El virus y la sociedad distópica
(ADN). Se cumplieron todos los pronósticos. La segunda ola de Covid llegó y aún falta la arremetida más dura. Obligó al gobierno a tomar medidas y resguardar las zonas de mayor contagio. Ya nada puede esgrimirse como preocupación mayor que resguardar la salud de la población. Este nuevo embate del virus ataca mayormente a los más jóvenes de edad intermedia. Hay más internados y paulatinamente crece la letalidad en los mayores. No hay beneficio económico comparable con los gastos y demandas de los equipos de salud y la muerte de un solo rionegrino.
Se piensa en regionalizar las medidas y las restricciones de acuerdo a la evolución de los contagios, donde resulta indispensable tomar algunas regiones, como el Alto Valle rionegrino y el este neuquino, como si fuera el AMBA, o sea un área de permanente circulación e intercambio de personas, con una situación de vulnerabilidad y mucho riesgo donde ambas provincias deben acordar acciones en conjunto. Hay otras situaciones comarcales limítrofes para prestarle atención, por ejemplo Viedma-Patagones, con mucho intercambio con Bahía Blanca, que según la caracterización sanitaria del gobierno nacional es una ciudad en “alerta epidemiológico”.
Comienzan las medidas de control y restricción y la respuesta estará en la indisciplina social, como pasó y sigue sucediendo. Es como vivir en una sociedad distópica, aunque Margaret Attwood, autora de El Cuento de la Criada, dice que se trata de una distopía falsa.
“Una distopía es un sociedad construida en la que no quieres vivir”, dijo y explicó que “las cuarentenas son desagradables, pero no han sido creadas por un gobierno que ejerce control total sobre ti; no es un totalitarismo intencionado”.
La sociedad distópica no plantea objetivos, sólo críticas sin esperanzas, sin utopías. Esto ya lo vivimos el año pasado y se volverá a repetir y más aún en tiempos electorales, a pesar que las restricciones serán parciales (por un tiempo determinado) y por zonas.
La pandemia, como también el cambio climático y el capitalismo tardío generan distopías y utopías, pero es indudable que aunque pase el virus, al igual que sucedió con otras pestes, nada será como antes.
Naomi Klein, que escribió sobre La Doctrina del Shock, señala que la pandemia ya es el escenario de otra fase del llamado capitalismo de desastre que rentabiliza las catástrofes para abrir nuevos espacios de negocio. En el caso de la pandemia, se trata de una distopía en la que los gigantes de Silicon Valley –Google, Amazon, Facebook– están elaborando nuevas tecnologías de inteligencia artificial, robots y aplicaciones de vigilancia.
La escritora canadiense destaca que “vamos a tener un futuro que supuestamente vive de la inteligencia artificial pero en realidad dependerá de un millón de trabajadores desprotegidos ante la enfermedad y la hiperexplotación”. (La Doctrina del Shock, se convirtió en una película del cineasta británico Michal Winterbottom y puede verse en Netflix).
Llegará el momento, de seguir así, que la única utopía será “la vuelta a la normalidad”.
Loa gobiernos tienen temor a los costos políticos y a las críticas de los intereses distópicos.
Hay un extremismo conservador que intenta instrumentalizar la distopía para arremeter contra las propias políticas de confinamiento e intervencionismo estatal tan necesarias para combatir el virus y evitar una catástrofe social. En las redes sociales de la nueva derecha abunda una desbordada imaginación creativa a la hora de tachar de orwellianos y totalitarios a los gobiernos que han hecho lo que deben para frenar el virus.
De esta manera recurrir a la responsabilidad individual es una utopía en una sociedad distópica.