megadevaluación de diciembre de 2015 y por los insensatos aumentos continuos de tarifas (luz, gas, agua, transporte y combustibles).
Ese margen de ingresos se fue agotando en esos meses hasta quedar sin resto, coincidiendo con la debacle cambiaria de abril pasado que derivó en otro desborde inflacionario y una corrida contra el peso que se mantiene. Aquí aparece el golpe final a la estructura productiva y comercial castigada por tarifazos y caída de ventas: la suba de la tasa de interés a niveles elevadísimos para tratar de amortiguar la velocidad de la corrida. Costos en alza, descenso en la facturación y aumento desproporcionado de la carga financiera es el actual combo devastador para las empresas.
El incremento en los incumplimientos de la deuda bancaria y la imposibilidad de cubrir cheques emitidos (la ola de documentos rechazados en el circuito comercial es cada vez más grande) constituyen el actual panorama económico. Situación que es agravada porque el gobierno de Macri carece de una estrategia para revertirla, siendo su único objetivo tratar de que la paridad cambiaria no se descontrole hasta octubre, cuando se desarrollará la primera vuelta de la elección presidencial. Tras ese objetivo, la medicina que aplica profundiza la crisis, porque la suba de la tasa de interés agudiza la asfixia financiera de las empresas. Lo que hoy parece ser manejable –el nivel de la mora bancaria– puede convertirse en un problema que termine por penetrar las fortalezas que entregan la cobertura de liquidez y el grado de solvencia del sistema.
Abismo
La obsesión por mantener la tranquilidad cambiaria, hoy el único activo de la Alianza Cambiemos para pelear por la reelección de Macri, tiene como contracara la peor recesión desde la debacle de 2002, con el consiguiente incremento de la morosidad bancaria. La ultraortodoxia monetaria del Banco Central combinado con la reducción en términos reales del gasto público confirma que no existen muchas chances de un año expansivo, lo que agravará el cuadro recesivo y el ahogo financiero de las empresas.
El informe de FIDE destaca que uno de los datos más relevantes de estos meses es que la política económica ha derivado en un deterioro casi generalizado en la tasa de rentabilidad, incluyendo a grandes empresas. Uno de los casos más notorios es el de Molinos Río de la Plata. Si la empresa del grupo Pérez Companc, líder del sector, presentó días atrás un balance 2018 con una pérdida neta de 1703 millones de pesos, qué margen de sobrevivir le queda al resto de las firmas.
Cada vez queda más claro que la política económica en el nuevo ciclo neoliberal liderado por Macri está limitando la expansión de la mayoría de las actividades productivas, con pocas excepciones, entre las que se destaca el complejo energético, integrado por corporaciones vinculadas directa o indirectamente con el macrismo.
Gran parte de las empresas no sólo empiezan a estar apretadas financieramente, sino que las tasas altas les impiden conseguir una soga para aliviar la situación. Los bancos prestan entonces cada vez menos, ya sea por prudencia o porque las empresas no se animan a endeudarse más. Este comportamiento se reflejó en el último “Informe sobre Bancos” del BCRA, con una disminución del 18 por ciento en términos reales en los préstamos en pesos al sector privado en 2018. El descuento de documentos, el leasing y los prendarios presentaron las mayores caídas interanuales, de 41, 32 y 27 por ciento, respectivamente. El año pasado, el saldo de préstamos totales (pesos más dólares) a las firmas acumuló una caída real de 6,1 por ciento. En el primer mes de este año, esa tendencia se mantuvo, con un retroceso de los préstamos en pesos de 3,7 por ciento en términos reales.
Es tal el grado de fragilidad de la economía macrista que la paridad cambiaria sube un par de puntos porcentuales y el gobierno se desespera, obligando al Banco Central a subir aún más la tasa de interés. O sea, ya sea por la devaluación, que provoca quebrantos por el endeudamiento en dólares, o por el alza de la tasa de interés, que incrementa la carga financiera y comercial en pesos, las empresas se acercan al abismo de la insolvencia.
*Periodista, Página/12.