El camino de la integración sin asimetrías. ADN
Río Negro fue sinónimo de manzanas y peras, con un claro enclave en el Alto Valle provincial -junto con el turismo en la cordillera- y predominio económico y político en el corredor Villa Regina-Cipolletti. El verbo en pasado no es casual, sino que pretende poner en debate la conformación de un nuevo mapa rionegrino donde la regionalización represente un equilibrio con mayor participación del conjunto de la geografía provincial.
La fruticultura dejó de ser aquel estandarte que ponía sus reales en la economía y en el poder político que se asentaba en la Casa de Gobierno en Viedma. Desde la provincialización y en gobiernos democráticos, los gobernadores fueron Edgardo Castello, de Viedma; Carlos Nielsen, de General Roca; Mario Franco, de Regina; Osvaldo Álvarez Guerrero, de Bariloche; Horacio Massaccesi, de Regina; Pablo Verani, de Roca; Miguel Saiz, de Roca; Carlos Soria, de Roca; Alberto Weretilneck, de Cipolletti y Arabela Carreras, de Bariloche.
El asentamiento territorial en el Alto Valle contaba con dos pilares: la economía y la densidad poblacional, con poder de decisión sobre el resto del conjunto rionegrino.
En las últimas décadas estas variables fueron cambiando. La zona productiva por excelencia provincial no resistió a la inestabilidad de los procesos económicos del país, y ese poder debilitado comenzó a tener consecuencias en sus representaciones políticas. La fruticultura no pudo o no supo reconvertirse y nunca pensó enfrentar este presente. Es más, podría señalarse que los grupos concentrados económicos del Alto Valle tuvieron relaciones escabrosas con la política, donde desde una situación de privilegio siempre demandaron esfuerzos de los presupuestos provinciales para salvar lo que a todas luces se preanunciaba como insalvable. Las consecuencias la sufren los pequeños y medianos productores.
En un trabajo publicado el año pasado por “Visión Desarrollista”, Ricardo Epifanio, productor de General Roca, señalaba que “Las estadísticas del sector frutícola de Río Negro y Neuquén son alarmantes. En los últimos 12 años, la superficie destinada a la producción de peras y manzanas cayó de 46.000 hectáreas a 20.000 hectáreas. Menos de la mitad. En el mismo periodo, el sector pasó de ocupar a 100.000 trabajadores en forma directa o indirecta, a dar empleo a solo 40.000. Las exportaciones de esta economía regional se desplomaron de 1.000 millones de dólares a 350 millones”.
Hoy la concentración de la producción en pocas manos impacta en toda la realidad frutícola valletana. Indicaba Epifanio que “los productores integrados han quedado casi solos en el mercado. Y muy concentrados. Son los que completan el ciclo desde la producción hasta a la comercialización y venden la fruta empacada y con sus marcas en los mercados nacionales e internacionales” y luego de otras consideraciones afirmaba:” En muy poco tiempo, si no se emprenden cambios profundos, encontraremos una agricultura mucho más chica y concentrada”.
Podría escribirse mucho sobre esta realidad y con distintos autores, pero el tema frutícola -frente a otras experiencias en distintas provincias del país- no encontró su solución. Nunca se alcanzó la remanida “reconversión frutícola”, que tanto costó al Estado rionegrino, que siempre socorrió al sector ya sea con exenciones impositivas, inversiones públicas o programas de emergencias.
Hoy la producción primaria tiene una limitada participación en los ingresos provinciales. Por ejemplo, en el acumulado a septiembre del presente ejercicio la producción primaria aporta el 7.49% frente a más del 20 % que representan los servicios y el turismo; del 32 % del comercio; el 16% del petróleo y el 13% de la industria, entre otras actividades.
Esta situación reconfigura un incipiente nuevo mapa provincial productivo que terminará incidiendo en el poder político con una representación distinta a la requerida por el sector primario de la economía, incluso en el Alto Valle la fruticultura dio paso a la industria y a los servicios.
Comienza a delinearse otro escenario, con un poder político más equilibrado y otra dinámica distinta al predominio frutícola. En la cordillera se reconvierte el turismo, con la gastronomía y nuevos servicios, además del desarrollo tecnológico en Bariloche, como el INVAP; la zona de Catriel y Campo Grande son subsidiarias del desarrollo de Vaca Muerte, pero con proyectos alternativos como la producción de áreas bajo riego; el Valle Medio con el Valle Inferior forman un corredor ganadero, con cría y engorde a feedlot y producción de forrajes, además de las plantaciones de cerezas y frutos secos; la costa atlántica -con centro en Las Grutas- se expande en atracción turística y ahora con el proyecto del Hidrógeno Verde, Sierra Grande será epicentro de un nuevo desarrollo de energías limpias con instalación de parques eólicos en la meseta hacia Valcheta.
Río Negro ya no es sólo manzanas y peras. También se diluyen hegemonías de espacios y dirigentes políticos surgidos sólo bajo el argumento de abultados padrones. Surgen liderazgos locales y regionales a través de los municipios y además el tiempo que viene exigirá de cada legislador y legisladora convertirse en una nueva referencia regional.
La ruta 23 se revaloriza, no sólo con la pavimentación, sino en un eje que podrá hacer realidad aquella vieja frase: “de la cordillera al mar”, con apoyo del Tren Patagónico y las comunicaciones, el gasoducto, energía y los programas de producción lanera.
Se instala un nuevo proyecto de integración, una especie de refundación, que genera responsabilidades en las fuerzas políticas que hoy compiten electoralmente.
La política tiene hoy el compromiso de dar respuestas no sólo en mediciones de padrones electorales, sino con visión estratégica de un desarrollo rionegrino integrador, que elimine las actuales asimetrías.