Inconducta social
(ADN).– Ya no alcanzan las recomendaciones, los slogans, los spots publicitarios, los consejos de médicos y los ruegos del personal de salud de los hospitales para que respetemos los cuidados sanitarios y evitemos convertirnos en el transmisor del virus que puso patas para arriba al mundo, a los pueblos e incluso a cada uno de nosotros.
La tarea pareciera sencilla, pero no es así. Piden sólo cuidarnos y cuidar el otro. Usar barbijos, lavarnos las manos, no concurrir a lugares de aglomeración de personas, guardar dos metros de distancia cuando dialogamos con alguien o acudimos a realizar compras.
Viedma vivió muchos meses en una situación casi de privilegio. La ciudad pudo transitar todas las fases sin mayores inconvenientes, salvo los justos reclamos de pérdidas económicas de varias actividades, pero sobre todo del cuentapropista y del changa, que debe llevar todos los días el alimento a su casa.
Hay quienes argumentan “cansancio” con una excusa falaz, porque en esta ciudad hace tiempo que podemos desarrollar actividades que en otros lugares estuvieron o aún están vedadas.
También hay otros razonamientos, como “guardemos a los viejos” porque si se contagian se mueren, mientras la soberbia de la salud de los jóvenes les permite no usar barbijos, compartir mates, cervezas, jugar al fútbol, etc. sin entender que con los “viejos guardados”, ellos se convierten en los únicos transmisores del COVID, aumentan los contagios y el sistema de salud colapsa.
Hay mucho egoísmo en estas actitudes, que tiene origen en el concepto de “meritocracia”, “yo solo puedo”, “el sálvese quien pueda”, “a mí no me va a tocar”, razonamientos de una torpeza e ignorancia supina, porque ya fuera de todo tipo de actitud solidaria, hay un empecinamiento por simplificar esta pandemia mundial en una frase: “ya va a pasar”.
Esta imprudencia genera no sólo muertes, sino afecta a familias, a las conductas colectivas y esconde resabios de políticas que hicieron del individualismo un estilo de vida que niega la capacidad de pensar y comprender.
En este contexto de inconducta social, donde hay desprevenidos y atolondrados, hay otros que con mayor suspicacia y con verba libertaria, invocan la pérdida de derechos individuales o libertades. Aquí no hay distraídos, buscan argumentar con golpes bajos, sabiendo de la sensibilidad en la sociedad a cualquier atisbo de totalitarismo. Vale recordar que un partido político de jurisdicción nacional que tiene sus representantes en la provincia presentó un recurso de amparo a la Justicia porque las medidas sanitarias atentan contra las libertades (ir a la confitería, al gimnasio, practicar deportes, comer asados, etc.) anteponiendo este criterio al riesgo sanitario.
Valgan entonces algunas reflexiones. Por la constitución nacional y la constitución provincial el Estado tiene el patrimonio de velar por la salud de sus ciudadanos. Este es un derecho, al igual que la educación, entre otros.
Es por esto, por ejemplo, que por cuestiones de salud está prohibido fumar en espacios cerrados, debido a los casos de cáncer en la población; que hay legislación que regula el uso de la sal, ante la hipertensión que causa muertes o disminuir el uso del azúcar y golosinas, por los casos de diabetes u obesidad infantil. Acá no hubo amparos judiciales.
También la legislación no permite circular por las rutas a más de 120 kilómetros por hora, pero si alguien tiene un auto de alta gama podría argumentar entonces que le limitan su libertad de circular a 250 kilómetros por hora, porque para eso compró ese tipo de vehículo, sin importar los accidentes viales
También las leyes obligan a circular en autos con las luces bajas encendidas, por la misma causa, y se podría interpretar esto como un acto de autoritarismo.
En todos los casos se trata de la obligación del Estado y el derecho ciudadano de preservar la vida de los habitantes.
Entonces si para cuidar la salud, la morbilidad y la mortalidad de los ciudadanos, el Estado regula el uso del tabaco, de la sal, el azúcar, las velocidades de los vehículos o la obligación de cumplir con los programas de vacunación, cómo entonces ante esta pandemia del coronavirus que produjo 27 millones de casos en el mundo con cerca de 900.000 muertos, no puede limitar o restringir actividades sociales para evitar el contagio, la muerte y el colapso del sistema de salud.
En Viedma hay actividades comerciales, empresarias y otras que se desarrollan con normalidad. Hoy un trabajador puede salir de su casa a trabajar –por supuesto con los cuidados correspondientes- pero desafiar al virus de manera irresponsable tendrá a estas actividades en fases anteriores donde todos pierden.
El mayor acto de solidaridad ciudadana para con los médicos, terapistas, enfermeros, mucamas, y todo el personal de salud es cuidarnos y respetar las recomendaciones sanitarias, porque ellos están agotados, trabajan más allá de sus propias fuerzas y sin embargo reciben a diario los pacientes contagiados por esta grave inconducta social de sus vecinos.