Un D10S imperfecto. ADN
La historia se encargará de definir el momento exacto en el que un jugador de fútbol nacido en una villa del conurbano argentino, se convirtió en una deidad moderna. Dieu est mort, tituló un diario francés y certificó, con la célebre frase de Friedrich Nietzsche, que Maradona, el Diego, fue un Dios, aunque haya sido el más imperfecto que pisó esta tierra.
Pero claro, todos saben que a los dioses se le piden milagros y un comportamiento divino, ejemplar, pulcro, elevado, que Maradona no tuvo y eso fue motivo de señalamientos. Una vez alguien dijo que Dios es Dios porque no comparte con nosotros la vida y si Dios estuviese en este mundo nos acostumbraríamos a él, y al poco tiempo le faltaríamos el respeto. Y Maradona eligió vivir en este mundo y tener una vida humana. Eduardo Galeano lo definió con un «Dios sucio, el más humano de los dioses» y explicó que, «eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador» porque fue «un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”.
Para colmo, y después de varios amagues, un día se murió. (los dioses no se mueren)
¿Cómo se vela a un Dios? La última vez que el mundo occidental había sepultado a uno fue hace 2020 años y sin ninguna pomposidad. Éste se murió en medio de una pandemia mundial y en un país subdesarrollado. Todo un tema. La sorpresa, el estupor, el impacto universal…
La familia -golpeada lógicamente- acordó con el Presidente lo que pudo. Diego debía despedirse de su pueblo y con el pueblo, en la Casa Rosada, a donde había llegado unos años antes con la copa del mundo en sus manos. Era la segunda conquista para el país pero tuvo otra significación. Argentina había recuperado la democracia. Y la copa venía con el sello del triunfo a los ingleses con los dos goles más comentados de la historia (uno el mejor de todos los tiempos) que fue tomado como revancha poética de la Guerra de Malvinas que la dictadura gestó para levantar su imagen.
No cabía otra posibilidad.
La gente se agolpó en Plaza de Mayo. Ya no importó el virus, había un motivo para desafiarlo. Comenzó ordenado el velorio hasta que se desmadró. Y el féretro de Diego salió antes de lo previsto, raudo al cementerio acompañado por una multitud. El destino quiso que antes de llegar a su morada final, el cortejo pasara por una cancha de fútbol 5 en un barrio del gran Buenos Aires donde un pibe, con la camiseta de la selección, enchufó una guitarra y a su paso cantó una de las tantas canciones que se hicieron por él: «La mano de Dios», la de Rodrigo, esa que bailamos todos.
Algún editorialista de diario patricio escribió algo así como que su velorio fue descontrolado, popular y plebeyo con intensión de generar la última descalificación a Maradona. Pero no pifió ni un poco. Así fue Diego y así era la composición de la mayoría del publico que asistió a la Casa Rosada.
Quizás, el Diez le hubiese dicho al Presidente con sonrisa cómplice y socarrona… Alberto, se te escapó la tortuga. Hubieron errores, sí. Por eso llovieron las críticas. Pero lo que no hubo fue «apropiación» política denunciado por los sectores que aborrecían a Maradona. Diego se había definido hace mucho tiempo en relación a su posición ideológica, quizás uno de sus pecados capitales. Se subió al tren a Mar del Plata para manifestarse contra el ALCA. En su vagón iban Fidel Castro, Hugo Chávez. Evo Morales… Diego fue al velorio de Néstor Kirchner y se hizo amigo de Cristina. Pero eso al pueblo no le interesaba, como tampoco cuántas y qué tipo de relaciones amorosas tuvo. La devoción por su ídolo fue superior a todo.
Las muestras de dolor se replicaron en el mundo entero, hasta en los lugares más recónditos para esta Argentina. ¿Qué lloró, homenajeó y ponderó toda esa gente? Imposible de enumerar. Una certeza surge: no fue un tipo común. Tratar analizar o encasillar al fenómeno Maradona es una tarea imprecisa.
Para los amantes del fútbol, fue irrepetible. Además fue argentino con todo lo que eso conlleva. Quizás, una de las cosas que lo pinta de cuerpo entero es su frase en la cancha de Boca, cuando se despidió del deporte que lo convirtió en D10S. «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha» dijo, como queriendo dejar a salvo de sus miserias y errores humanos a la disciplina que no tendrá otro igual.
«Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas».