El monopolio de la palabra

(ADN). – La comunicación política dio origen a una nueva zona del conocimiento en esta ciencia que además suma a la información –que es diferente- y puso en debate si le corresponde al ámbito de la Comunicación o de la Política, puesta en términos diferentes, cuando en realidad en lo cotidiano se hermanan.

La sociedad es receptora de esos mensajes que emiten los emisores políticos, también subsidiaria pasiva de estrategias comunicacionales, sobre todo en campaña, con bombardeos mediáticos, subliminales, en redes sociales y nuevas tecnologías como algoritmos matemáticos y genéticos, para orientar una adhesión o un voto. Un tema bien explicado en el libro “El corazón de Inglaterra’, o cómo sobrevivir al Brexit, de Jonathan Coe. Una novela que habla de la idiosincrasia de una sociedad dividida por los políticos que usaron al nacionalismo para ganar unas elecciones y después se dieron cuenta en el problema en que se habían metido.

¿Pero qué sucede con la comunicación política? Podemos observar el caso de Río Negro, donde siempre son los mismos los políticos que hablan. El monopolio de la palabra está en manos de unos pocos, siempre los mismos. No sólo en los partidos y gobiernos, sino también en organizaciones sociales, económicas y sindicales.

Hay saturación del emisor.  Se crea un círculo vicioso que lleva al receptor (al ciudadano) a la indiferencia, cuando no a la desconfianza por no “cumplir las promesas”. Se desvirtúa el mensaje y sólo “hay ruido en la línea”.

La política se  desarrolló valiéndose de la comunicación. Jürgen Habermas (filósofo y sociólogo alemán) define a los espacios públicos de comunicación como categorías para comprender las contradicciones de las democracias formales y los mecanismos de control que las limitan. Son el escenario donde se presentan  los diferentes actores de la comunicación política para exponer sus puntos de vista; en él se observan las confrontaciones de las opiniones, la forma de llegar a acuerdos y las decisiones que se toman por la mayoría, al mismo tiempo que refleja los avances y problemas que tiene la democracia.

¿Contradice nuestra realidad a Habermas? Cuando siempre hablan los mismos y las propuestas son similares, parecidas y nada novedosas y con peleas, por lo general estériles. El periodismo constata a diario esta realidad.

El discurso está limitado a un determinado público. El que habla dice lo que su interlocutor quiere oír. Cuando no hay  definiciones sobre sus proyectos ideológicos y no definen qué sociedad proponen, la sociedad responde con indiferencia y las críticas son meramente de ocasión, de rutina y coyunturales, porque a esa sociedad la han marginado del pensamiento. Entonces la crítica no se formula bajo la esperanza de una mejora.

Las cámaras empresariales, de comercios y otras organizaciones, se expresan sobre la coyuntura. No hay posición frente al rol del Estado, el libre comercio, la especulación financiera, etc. Sólo reclaman rebajas impositivas y ayudas económicas. Los gremios no definen sobre las nuevas etapas que transitan las fuerzas del trabajo, y las leyes laborales, pero el reclamo se circunscribe al pedido de fuentes laborales. Está bien que así sea, pero también hay que mirar en perspectiva de construcción de sociedad.

Por qué en los ámbitos oficiales del gobierno, el parlamento, los municipios, los Concejos Deliberantes y las organizaciones políticas, sociales y sindicales, entre otras,  hablan siempre los mismos.

Analizar los motivos de esta práctica deriva en  algunas opciones, entre otras: a) no hay políticas comunicacionales; b) hegemonía de actores; c) los políticos y dirigentes no conocen del tema y no estudian sobre los alcances reales de la comunicación; d) otros prefieren no hablar para no salir de la zona de confort, no crearse problemas y militan “el perfil bajo” y e) falta una política de cuadros.

En este último punto vale detenerse, porque se trata de una falencia que comprende al conjunto. No se da importancia a la formación de dirigentes.

Un cuadro resuelve sin esperar indicaciones, porque le corresponde por formación tener capacidad de analizar contextos, plantear alternativas y resolver, y por consiguiente debe contar con una formación política-ideológica y social, incluso medio ambiental cuando se habla de desarrollo sostenible. Nada de esto sucede.

Hay ejemplos de políticas que se anuncian y luego nadie sale a explicarlas, o no saben sobre el tema y todo queda resumido en un parte de prensa, pero sin poder multiplicador. Cuando hay problemas que no tienen solución en el corto plazo, tampoco se sabe argumentar y explicar por qué se llegó a esa situación. La comunicación política tiene que ver con todo esto, con la función de un cuadro político, sino se convierte en un “cumpletareas”.

Cuando se comunica mal no hay comprensión y si el ciudadano no  comprende hay apatía. La indiferencia social es un síntoma de una sociedad que no tiene la más mínima intención de participar, en ninguna instancia pública que tenga que ver con el destino de su conjunto y marca una fuerte decadencia en el ser humano respecto a sus semejantes.

Zygmun Bauman, habla de “la sociedad líquida”. Dice que  la sociedad ya no es aquella suma de individualidades sino el conjunto de las mismas y la modernidad líquida es como si la posibilidad de una modernidad fructífera y verdadera se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos.

La responsabilidad de los dirigentes políticos y los partidos va más allá de producir una determinada cantidad de comunicados de prensa o reportajes en medios audiovisuales, o mensajes en las redes sociales, exige el debate, la crítica y actualizar el pensamiento.

Si siempre hablan los mismos y dicen lo mismo, nos empobrecemos y perdemos la posibilidad de pensar en otro tipo de sociedad.